Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
La modalidad de contrarreloj individual de los Juegos Olímpicos aglutina el espectáculo de la aerodinámica de la disciplina con el, siempre atractivo, hecho de que los ciclistas compiten defendiendo los intereses de sus selecciones (circunstancia ésta que solo ocurre en este tipo de competiciones y en el esperado Mundial).
En 2012, en Londres, la prueba contaba con un claro y gran favorito, el británico Bradley Wiggins (Gante, Bélgica, 1980), que se dio cita con otros especialistas como Tony Martin, Fabian Cancellara, su compatriota Chris Froome o el australiano Michael Rogers. La esperanza española estaba radicada en el murciano Luis León Sánchez al que un inoportuno percance mecánico en la rampa de salida, rompiendo la cadena de su bicicleta, le dejó descartado desde los primeros metros.
Wiggins llegaba con la vitola de ser el reciente ganador del Tour de Francia en el que su equipo, el Sky, había demostrado una amplia superioridad, dejando abierto un debate sobre si el hombre más fuerte había sido el nacido en Bélgica o su principal lugarteniente, y posteriormente amplio dominador de la prueba, Chris Froome.
Wiggo, como es conocido popular, había vencido, asimismo, en Romandía, París-Niza y Dauphiné, completando un ejercicio que podría poner el broche de oro con la presea en su propia tierra. La única duda que podía existir sobre sus posibilidades se residenciaba en el efecto que el desgaste de su trabajo en la prueba en ruta de cuatro días antes pudiera tener en él.
El campo de batalla estaba compuesto por un total de 44 kilómetros que bordeaban el Palacio de Hampton Court y sin especiales complicaciones, más allá de una mínima elevación en mitad del mismo que no superaba los 60 metros de altitud; es decir, terreno apto para que los rodadores volaran sobre el asfalto londinense.
Aquel 1 de agosto, el guion se ajustó a lo previsto y Bradley Wiggins impuso su autoridad en la competición olímpica, aventajando a Tony Martin y a Froome, que le acompañaron en el pódium para mayor alegría de los locales, que veían cómo sus dos bazas se colgaban oro y bronce.
No obstante, no fue un camino de rosas para el británico. En el primer punto kilómetro, Martin le aventajaba en 5 segundos, pero la cuestión se revertió en el segundo y tercer punto de toma de tiempos. Wiggins hubo de esforzarse durante un total de 50 minutos y 39 segundos, una marca a la que nadie pudo, ni tan siquiera, acercarse. Martin, que completó una magnífica prestación, dedicó 42 segundos más, y Froome se fue al minuto y 8 segundos.
La victoria de Wiggins venía a demostrar que había reservado fuerzas después de su triunfo en el Tour y que se encarnaba como uno de los principales especialistas en las pruebas contra el crono. Todo ello sin obviar que la medalla era la séptima que el inglés atesoraba en unos Juegos Olímpicos (en pista, atesoraba la nada desdeñable cifra de 3 oros, 1 plata y 2 bronces).
Además, este notorio despliegue del equipo británico venía a reparar, en la medida de lo posible, la monumental decepción que la parroquia local se había llevado el sábado anterior en el que, durante la prueba en ruta, y cuando todo indicaba y hacía esperar un triunfo al sprint de Mark Cavendish, una escapada formada por el kazako Vinokourov y el colombiano Urán, dio al traste con las esperanzas de los súbditos de su Majestad (quede para el recuerdo el curioso desenlace entre los dos de delante, con el kazako atacando mientras Urán se despistaba mirando para el lado contrario).
Otro de los hombres que también tuvo que superar un mal trago, en este caso durante la crono, fue el suizo Fabian Cancellara, quien defendía su título obtenido en Pekín 2008 y que estaba aún aquejado por las magulladuras de la caída en la prueba en ruta. Su actuación concluyó con un discretísimo séptimo puesto, a más de dos minutos de Bradley Wiggins.
Los españoles, a la decepción ya comentada de Luisle, quien sufrió además un pinchazo y finalizó en una impropia trigésimo segunda plaza, nos tuvimos que conformar con la magnífica prestación de Castroviejo, que finalizó en una más que digna novena posición. El jovencísimo ciclista se permitió lujo de doblar a Hesjedal (quien venía de ser ganador en la general final del Giro ante Purito, precisamente gracias a la crono del último día, según se relata en detalle aquí.
La alegría se desbordó y el campeón olímpico tuvo ocasión de disfrutar de su victoria, dejando algunas imágenes para el recuerdo, especialmente una de ellas sentado en un sillón real y expresando su júbilo con signos de victoria en los dedos de su mano.