El primer e “invisible” triunfo español en Alpe d’Huez

Etxabe, en plena subida © puntagalea

Etxabe, en plena subida © puntagalea

Ángel Olmedo Jiménez

Para el más profano en la disciplina del ciclismo profesional la mera mención a Alpe d´Huez evoca esas tardes de insoportable canícula y el murmullo de fondo de las sirenas y fanfarrias de los vehículos de la carrera francesa, anunciando la llegada de los corredores por las atestadas curvas del puerto. Para los iniciados en este increíble deporte, Alpe d’Huez es misticismo, elegía, epopeya, heroica y pasión hecha poesía en movimiento (un cúmulo de nombres e imágenes de ataques, desfallecimientos y estampas de gloria).

En este Tour de Francia de 2015, la ronda gala se presentará en las faldas de la cima en su penúltimo acto, cuando, quizá, el vencedor del maillot amarillo ya se encuentre prácticamente decidido pero, desde luego, volverá a hacer bueno el viejo brocardo de que “quien sale líder de Alpe d’Huez luce el amarillo en París”.

El coloso alpino se eleva 1.850 metros y obliga al aventurado que desea hollarlo a franquear veintiuna curvas, en un continuo vía crucis que se prolonga durante 13 kilómetros y cien metros a una pendiente media del 8,2% que ofrece su mayor grado de sacrificio al desnivel del 11,5%. A pie de puerto, al visitante le saluda el pueblo de Bourg-d´Oisans (a unos 700 metros sobre el nivel del mar), que agradece la cercanía del alpe por la afluencia de visitantes ciclistas y de los amantes del esquí.

La montaña cuenta con una amplia tradición holandesa, puesto que son ocho las ocasiones en las que ciclistas de dicha patria han conseguido cantar victoria en las calles de la estación de esquí donde se coloca habitualmente la línea de llegada (dos de Joop Zoetemelk, dos de Hennie Kuiper, dos de Peter Winnen, una para Steven Rooks y la última para Gert-Jan Theunisse, en el ya lejano 1989).

La historia, ésa que sirve para aderezar las esperas, en las cunetas, hasta el fugaz pase del pelotón, recuperará (en las voces de los más avezados) la primera victoria de un español en el afamado alpe, engrandeciendo (con el regusto y el ensalzamiento de la memoria) lo que se convirtió en una auténtica e indiscutible gesta.

Corría el 21 de julio de 1987 y, desde Villard-de-Lans, partía la vigésima de las veinticinco etapas (más un prólogo, disputado en Berlín y ganado por el holandés Jelle Nijdam) de la Grande Boucle. Una jornada que conformaba la vertebración alpina de la ronda gala (dos días antes, Jean-François Bernard había vencido, de manera incontestable, en el Mont Ventoux y para la vigesimosegunda etapa se preparaba la llegada a La Plagne [en la que Fignon venció al sprint a Anselmo Fuerte]).

En la jornada anterior, la del 20 de julio, Pedro Delgado había vencido y apretado mucho la clasificación general que comandaba el irlandés Stephen Roche (con tan solo un minuto y diecinueve segundos de diferencia sobre el segoviano que era tercero, precedido por Charly Mottet, que se hallaba a solo cuarenta y un segundos del irlandés).

La etapa de Alpe d’Huez (201 kilómetros) era propicia para que el segoviano (como a la postre sucedió) se encaramara al pódium y portase la sagrada túnica amarilla, algo que no ocurría, para un español, desde 1973, año en que el malogrado Luis Ocaña recogía los vítores del público en aquel Tour que “no ganó a Merckx” (aunque no viene al caso, Delgado [enrolado en el PDM holandés], en este año 1987, se dejó la victoria final en los treinta y ocho fatídicos kilómetros de la crono del penúltimo día de Dijon, convirtiendo a Roche [que lucía los colores italianos del Carrera] en el primer [y único hasta la fecha] irlandés en ganar la mayor prueba por etapas del calendario ciclista internacional).

Etxabe, en plena fuga © dorsalcero.net

Etxabe durante su fuga © dorsalcero.net

Aquel 21 de julio de 1987 estuvo marcado por un profundo calor y por el espíritu aventurero de un bravo vizcaíno (de Kortézubi), Federico Etxabe, que el día anterior había celebrado su vigesimoséptimo cumpleaños, y que portaba el maillot del potente BH, comandado por Anselmo Fuerte como jefe de filas y dirigido por el emblemático Javier Mínguez (que ahora se encarga de guiar los designios del combinado nacional).

Etxabe, que no era un desconocido en el pelotón (había sido medalla de bronce en los Nacionales de ruta de 1982, cosechado la victoria en la Vuelta a Burgos del 84 y en el Gran Premio Primavera en sus ediciones del 85 y 86, además de dos meritorios noveno y décimo puesto en los Mundiales de 1984 y 1986, respectivamente), lanzó un ataque, junto a un amplio grupo, cuando los demás favoritos aún esperaban el devenir de los acontecimientos del día (que, antes de Alpe d’Huez dejaba atrás los ascensos de dos puertos de primera categoría, uno de segunda, otro de tercera y dos más de cuarta).

