Ayer se disputó en la localidad de Cholet la tercera etapa del Tour de Francia, una contrarreloj por equipos exigente y rápida de 35 kilómetros en la que se impuso el BMC y que reequilibró las diferencias que provocaron las caídas del primer día.
En la general, Van Avermaert de líder, Tom Dumoulin a 11 segundos, Rigoberto Urán a 35 segundos, Richie Porte a 51 segundos, Alejandro Valverde y Mikel Landa a 53 segundos, Chris Froome a 55 segundos, Adam Yates a 1 minutos, Vicenzo Nibali a 1:06 y Romain Bardet, Steven Kruijswijk y Primoz Roglic a 1:15, entre otros.
Podríamos decir que la contrarreloj por equipos es la única competición en la que el ciclismo en carretera realmente es un deporte colectivo, pues el tiempo de cada ciclista lo determina el cuarto corredor en cruzar la línea de meta.
Aunque el ciclismo es, por definición, un deporte individual con la cooperación de compañeros de equipo y con la oposición de los rivales, en la mayoría de pruebas los tiempos se otorgan a los corredores individualmente, atendiendo únicamente al criterio de su orden de llegada respecto del vencedor de etapa.
En este caso, ni tan siquiera la contrarreloj por equipos es completamente colectiva, dado que aquellos corredores que llegan descolgados de su grupo paran el cronómetro en el instante en el que cruzan la línea de meta.
Sin duda, una especialidad compleja a la par que espectacular, dado que, al aspecto físico y técnico que tiene la contrarreloj, se añade la presión del tiempo, y todo ello colectivamente.
Y esta es, precisamente, la particularidad más determinante: todos los corredores del equipo, independientemente de cuáles sean sus características individuales, tanto físicas como psicológicas, convergen al mismo tiempo en una prueba que requiere de todos ellos mantener el ritmo colectivo más elevado para llegar agrupados a la meta en el menor tiempo posible.
Esto hace que los procesos de grupo tengan tanta importancia en una competición de este tipo.
Si optimizar el rendimiento colectivo e individual precisa de la intervención sobre la dinámica interna del grupo, el momento evolutivo en el que se encuentre, los estilos de liderazgo o la cohesión entre sus miembros y hacia la tarea, esta circunstancia es especialmente importante en una contrarreloj por equipos.
Conocer a tus compañeros como a ti mismo
Una fila de ciclistas, rodando a escasos milímetros unos de otros, a velocidades de vértigo, relevándose constantemente entre curvas, baches, repechos y descensos, con constantes cambios de ritmo, obligando a esprintar a los últimos corredores de la fila tras cada rotonda, en la salida de cada curva. Los directores deportivos dando indicaciones a través del pinganillo, el ritmo siempre al límite, puesto que una crono es exáctamente eso: una prueba al límite.
Mientras todo eso sucede en los 38:46 que, por ejemplo, empleó ayer el equipo vencedor, y además sucede a una velocidad media de 54,2 kms/h, los corredores no solo respiran, pedalean, calculan, trazan… también sufren, dudan, piensan, temen, sueñan.
El esfuerzo físico es máximo; la técnica depende del entrenamiento previo; los roles están claros; todos unen sus fuerzas para conformar la unidad del equipo, economizando esfuerzos y afrontando la tarea de la forma más eficiente con un único objetivo: el éxito del equipo.
Y para lograrlo, una respuesta afectiva destaca por encima de todas, aquella que nos permite comprender el estado emocional de los demás y por la que nuestra preocupación real es el bienestar del resto de compañeros.
La empatía nos hace dar lo mejor de nosotros mismos, pero de manera distinta a cuando adquirimos un compromiso profesional y formamos parte de un equipo.
En este caso, la empatía nos lleva a ayudar al líder o a otros miembros del equipo porque entendemos su situación y comprendemos su objetivo.
Al adquirir cognitivamente su perspectiva somos capaces de sentir sus emociones y experimentar lo que significa estar en su lugar, expuestos al éxito pero también al fracaso.
En esta coreografía aerodinámica de relevos, aeromanillares, monos integrales y esfuerzos máximos, la empatía actúa como un adhesivo convirtiendo a un grupo humano, con sus objetivos comunes -y también individuales-, y con sus roles -y también con sus rivalidades-, en un mecanismo que se sacrifica, no ya por un objetivo, sino por el éxito de otros.
Conocer a los compañeros como a uno mismo, saber perfectamente donde levantar el pie para evitar que determinado corredor se descuelgue o cuando alguien ha perdido unos metros a cola para que pueda entrar a la fila de nuevo, poner un ritmo que permita aguantar a quien más dificultades tiene en según que situación, a que no se separe de la formación, o alargar los relevos para que otros los den más cortos, todas estas situaciones van más allá de cumplir el objetivo.
Son el resultado de ponerse en el lugar del resto de compañeros y sentir su angustia y satisfacción como si fueran nuestras.
* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo