Los tópicos hablan de la dureza del ciclismo, de las gestas, de la superación de uno mismo. Pero quizás cuando el calvario torna en diversión y la seriedad de una rigurosa planificación de equipo en una simple broma entre amigos delante de una buena tortilla “a la Pujol”, las cosas pueden llegar a funcionar. Esa fue la clave con la que el Mallatalud-Probike-MMR, de la mano de Óscar Pujol, Julen Zubero, Vidal Celis e Ibon Zugasti, se ha impuesto en la que dicen es una de las pruebas más duras del mundo sobre una mountain bike: la ION4 Powerade Madrid-Lisboa Non Stop.
Los cuatro corredores, acompañados por otro Pujol, Joan, padre de Óscar, auxiliar del Astana y ese fin de semana, también del Mallatalud-Probike-MMR, acudieron a la cita sin saber realmente dónde se metían: “La verdad es que me entraba la risa cuando Zubero y yo, en la autocaravana, la víspera de la prueba, mientras preparábamos la cena, planificábamos los relevos y la estrategia para afrontar una prueba de casi 800 kilómetros, sin paradas obligatorias, en la que se corre de día y de noche, por senderos y caminos hasta llegar a Lisboa”, comenta Pujol. Mientras, Pujol padre y Celis iban a recoger al aeropuerto a Ibon Zugasti, ajenos a las instrucciones que recibirían a su vuelta. Nada que ver con una planificación exhaustiva en un hotel entre corredores y técnicos. Tan sólo como unos estudiantes intentando ponerse de acuerdo sobre qué “caería” en el examen la víspera del mismo.
Al día siguiente, el viernes, los participantes se observaban unos a otros en la salida de las Rozas (Madrid), bajo el calor, como intentando encontrar la respuesta en los rostros de sus compañeros, aquélla que les desvelase la incógnita de cómo superar una prueba tan descabellada con éxito. Unos sin más objetivo que llegar a Lisboa, otros, como el Mallatalud-Probike-MMR, con el hándicap de partir de favoritos dado el gran nivel de conjunto que presentaban.
El primer relevo lo realizaría Zubero: “Sinceramente, creo que la estrategia de relevos salió a la perfección, los míos fueron técnicos, lo que me favorecen mucho más por mis características de corredor, pero el hándicap del GPS era algo que me daba mucho respeto, y eso que era de día, quizás fue lo que hizo que nos mantuviéramos unidos en cabeza el mayor tiempo posible una decena de corredores, parecía que íbamos más pendientes de no perdernos que de pedalear con fuerza”, comentaba el corredor vasco.
La estrategia de relevos iba saliendo a la perfección y tras Zugasti, segundo en los relevos, Pujol recogió el testigo ya en cabeza: “Estaba saliendo todo genial, pero la verdad es que me entró una especie de risa nerviosa cuando me di cuenta de que íbamos a fuego y de que faltaban más de 600 kilómetros para llegar a meta”, recuerda el corredor catalán matizando que “ya no había vuelta atrás, aprovechando el despiste de los rivales al pasar el testigo decidí no parar, así que estando en cabeza iba mirando para detrás, pero por esos senderos de dios uno no sabe si le persiguen a un minuto o a diez”, explica.
El relevo de Vidal Celis sirvió para sacar un punto más de ventaja a los perseguidores, acercándose a los veinte minutos de distancia sobre el grupo perseguidor, pero entonces llegaría el enemigo más temido en la prueba: la noche. El primero en sentir como la temperatura disminuía mientras la visibilidad desaparecía ante sus ojos fue Zubero, en el quinto relevo: “La verdad es que es una sensación contradictoria, por un lado sientes el verdadero espíritu de la aventura, pero por otro uno piensa que dónde se ha metido”, recuerda, aún con una sensación extraña que le hace estremecer su espigada figura: “Mis miedos se confirmaron ya que, a pesar de llevar más o menos bien gestionado el tema del GPS, me empecé a desorientar, así que de pronto me encontré en una zona de agua, escuchaba mugidos de vaca de fondo, perros, hasta que la cosa empezó realmente a empeorar cuando me metí en una zona de zarzas”, explica, ante las risas de sus compañeros. Finalmente, el corredor vasco supo encontrar el camino sin perder mucho tiempo hasta conseguir dar el relevo a sus compañeros, siendo Zugasti el siguiente en tantear la incógnita de la noche, ese escenario literario que tanto puede resultar un tenebroso acompañante del viajero errante, como escenario romántico de mil y un idilios, si la luna pone de su parte.
Pero la oscuridad quiso reducir su intensidad y permitir que los relevos siguieran sucediéndose con acierto, mientras la madrugada pasaba, quedando España y los perseguidores detrás, y el olor a suave amanecer luso, delante. Todo estaba saliendo de cara para que Zugasti tomase el último relevo, el que le llevaría a la otra capital, a Lisboa. Allí, a cien metros de la línea de llegada, le esperaba el resto del equipo, sin apenas tensión dado el gran margen de diferencia con el resto de competidores, pero con un sentimiento de emoción que se traducía en un indescriptible estremecimiento de sus cuerpos que, ajenos a la somnolencia que arrastraban y a el maquiavélico escozor fruto del sudor que con sibilina maldad se había filtrado en las heridas provocadas en sus piernas y brazos por los zarzales, solo pensaban en celebrarlo. En finalizar la gesta unidos.
“Ha sido maravilloso vencer en una prueba de gran repercusión mediática, pero aún lo es más hacerlo como equipo, con la ayuda de cada compañero, de cada relevo”, resumía Zubero. Amistad por encima de la competición. Desenfado como superación. Bromas como tácticas de equipo. El escozor producido por los zarzales se olvida rápido. Las horas sin dormir, también. El pódium es un bálsamo eficaz, y esta prueba la recordarán siempre, a pesar del sueño robado.
Fuente: Rafa Simón. Entorno Óscar Pujol