Gonçalo Moreira (Eurosport) / Ciclo 21
Mathieu ha honrado la dinastía de los Poulidor-Van der Poel en el Tour de Francia vistiendo el amarillo que Poupou persiguió durante 18 años. El neerlandés es parte de la generación carismática que está contribuyendo para una nueva era de oro del ciclismo.
Es complicado hacer previsiones a largo plazo. Nada juzga mejor un acontecimiento o un atleta que el tiempo. La historia del momento es la de MathieuVan der Poel, maillot amarillo del Tour de Francia, que tardó dos días en capturar un maillot que su abuelo Raymond Poulidor quiso vestir durante 18 años de una ilustre carrera… pero nunca lo logró.
Escribe el autor y ciclista Guillaume Martin, en la obra “Sócrates en bicicleta – El Tour de Francia de los filósofos”, que “en el fondo olvidamos que el deportista es también un ser humano, y que su vida no viene resumida en el dorsal”. Mathieu van der Poel no es solamente el dorsal 101 del Tour y Raymond Poulidor fue mucho más que el “eterno segundón». Son nieto y abuelo, y lo que se ha visto en el Tour este domingo fue una prueba de amor, admiración y respecto de Mathieu por Raymond, miembros de la dinastía Poulidor-Van der Poel, una de las más potentes de la historia del ciclismo.
No hace falta detallar los momentos negativos (y fueron muchos…) que en cuanto aficionados de ciclismo hemos vivido en las últimas dos décadas. La vergüenza sentida por llevar en el corazón un deporte en el que la ambición de ganar va a menudo a la par con la falta de ética. Nada de eso es exclusivo del ciclismo, sinvergüenzas los hay en varios sectores de la sociedad, pero cada uno sufre lo que le toca. Si estás leyendo esto, el ciclismo es la cruz con que tienes que cargar!
Historias con dimensión humana acercan los aficionados al deporte. Van der Poel es sinónimo de más “tifosi”, más pasión, mejores audiencias. Es bueno para el negocio del ciclismo, como antes de él fue un bálsamo la llegada de Peter Sagan, que a base de vitorias y caballitos se encargó de poner el ciclismo, no el dopaje, en la agenda.
Sagan y Van der Poel forman parte de la “nueva generación”, expresión tantas veces repetida en los directos de carreras y que resume el relevo generacional en marcha. Son los hermanos mayores de los sub-23 y juniors que compiten contra profesionales como perros viejos.
La forma de leer la carrera, las condiciones físicas que presentan, la preparación minuciosa de las competiciones. Talentos generados en clubs o proyectos de desarrollo que trabajan como equipos del WorldTour, con presupuestos mucho más bajos, pero con “know how” especializado, utilizando el lado bueno de la ciencia, optimizando la aerodinámica, la investigación de materiales y añadiendo a eso la eterna voluntad de chavales y chavalas que quieren ser ciclistas profesionales. ¿Son menos que antes? Sin duda, pero el ciclismo tiene algo muy suyo: es un deporte que pasa de generación en generación dentro de las familias y que conecta el pasado al presente como pocos.
El clímax de Eddy Planckaert
El legado familiar importa, basta con ver la historia de Mathieu van der Poel y la manera sobre-humana como subió el Muro de Bretaña– 3:57 en la última subida y media superior a 30 km/h, solamente 5 segundos más lento que el peso pluma Dan Martin en 2018. Solo un atleta en trance es capaz de desafiar la lógica de los números.
Me acuerdo de algo que leí en el magnífico “The Ronde: Inside the World’s Toughest Bike Race”, de Edward Pickering. Recordando el final de la Vuelta a Flandes de 1988, Eddy Planckaert cuenta que “fue la única vez en la vida que pasé de los limites. Cuando estás agotado y casi pierdes el conocimiento entras en otra dimensión. De repente sentí que levitaba. Es embarazoso admitir, pero llegué al clímax y no fue un poquito. Cien metros después estaba otra vez a rueda de Phil Anderson y supe que le iba a ganar, había llegado a un estado divino”. El Muro de Bretaña fue el orgasmo de Mathieu van der Poel. Y arriesgaría decir que el nuestro.
Reculemos nueve meses hasta el Tour de Francia. Contrarreloj en La Planche des Belles Filles. Penúltima etapa. Roglic es el virtual campeón, hasta que un chaval de 21 años opera la impensable remontada. Un momento icónico al nivel del duelo Fignon-LeMond en 1989. Un día para los libros de los records: Pogacar se tornó el segundo campeón más joven de la historia del Tour de Francia
Historias de superación, performances inspiradoras, episodios donde el factor humano casi se sobrepone al mérito deportivo – cuantos de nosotros hemos pensado en ese momento “pobre Roglic, no quería estar en su piel” – conectan el espectador con el ciclismo.
Hoy en día, cuando empieza una grande vuelta, sentimos expectativa. El miedo sigue ahí, pero esa es la eterna cruz con la que hemos aceptado cargar. Miedo de ser defraudado que no tranquiliza ese instinto primario de querer ver cada vez más ciclismo… ahora ya no basta con carretera, queremos ciclocrós, mountain bike y hasta la pista promete resurgir con la Liga de Campeones.
Para la historia ser perfecta hay materias históricamente pendientes para el ciclismo. ¿Para cuándo un gran campeón de la África negra? ¿Un gran héroe que despierte el gigante asiático? La reconstrucción de la América del Norte después de un terremoto de 10.0 en escala de Richter (Armstrong dio, Armstrong quitó).
Como aficionados del ciclismo necesitamos muy poco para soñar. Basta hablar de Juan Ayuso y cualquier aficionado español ya imagina el valenciano de amarillo en los Campos Elíseos, en Paris.
El tiempo dirá se estamos ante una nueva edad de oro en el ciclismo, pero las sensaciones son buenas. Y si no se confirma, al menos hemos sido felices soñando despiertos.
VERSIÓN EN PORTUGUÉS
Mathieu honrou a dinastia dos Poulidor-Van der Poel no Tour de France vestindo a amarela que Poupou perseguiu durante 18 anos. Geração carismática tem contribuído para uma nova era de ouro do ciclismo.
É complicado fazer previsões a longo prazo. Nada julga melhor um acontecimento ou um atleta do que o tempo. A história do momento é de Mathieu van der Poel, camisola amarela do Tour de France, que demorou dois dias a capturar um maillot que o avô Raymond Poulidor quis vestir durante 18 anos de uma ilustre carreira… mas nunca conseguiu.
Escreve o autor e ciclista Guillaume Martin, na obra “Sócrates em bicicleta – O Tour de France dos filósofos”, que “no fundo esquecemos que o desportista também é um ser humano e que a sua vida não vem resumida no dorsal”. Mathieu van der Poel não é só o dorsal 101 do Tour e Raymond Poulidor foi muito mais do que o “Eterno Segundo”. São neto e avô, e o que se viu este domingo no Tour foi uma prova de amor, admiração e respeito de Mathieu por Raymond, membros da dinastia Poulidor-Van der Poel, uma das mais potentes da história do ciclismo.
Escusado será detalhar os momentos negativos (e foram muitos…) que enquanto aficionados de ciclismo vivemos nas últimas duas décadas. A vergonha que sentimos por levar no coração um desporto em que a ambição de vencer anda por vezes a para da falta de ética. Nada disto é exclusivo do ciclismo, pessoas sem caráter aparecem nos vários domínios da sociedade, mas cada um sofre com o que lhe toca sofrer. Se estás a ler isto, a tua cruz é o ciclismo!
Histórias com dimensão humana aproximam os adeptos do desporto. Van der Poel é sinónimo de mais aficionados, maior paixão, melhores audiências. É bom para o negócio do ciclismo, como antes dele foi um bálsamo a chegada de Peter Sagan, que à base de vitórias e cavalinhos pôs o mundo outra vez a falar de ciclismo e não de doping.
Sagan e Van der Poel fazem parte da “nova geração”, termo tantas vezes tratado nos diretos de provas e que resume o relevo geracional em andamento. São os irmãos mais velhos dos sub23 e juniores que têm aparecido a competir contra profissionais como autênticos veteranos.
A forma de ler a corrida, os índices físicos que apresentam, a preparação das provas levada ao detalhe. Talentos gerados em clubes ou projetos de desenvolvimento que trabalham como equipas do WorldTour, com orçamentos muito mais baixos, mas com “know how” especializado, usando o lado bom da ciência, otimizando a aerodinâmica, a investigação de materiais e aliando a isto a eterna vontade de rapazes e raparigas se tornarem ciclistas profissionais. São menos do que antes? Certamente, mas o ciclismo tem algo muito seu: é um desporto que passa de geração em geração dentro das famílias e que liga o passado ao presente como poucos.
O clímax de Eddy Planckaert
O legado familiar importa, basta ver a história de Mathieu van der Poel e a maneira sobre-humana como subiu duas vezes o Mur de Bretagne – 3:57 na última volta e média superior a 30 km/h, só 0:05 mais lento do que o peso-pluma Dan Martin em 2018! Só um atleta em transe é capaz de desafiar a lógica dos números.
Vem-me à memória uma passagem do magnífico livro “The Ronde: Inside the World’s Toughest Bike Race”, de Edward Pickering. Relatando o final da Volta à Flandres de 1988, Eddy Planckaert conta que “foi a única vez na vida que passei dos limites. Quando estás esgotado e quase cais inconsciente do cansaço entras noutra dimensão. De repente senti-me a levitar. É embaraçoso admitir, mas atingi o clímax e não foi só um bocadinho. Cem metros depois estava outra vez na roda do Phil Anderson e soube que o ia bater, tinha atingido um estado divino”. O Mur de Bretagne foi o orgasmo de Mathieu van der Poel. E arriscaria dizer que o nosso.
Recuemos nove meses ao Tour de France. Contrarrelógio em La Planche des Belles Filles. Penúltima etapa. Roglic é o virtual campeão, até que um miúdo de 21 anos opera a reviravolta impensável. Um momento icónico ao nível do duelo Fignon-LeMond em 1989. Um dia para os livros de recordes: Pogacar tornou-se o segundo campeão mais jovem do Tour de France!
Histórias de superação, performances inspiradoras, episódios onde o fator humano quase se sobrepõe ao mérito desportivo – quantos de nós pensámos naquele momento “pobre Roglic, não queria estar no lugar dele” – conectam o espetador com o ciclismo.
Hoje em dia, quando começa uma grande volta sentimos expetativa. O receio continua lá, mas essa é a eterna cruz que aceitamos carregar. O medo de sermos defraudados está latente, mas não acalma o instinto primário de querer ver cada vez mais ciclismo… agora já não basta estrada, queremos ciclocrosse, mountain bike e até a pista promete ressurgir com a Liga dos Campeões.
Para a história ser perfeita faltam limar arestas onde historicamente o ciclismo tem falhado. Para quando um grande campeão da África negra? Um grande herói que desperte o gigante asiático? A reconstrução da América do Norte após um terremoto de 10.0 na escala de Richter (Armstrong deu, Armstrong tirou)?
Como aficionados de ciclismo precisamos de pouco para sonhar. Basta falar em Juan Ayuso e qualquer espanhol que goste deste desporto já imagina o valenciano de amarelo nos Campos Elísios, em Paris!
O tempo dirá se estamos perante uma nova idade de ouro no ciclismo, mas as sensações são boas. E se não se confirmar, pelo menos fomos felizes a sonhar acordados.