El hombre del BH demarró del resto de sus compañeros de aventura llegando al pie de Alpe d’Huez, en solitario, con una diferencia de unos cuatro minutos y diez segundos sobre un sexteto entre los que se encontraba el belga Claude Criquelion, Anselmo Fuerte, Eduardo Chozas, el colombiano Martín Ramírez, el francés Christophe Lavainne y el austriaco Gerhard Zadrobilek (el líder, junto a Lucho Herrera, que llevaba el maillot de puntos, Delgado, Charly Mottet y Lejarreta deambulaban más atrasados, rondando los ocho minutos de diferencia respecto del cabeza de carrera).

Etxabe, que no era un escalador, sufrió en la ascensión, máxime cuando, por detrás, cuando restaban algo más de diez kilómetros, Lucho Herrera (el Jardinerito de Fusagasugá) lanzó un devastador ataque que, en un principio, solo pudo seguir Delgado (quien portaba el mágico dorsal 51, que antes había coronado a Thevenet, Hinault, Gimondi, Ocaña o Merckx como ganadores del Tour), que no tardaría en ceder ante el empuje del escarabajo.

Por detrás, además de Herrera, su compañero en el Café de Colombia, Martín Ramírez, intentaba ir limando la distancia con Etxabe y a su rueda, a duras penas, se aferraban Anselmo Fuerte (un secante, apoyando las opciones del vizcaíno) y Lavainne, que hacía la goma y esperaba la llegada de su jefe de filas, en el Système U, Laurent Fignon, quien subía sufriendo al lado del colombiano Moncada, que no le ofrecía ningún relevo.

A menos de seis kilómetros, y ante el temor de que Fignon llegase por detrás, Fuerte se lanzó hacia delante, imposibilitando la reacción de Martín Ramírez. Las referencias, ya en ese momento, aupaban al liderato a Delgado (apodado como “Le Fou des Pyrénées” [el Loco de los Pirineos] por su particular modo de descender), que aventajaba en un minuto y veinte segundos, a Roche.

La curva de Etxabe © agonistic.bg.com

La curva de Etxabe © agonistic.bg.com

Ese impulso hacia el maillot amarillo hizo que el segoviano, al paso por la curva 5, pudiera contactar con Herrera, siguiendo su estela y agrandando la brecha que le separaba de Roche, cuando la carrera transitaba, completamente lanzada y convertida en un rosario de corredores que complicaba, en grado sumo, la identificación de su exacta situación.

A pesar de los movimientos de los favoritos, el bueno de Federico Etxabe (dorsal 46) aguantó (aunque la retransmisión de la carrera apenas nos dejara alguna imagen suya [la mayor parte de ellas, repetidas, y previamente grabadas], centrándose en el esfuerzo de un Fignon que se hallaba a más de diecisiete minutos del líder en la clasificación general) y levantó su brazo y puño izquierdo cuando el reloj marcaba 5 horas, 52 minutos y 11 segundos de esfuerzo (a 34, 243 kilómetros por hora de media).

Aventajó en 1 minuto y 32 segundos a su compañero Fuerte, que aguantó las acometidas de los favoritos (Lucho se presentó cuando el reloj marcaba 3,19, Delgado a 3,44 y a Roche le cayó la minutada de 5,28) y sonreía cuando los organizadores de la etapa le agasajaban con el ramo de flores y los abrazos de honor y distinción (en aquella época, aún, el protocolo del Tour no reservaba a los esforzados deportistas la presencia de bellas azafatas en el pódium, pero el vencedor de etapa se hacía beneficiario de un automóvil).

Etxabe sería el primero de los tres únicos españoles que, a día de hoy, han inscrito sus nombres como vencedores de etapa en la cima de Alpe d’Huez, Ninguno de ellos se halla en activo, el (luego sancionado por dopaje durante el transcurso del Tour de 2007) vasco Iban Mayo, en 2003, y el a la postre vencedor del Tour de Francia de 2008 (que fraguó su victoria con un demarraje ante los hermanos Schleck también Alpe d’Huez), Carlos Sastre, conforman la corte de herederos de la tradición iniciada por el de Cortézubi.

En la actualidad, Fede Etxabe ha dejado de lado el ciclismo. Vive con las rentas obtenidas de su época profesional y, además de unas adecuadas inversiones, deja su tiempo en el campo, disfrutando una vida sin complicaciones. Algunos ni le reconocen por la calle. Otros admiran a aquel hombre (invisible para las cámaras de la televisión francesa) que venció en Alpe d’Huez en 1987.

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