“Sin ninguna duda ese es el objetivo. Sería la culminación de la primera parte que queremos hacer. El proyecto tiene que ir encaminado a correr las mejores carreras del mundo, con tranquilidad, pero aspirando a que eso sea una realidad, y es por lo que estamos trabajando. No va a ser fácil, pero tenemos intención de llegar al Tour de Francia con un equipo como el que fue Euskaltel, y a partir de ahí asentar una base para que el equipo continúe. Una vez llegado ese momento lo más difícil ya estará hecho”
Este largo entrecomillado es la guinda de la entrevista que le hacen en Vavel a Jon Odriozola, garante del proyecto Murias, que en este blog siempre nos ha encandilado. Ni corto ni perezoso clama su anhelo, ser el nuevo Euskaltel -aunque las formas aconsejen llamarlo Fundación Euskadi-, lo hace a los cuatro vientos. Quiere que la marea que un día fue naranja, sea ahora verde.
Odriozola es un tipo encantador, se dice soñador y hace bien en serlo, porque en este mundillo o te mueve algo metafísico o es difícil tragar los sapos que te cuelan. Odriozola no quiere más presión que la que él imponga, sabe que ganar no lo es todo en un deporte que sí, tiene muchas competiciones, pero que marquen la diferencia, pocas, y encima a ellas acuden los mejores con lo mejor, que no es poco.
Este ultimo año he tenido ocasión de hablar con calma, no mucho rato, pero sí sin distracciones con tres personas clave en la salud del ciclismo vasco, Miguel Madariaga, Igor González de Galdeano y el citado Odriozola y una conclusión subyace: hay una mano negra, algo etéreo que todos nombran, pero nadie señala, que impide el éxito de un proyecto. Madariaga la denuncia e Igor dice que a Odriozola le será difícil sortearla. Llamadlo cómo queráis “los hijoputa”, “palos en la rueda”,… nada concreto, todo en general.