Ahí está, próxima e inalcanzable, la misma montaña de todos los días. Una carretera que se eleva hacia algún lugar, que serpentea, que se retuerce y que asciende sin fin.
Las hostilidades han comenzado, por fin, con la llegada de la alta montaña. La etapa de ayer supuso el comienzo del cuerpo a cuerpo para quienes aspiran a ocupar los primeros puestos del Tour de Francia.
Hasta ahora, lo importante había sido no quedarse por el camino. Los nervios, una colocación deficiente, la tensión y despistes inoportunos podían dejarte fuera de carrera si te pillaba una caída, una avería o un corte.
Cualquiera se conformaba con rodar concentrado, atento a los estímulos relevantes, controlando las sensaciones desagradables que produce la ansiedad, sobreponiéndose a los percances de cada día con determinación y un enfoque positivo evitando verse sobrepasado por las situaciones imprevistas, puesto que de lo contrario podías quedar descartado.
La llegada de la montaña ofrece un escenario inmejorable donde jugar de forma proactiva a la guerra psicológica. Y es que, aunque los puertos de montaña van todos hacia arriba ninguno es igual que el otro, aunque en todos ellos la cima esté siempre demasiado lejos.
Unos son largos pero con poca pendiente, otros más cortos pero explosivos; unos se encuentran al inicio de la etapa, otros son finales en alto, y el resto se encadenan en una sucesión interminable de ascensos y descensos.
Esto quiere decir que cada puerto favorecerá o perjudicará a unos corredores u otros en función de su aptitudes, su condición física y su preparación psicológica.
Ayer vimos, por fin, que el ataque de Alejandro Valverde movía a los peones de lujo del Sky en un tablero donde cualquier cosa puede pasar. El equipo británico, pese a haber dominado la carrera y haber obtenido la victoria de etapa y una mayor ventaja, ha evidenciado que algunos de sus corredores no se encuentran al nivel de otras grandes vueltas.
Tan solo Geraint Thomas parece en condiciones de aguantar con Chris Froome, imaginamos que delante de él, es decir, trabajando para el sudafricano que aspira a lograr su quinto Tour.
Movistar ha planteado un envite con el ataque del murciano que no ha logrado descomponer al Sky. Mikel Landa ha tenido dificultades para aguantar el ritmo del grupo y Nairo Quintana, pese a haber llegado antes que el vasco, se encuentra todavía 20 segundos de éste.
Hoy comienza una nueva etapa, y con ella, un nuevo esfuerzo que añadir al realizado ayer, y a su vez a los realizados durante la primera semana.
Además, la carrera continúa. Y la fatiga acumulada se suma a las fuentes de estrés presentes en la competición. Éstas pueden ser desde sucesos importantes a pequeños contratiempos, pero todas ellas son susceptibles de provocar estrés.
Entre los estresores más habituales se encuentran los pensamientos de preocupación por rendir en los rangos esperados, las dudas sobre nuestra capacidad y nuestras habilidades, o las creencias irracionales acerca de la situación o la capacidad de los demás.
De hecho, disputar el Tour de Francia, por su relevancia, ya conlleva mayor estrés y nerviosismo que carreras menos importantes. Es el evento ciclista más importante del año, especialmente para quienes aspiran a ganarlo y que tan duramente se han preparado durante toda la temporada.
La clasificación de la etapa de ayer es anecdótica. Hoy, de nuevo, todo puede pasar, quien estuvo bien puede encontrarse fatigado del esfuerzo realizado, y quien más apuros pasó puede que se convierta en el protagonista de la etapa sintiendo que pedalea sin apenas esfuerzo.
La incertidumbre, cuanto más igualada se encuentre la carrera, será mayor, lo que incrementará los niveles de estrés de aquellos ciclistas que compitan entre sí.
La situación de carrera, así como las expectativas internas y externas al deportista, las instrucciones y comentarios de los directores deportivos, incluso últimamente de los mánagers, pueden incrementar o reducir esa incertidumbre con sus comportamientos en carrera lo que repercutirá en la respuesta de estrés y en sus consecuencias cognitivas y fisiológicas.
El proceso de estrés afectará especialmente a aquellos corredores con predisposición a considerarse amenazados por la competición, así como aquellos que tengan una valoración de sí mismos menos positiva.
Pese a que se acusa al ciclismo actual de estar excesivamente controlado por parámetros métricos y fisiológicos así como por férreas instrucciones de equipo a través de los pinganillos, el ciclismo es un deporte de coraje.
Y el lugar predilecto por excelencia para arriesgar y probar suerte ése es, sin duda, la montaña.
El ímpetu en este deporte es un determinante del éxito, y enfrentarse a una situación adversa como pueda serlo un rival aparentemente sólido que no ha demostrado pasar apuros, requiere mucha confianza en sí mismo.
Convertir una situación de desventaja en un desafío y afrontarlo con determinación, con la convicción de no ceder y con confianza puede ser, en un momento decisivo de carrera, la acción que cambie la clasificación.
Este ímpetu es el responsable de que veamos a un corredor haciendo la goma desde hace minutos y que, de repente, lance un ataque al que nadie pueda responder.
Y es que los límites, en este deporte, se superan cuando establecemos unas expectativas de éxito elevadas y lo hacemos con la determinación de alcanzarlas, concentrados, seguros de nosotros mismos, afrontando la situación positivamente, realizando los mayores esfuerzos y persistiendo en ellos y, por supuesto, cuando nos orientamos al éxito, cuando arriesgarmos en lugar de tratar de evitar el fracaso.
Las próximas etapas de montaña van a generar innumerables e intensos estresores a los corredores, tanto internos como externos, donde las habilidades psicológicas para enfrentarse a las diferentes circunstancias de carrera pueden variar de un día a otro la clasificación provisional e incluso ser determinantes para configurar el podium de París.
* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo