Últimos seis días naturales de carrera, cinco días hábiles si descontamos el glorioso y aburrido paseo por los Campos Elíseos.
Arrancamos la semana decisiva del Tour. Thomas, Froome, Dumoulin, Roglic, Bardet, Landa, Kruisjwijk y Quintana se disputan la competición ciclista más importante del mundo. Los dos británicos parten con la ventaja que han logrado en las quince etapas anteriores.
En estos próximos días se decidirán las primeras posiciones. El Sky puede mantener las dos primeras plazas del podio si ambos corredores cooperan recíprocamente para neutralizar los ataques que, esperamos, se produzcan.
De lo contrario, uno de ellos será el principal rival del otro. ¿Renunciará Froome a ser pentacampeón del Tour de Francia? ¿A entrar en la historia más grande de esta carrera? ¿Seguirá siendo Froome aquél ciclista que le sacó los colores a Wiggins cuando era el líder del equipo en la edición de 2012? ¿Habrá movida en el Sky? ¿Que rol va a desempeñar Thomas, líder de la carrera, en los próximos días? ¿Va a ceder un primer puesto y su 1’40» de diferencia a un compañero de equipo? ¿Si ninguno cede, se van a atacar entre ellos? O, ¿Lo harán disimuladamente, ‘a la inglesa’?
Entre los rivales, podríamos decir que hay tres subgrupos. En el primero, Tom Dumoulin, que está con el mismo tiempo de Chris Froome, que se dice pronto. Primoz Roglic, en el segundo, a un minuto de éstos. Y por detrás, en un tercer grupo, el de Bardet, Landa, Kruisjwijk y Quintana.
Esto convierte al holandés del Sunweb en el principal rival de Froome y de Thomas, dada la solvencia que ha demostrado en pruebas de tres semanas. Roglic se encuentra en una cómoda posición, sin ser el principal adversario del Sky pero sin acumular el tiempo perdido de Bardet-Landa, aunque se desconoce cuál será su rendimiento tras las dos semanas anteriores de esta gran vuelta.
Con la etapa de hoy nos encontramos la carrera donde la dejamos: en un puerto de montaña en el que los Sky imponen el ritmo más elevado posible para evitar ataques y castigar a los rivales, y en cabeza de carrera se nos quedan los siete u ocho de siempre.
Es en este punto donde, quien quiera ganar el Tour, tendrá que utilizar sus habilidades psicológicas a unos niveles de excelencia que probablemente nunca antes haya imaginado.
Cuando las fuerzas y la capacidad física están tan igualadas entre unos y otros la capacidad mental marca las diferencias. Y para reducir esas diferencias los aspirantes ya solo cuentan con las tres últimas etapas de montaña.
El ataque decisivo no se va a lanzar en plena ascensión, no. Su preparación comienza mucho antes, podría gestarse incluso días atrás, cuando uno siente que tiene la confianza necesaria como para intentarlo.
A estas alturas del Tour, decidir ir a por todas y atacar asumiendo la posibilidad de fracasar corresponde a quienes se encuentran fuera del podio o a esos ciclistas inconformistas que aspiran a todo y que no se contentan con un tercer o cuarto puesto.
En este último caso tenemos a Froome, Dumoulin y Roglic. En el primer supuesto, al resto: Bardet, Landa, Kruisjwijk y Quintana.
Quien protagonice este ataque soñado no podrá probarlo, tendrá que lanzarlo, sin opción, sin alternativas, sin segundas oportunidades, hasta meta.
Una vez demarrado, el objetivo será mantenerlo e ir ganando segundos con independencia de que éstos se logren rápidamente o kilómetro a kilómetro.
La respiración, la frecuencia cardíaca, la cadencia de pedaleo y la velocidad se convierten en un mecanismo único que trabaja para dar el máximo y distanciar así a los rivales.
La mente, un procesador de información que compendia los datos del exterior -como el desnivel de los siguientes metros de carretera o los geles que nos quedan- e interior -como la adecuación del desarrollo que llevamos a la fuerza que somos capaces de realizar o la sensación de excesivo calor corporal- y toma decisiones -como elevar el ritmo y cambiar de desarrollo, tomarnos el último de los geles y aprovechar para beber y echarnos un poco de agua por encima para que el sudor y el airecillo alivien la sensación de agobio-.
Los pensamientos juegan un papel fundamental dado que, en estos instantes límite que se viven durante un ataque definitivo, disfrutan de una posición de privilegio en nuestra mente. Las dudas, la inseguridad o la confianza en uno mismo se amplificarán en función de lo que nos digamos en esos momentos.
Un inocente ¡No puedo! podría ser el argumento definitivo que necesitamos para soltar el pie y bajar el ritmo, y ser engullidos por nuestros perseguidores en cuestión de segundos. Afectará a nuestra creencia en nosotros mismos, disminuirá nuestra expectativa de éxito y reducirá nuestra exigencia para persistir en el esfuerzo.
¡Vamos! ¡Vamos! ¡Lo estás haciendo genial! ¡Sigue así! ¡Mantén este ritmo!, por ejemplo, nos mantendrá focalizados en nuestra ejecución, por lo que emplearemos toda nuestra energía psíquica en regular las fuerzas que nos queden en función del desnivel que tengamos por delante, logrando así optimizar nuestro rendimiento.
Un autohabla positiva es motivadora, dirige nuestra atención a lo que tenemos que hacer y a lo que queremos conseguir, es decir, nos predispone hacia el logro de nuestras metas, en lugar de centrarse en lo que puedan estar haciendo los demás.
Quien logre pedalear en el momento presente, esto es, sin dedicar un segundo a aquellas situaciones que nos sucedieron en el pasado y que nos perjudicaron o a lo que podría sucedernos de no salirnos bien nuestro intento o a lo que puedan estar pensando unos u otros, será quien se encuentre en la mejor situación posible desde un punto de vista cognitivo.
Compitiendo al límite de uno mismo, podremos sobrellevar estos momentos con pensamientos que se nutran de todo lo que hemos sacrificado para llegar hasta donde nos encontramos y que visualicen el objetivo que nos hemos propuesto. Estas son las dos situaciones en las que evadirse por unos segundos del presente pueden favorecernos.
De vuelta al presente, sentir esa sincronía fisiológica y psicológica es una experiencia óptima que nos ayuda a vivir cada segundo de forma positiva, inmersos en un desafío para el que nos sentimos preparados y en el que estamos dando lo mejor de nosotros mismos.
Este estado es una experiencia tan interna en el que cada engranaje depende únicamente de nuestros movimientos, que los aspectos externos quedan en un segundo plano, algo así como si desaparecieran.
Desaparecen los rivales, desaparecen las dudas y la inseguridad, desaparece la gente, las posiciones en la clasificación, el humo de las bengalas, las curvas que faltan. Desaparece la presión, y permanece únicamente nuestro esfuerzo y nuestro objetivo.
Nos convertimos en dispositivos en estado de trance cuya única razón de ser es generar el máximo rendimiento físico y psíquico.
Quienes disfrutamos de este deporte esperamos que, uno u otro de los favoritos a ganar, cada cuál tendrá el suyo, sea capaz de reestructurar todos sus recursos físicos y mentales y concentrarlos en un ataque épico que ponga patas arriba este Tour de Francia.
Un ataque que lleve al pánico a los rivales, quienes a su vez, como si se tratara de una carambola, experimenten la confianza necesaria como para proponerse mejorar su posición a costa de quien se haya visto superado por la ansiedad o el desánimo.
La mente del aspirante podría ser la clave para alzarse con el liderato. Es cuestión de optimizar las destrezas psicológicas, en un momento de la carrera en el que la condición física entre los favoritos se encuentra pareja.
Decidirse a asaltar el podio en estas etapas, y hacerlo con la determinación y la concentración que esto requiere, podría permitir a quien lo intente experimentar ese trance que, si se alcanza, nos lleva a realizar las mejores actuaciones de las que somos capaces.
* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo