Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Ocurrió un domingo 8 de octubre de 1995.
El Mundial más complicado de los últimos años, con una dureza infernal, se disputaba en Duitama (Colombia). 15 vueltas a un circuito con un desnivel de 341 metros (más de 5.000 metros de desnivel acumulado) que contaba, como principal atracción, con la subida a El Cogollo (un puerto que se ascendió por su ladera más “suave”, 4,2 kilómetros al 6,6% y con rampas de un máximo del 13%. En principio, la organización había planeado subirlo por “La Gruta” donde se alcanzan pendientes de hasta el 16% y se ha de superar cuatro kilómetros de ascensión al 6,6%).
De la carnicería que se escenificó habla bien un dato. Solo 20 de los 98 participantes de la competición pudieran acabarla. Como mera anécdota, los dos últimos hombres en cruzar la meta, el mexicano Miguel Ángel Arroyo y el estadounidense Andrew Hampsten, culminaron la carrera a casi treinta y ocho minutos del ganador, Abraham Olano. Los 265,5 kilómetros (una distancia acorde al Mundial, un periplo en el que importan tanto la calidad como la capacidad de sacrificio) fueron completados por el guipuzcoano en un total de 7 horas 9 minutos y 55 segundos.
En todo caso, en la retina de los espectadores, el Mundial en ruta de Duitama quedará por tres aspectos imposibles de olvidar. El primero fue el sufrimiento de Abraham Olano para llegar a la meta. Una vez coronado El Cogollo en solitario, el vasco tenía el descenso y un llano hasta llegar a meta. Previamente había lanzado un demarraje, con el beneplácito de Indurain, que se encargó de actuar como secante del resto de hombres con posibilidades (el italiano Pantani y el suizo Gianetti, con los que, luego, pelearía por las medallas de plata y bronce).
La diferencia, que no superaba el medio minuto, no permitía a Olano verse (pacíficamente como) ganador y, para colmo de males, sufrió un pinchazo en la rueda posterior. Las imágenes son dramáticas. El ciclista español aferra fuertemente su manillar y trata de avanzar de la manera más rectilínea posible mientras la goma comienza a perder presión. No había tiempo para cambiar de rueda, solo cabía la posibilidad de seguir hacia delante y rezar para que la cubierta no se saliera de la llanta, dando al traste, así, con las aspiraciones del oro mundialista. Ajenos a esta circunstancia, el grupo de atrás lanzaba ataques que Indurain, con una fortaleza extrema (la que le había llevado a coronarse, meses antes, con su quinto Tour consecutivo), reducía, lanzando un claro mensaje de superioridad.
Olano llegó a la meta en solitario y su celebración fue exigua, mínima, apenas perceptible. Levantó la mano izquierda del manillar y alzó su mano extendida en señal de victoria, temeroso de que su inestable equilibrio sobre la máquina se resquebrajara. Había alcanzado el Campeonato sobreponiéndose a los elementos.
Por detrás, treinta y cinco segundos más tarde, y para rematar la faena, Indurain se impuso en la llega a Pantani (bronce) y a Gianetti. Otro suizo, Pascal Richard, se llevaría el quinto puesto, llegando 18 segundos más tarde. Su gesto de celebración, lanzando su puño izquierdo con rabia al cielo, era el de un hombre satisfecho, sabedor de haber cumplido con su deber.
Con el oro y plata español, se repetía el éxito de la prueba en crono, en la que Miguel se había hecho con el título, seguido del donostiarra y con el alemán Peschel cerrando el pódium.
Hablábamos de tres aspectos. El segundo devino tras el deportivo comportamiento del gran campeón. Corrieron ríos de tinta. Todavía no se ha olvidado, de hecho. Hubo importantes voces que no entendieron cómo Olano se atrevió a desafiar la supremacía de Indurain.
Las discusiones podrían continuar hasta el infinito (en especial, porque Miguel jamás tuvo una ocasión tan patente de ser Campeón del Mundo; ni tan siquiera previamente en Stuttgart u Oslo). Pero, como siempre, el carácter magnánimo de Induráin las cerró todas. El auténtico jefe corrió por el bien de la selección nacional y prefirió sus intereses (y capacidades) frente a las de aquél que, fruto de una sabia decisión táctica en la última vuelta, contaba con una oportunidad real de alzarse con el triunfo. Estratégicamente, la selección dirigida por Pepe Grande corrió como un equipo. El resultado no pudo ser mejor desde un punto de vista objetivo. El problema es que algunos entendieron que el final de la película no ofrecía la imagen del héroe en primera plana.
El último de los aspectos de aquel Mundial no se escenificó en Colombia sino que tuvo su continuidad durante toda la trayectoria deportiva del campeón del mundo. Olano fue visto, por algunos, como el hombre que había arrebatado lo que a Induráin correspondía. Cuando, acabado 1996, Miguel anunció su abandono de la práctica deportiva, los focos (y la presión) recayeron sobre el delfín, sobre las espaldas del hombre que, ataviado con un maillot blanco cruzado con la bandera nacional, había obtenido gloria y arcoíris en la tarde colombiana. Y los que le habían reprochado su acción en Duitama, ahora, sin la presencia del gran dominador del ciclismo en la década de los noventa, colocaron las esperanzas de éxito de un país en las prestaciones del donostiarra.
Y el pretendido trasunto no funcionó. O, bueno, no lo hizo del modo en que aquéllos deseaban. Como era obvio, porque la grandeza (en la competición y en lo conductual) del navarro no permitía una continuidad como la deseada. Olano obtuvo magníficos resultados, venció en la Vuelta a España, pero jamás alcanzó las cotas de éxito y dominio a la que Induráin nos tenía acostumbrados. Todo eso, y más (intrahistorias que se fueron revelando, como el enfado de ciertos miembros de Banesto y del entorno de Induráin por lo ocurrido), se fueron revelando con el paso del tiempo.
Con todo, para esa página romántica de la historia del ciclismo, quedará siempre la imagen de un Olano, con su rueda de atrás pinchada, sufriendo para alcanzar la meta. Tocado con una gorra de Mapei, un ciclista a la antigua usanza. Un recuerdo imborrable.
Abraham Olano no es donostiarra. Es de Anoeta, un pequeño pueblo de Tolosaldea.
https://es.wikipedia.org/wiki/Abraham_Olano
Es un error que se comete muy a menudo (¿quizás porque el pueblo se llama como el estadio de la ciudad?)
Para ser más exactos seguro que nació en Tolosa, a 2 km de Anoeta, en la clínica donde nacían todos los niños de la comarca.