Luis Román-Mendoza / Uluru
Cuando un proyecto, del tipo que sea, presenta lagunas, éstas pueden deberse a tres motivos distintos. Primero, porque no se hayan contemplado esos problemas, lo cual es preocupante y puede afectar seriamente a la viabilidad del mismo. En segundo lugar, porque sí se hayan tenido en cuenta… pero que no hayan encontrado (aún) las soluciones, lo cual está dentro de toda lógica salvo que la implementación del mismo sea inminente lo que puede llevar a la precipitación. Pero también puede ser que hayan previsto los problemas, se tengan también las respuestas… pero no quieran publicitarlas porque puedan generar polémica.
Viene a cuento esta reflexión al hilo de la presentación la semana pasada del primer documento sobre la reforma del ciclismo profesional que quiere implementar la UCI de aquí hasta el 2018. Por lo menos, prisas no hay por lo que hay mucho tiempo para resolver las lagunas –que son muchas- del proyecto. Ahora está por ver si se han contemplado los problemas que pueden surgir o si nos encontramos ante la ‘tercera vía’: soluciones que no van a gustar.
Sería por mi parte demasiado osado decantarme por alguna de estas opciones, pero mucho se va a tener que trabajar –y discutir- para lo que en teoría se presenta como un proyecto para mejorar el ciclismo profesional sea beneficioso para el conjunto de la cúpula de nuestro deporte, porque mucho me temo que el nuevo World Tour que se está gestando abrirá una verdadera brecha con el resto del profesionalismo.
El nuevo proyecto contempla un World Tour en dos divisiones, pero rompiendo el paradigma fundamental de lo que debe ser una organización piramidal, ya que la cúpula, o categoría A –según la denominación provisional-, está formada por 18 equipos y 120 días de competición entre los que se incluirían las grandes vueltas, las principales carreras por etapas, clásicas y “prometedores eventos emergentes”, sin que debamos olvidar en ningún momento que el actual ProTour supera actualmente las 150 jornadas: caerán varias carreras.
La categoría B, por el contrario, se reduce a 8 equipos y 50 días de competición, es decir, un mini World Tour paralelo, en el que podrán entrar, aparte de las ‘descatalogadas’ a las que antes me refería, algunas pruebas hoy subcatalogadas como continentales, tanto de la ‘histórica’ Europa como de otros continentes: ¿California, San Luis…? Todo ello para que, desde 2018, el peor equipo de la división A descienda a la B y el mejor de esa segunda clase promocione a la primera y solamente en base a las competiciones de su propia subdivisión. Un viejo sueño, perfectamente comprensible, de aquellos que ven el sistema ProTour actual adolece del aliciente de los ascensos y descensos. Y, en teoría, justo.
No olvidemos que los equipos A y B tendrán casi los mismos requisitos en cuanto a organización y plantilla –reducida a 22 corredores, algo que no debe minusvalorarse, y con ese enigmático (aún) equipo filial-, por lo que los cambios entre categorías no serían demasiado traumáticos, aunque en esa ‘primera B’ dependerían de las invitaciones para estar en las grandes citas. Eso sí, la competencia no sería muy amplia ya que podrían participar en una o incluso dos ‘grandes’ por temporada.
¿Pero todo este lío, con un extensísimo periodo transitorio de tres años, para tan pocas consecuencias? Hombre, si tomamos en cuenta los equipos y circuitos continentales –esos de los que se dice en el proyecto que no cambian-, el tema cobra una perspectiva muy distinta, de la que ya hablaremos en un segundo artículo.