El adoquín redondo del Omega Pharma

Terpstra y Boonen © tdwsport

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Roger De Vlaeminck puede respirar tranquilo. Los récords están para batirlos pero el suyo sigue siendo todavía suyo, al menos en parte. Por fin entendieron los Omega Pharma que las figuras son bonitas y visten, pero que si no las meneas, estás perdido y en Roubaix se ha visto.

Hubo agria polémica entre Lefevere y los BMC esta semana. Polémica y hasta llamadas de tú a tú –hay que ver lo que trasciende cuando los nervios traicionan- entre los gestores de BMC y Omega durante el desenlace del Tour de Flandes. Entonces Lefevere, ese magnate que si no tuviera cinco bazas dudo que se metiera en estos fregaos, les dijo a los de rojo que él no corría para ser segundo, aunque nos lo pareciera.

En esta Roubaix, Omega no corrió para ser segundo, ni siquiera para ser tercero. Quisieron ganar y el ciclismo, no siempre, a veces premia las actitudes honestas. La pizarra de los belgas estaba clara. Roles señalados y marcados a fuego. La leyenda en activo, el “hombre bala” de este circo, Tom Boonen debería ser la primera baza a jugar. Saltó de lejos, tuvo el infortunio de cruzarse con el tipo más pestoso, pero de los más resolutivos, del pelotón, Thor Hushovd, pero mantuvo en un hilo las opciones de los grandes favoritos, obligándoles a esfuerzos extraordinarios que seguro al final pasaron factura.

Luego ejercieron con Zdenek Stybar, el “caza Cancellaras”, el único ciclista del equipo que ha demostrado sobre el pavé que cuando el suizo enfurece es capaz de atarse a su rueda sin que le saque un metro de gracia. Stybar no fue decisivo, pero mantuvo la presencia del equipo cuando la carrera pareció sentenciada para los hombres de vanguardia.

Artículo completo de y en Joan Seguidor

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