El próximo domingo 14 de julio se celebrará en Moralzarzal (Madrid) la V Marcha Cicloturista Pedro Herrero. Sin embargo, por aquello de la promoción y del marketing, se está vendiendo el evento desde la propia organización, como las bodas de oro de la que un día fue una de las carreras más importantes del campo aficionado y que desapareció en 2008 cuando estaba integrada en la Copa del Porvenir. Como otras tantas carreras, demasiado gasto, cuando existen alternativas mucho menos gravosas –incluso con superávit- como pueden ser las pruebas cicloturistas. Y que encima se venden muy bien por aquello del «deporte popular».
Sea como fuere, me duele, y mucho, ver convertida una de las pruebas históricas del pelotón nacional en una cicloturista más, otra de las marchas madrileñas que recurre a los puertos tradicionales de la Sierra del Guadarrama como principal (y único) atractivo. Y me duele más aún porque es una carrera con la que he tenido un contacto muy directo en varias fases de su existencia.
Nacida en 1963, en honor de Pedro Herrero –por entonces vicepresidente de la Federación Española y que veraneaba en Moralzarzal-, por las calles de esta población serrana pasaron –y ganaron- algunos de los mejores aficionados en las décadas de los sesenta y setenta, como Agustín Tamames, Andrés Oliva, José Luis Viejo, Enrique Martínez Heredia o Bernardo Alfonsel.
Descubrí la prueba en 1979, en el primer año que pasé en Moralzarzal, población para la que ese primer jueves de agosto de cada año era un día de fiesta, con «las carreras«, como se llamaba popularmente al Trofeo, cuando el ciclismo se vivía como un evento popular no como un estorbo. No obstante, mi mejor recuerdo es que mis primeras líneas publicadas sobre ciclismo tuvieron como «tema» la edición de 1984, que ganó un desconocido chileno, Hernán Bretti, que no haría carrera en nuestro país. Desgraciadamente no conservo dichos recortes.
La organización corría a cargo del Club Ciclista Chamartín, que cedió los bártulos tiempo después a la villalbina Peña Ciclista Hijos de Víctor Gil, que se encontró en los noventa con una carrera que perdía parte de su esplendor, aunque en su palmarés aparecieran nombres como Igor González de Galdeano (1994) o Francisco Mancebo (1997).
Mi segundo acercamiento a la prueba tuvo lugar a finales de 2002 cuando «convencí» a los organizadores para que inscribieran la prueba en la Copa de España del Porvenir del siguiente año. Fue un renacimiento momentáneo, con algunos momentos para recordar como el doblete del Wurth-Liberty en 2004, o el espectacular triunfo de Rubén Martínez en 2006. Desgraciadamente no duró mucho y la edición de 2008, con victoria del valenciano Andrés Vigil, fue la última celebrada.
Por eso, por mucho que se quiera «asociar» ambas pruebas para festejar el cincuentenario, para mí no deja de ser simplemente el quinto aniversario de la desaparición de una gran carrera. Y eso no es precisamente motivo de celebración.