Ayer, por fin, disfrutamos de una etapa de ciclismo del que nos gusta, de ese en el que pasan cosas.
Un ciclismo en el que una sucesión interminable de puertos se nos pasa volando y la etapa se acaba rápidamente. De ese en el que te preguntas ‘Pero… ¿este ya es el último puerto?’. Un ciclismo en el que puede pasar de todo y las cosas cambian a cada instante.
Ese ciclismo espectacular que se disfruta cuando se acaba con la hegemonía de los equipos que controlan la carrera cuando sus líderes se visten de amarillo y ya no permiten que nadie se mueva hasta que ésta termina.
Una hegemonía con la que no se acaba por arte de magia, y un ciclismo cuya emoción no surge de la nada. Mucho se ha hablado de esa forma de ciclismo ‘anestesiado’ que practica el Sky, pero para que los británicos lo adormezcan se precisa de alguien dispuesto a ello.
Cuando lo previsible se apodera de un evento deportivo como éste y la falta de confianza se apodera de los rivales, el entretenimiento desaparece.
Los ciclistas, obviamente, participan en el Tour de Francia para conseguir un logro deportivo y unos determinados objetivos basados en las estrategias de sus respectivos equipos. Pero, cuando en la última etapa se suceden los ataques, uno tras otro, entre unos rivales y otros, desde lejos, en los últimos puertos, en los ascensos y en los descensos, me surge una pregunta, ¿ganan los de siempre porque quienes podrían hacerlo y no lo hacen convierten este deporte en algo imprevisible jugándosela en el último momento?
¿Son los rivales más conservadores que los propios líderes que dedican todos sus recursos humanos para impedir que la competición se decida al ataque?
Esta preciosa lucha que se vivió ayer en los Pirineos, ¿podría haber empezado con la primera etapa de los Alpes? Desgraciadamente, esa ambición y esa determinación solo pudimos vivirla ayer.
Y puede que una cosa y otra (lucha y espectáculo), tengan más relación entre ellas de lo que podamos creer, porque una estrategia y una táctica inconformista y ofensiva puede que sea la única forma de dinamitar la hegemonía de los equipos que pasan por encima del resto como un rodillo, lo que genera una expectación y un interés considerable.
Del mismo modo, la gente se apasiona con un espectáculo en el que los deportistas tratan de imponerse a los otros intentándolo una y otra vez, como en la etapa de ayer.
Una etapa huérfana de continuidad (porque ya no quedan más etapas de montaña) y sin ascendencia (dado que en las anteriores se subieron y bajaron los puertos sin apenas batalla) en un Tour que podría considerarse como un Tour de una etapa.
* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo