En la sencillez que se desenvuelve Tadej Pogacar reside la clave de su dominio.
Hacer fácil y rápido lo que a muchos nos costaría una vida, hacer sencillo lo complicado, conseguir lo que te propongas con la misma naturalidad que aprendes a leer o escribir, a montar en bicicleta.
Recuerdo una conversación que tuve con Chema Rodríguez, maestro fundador de mi querido Meta 2Mil, a raíz de la etapa de Le Grand Bornard en el Tour de Francia.
Venia a decirme Chema «es que superaba con una suficiencia brutal a los rivales, iba fácil, en bailarina, como sonriendo sobre la bicicleta».
Eso es, sonreía mientras escribía historia, leyenda mayúscula, con la facilidad de quien se sabe bendecido por unas cualidades únicas, como aquel primer momento en el que Pogacar vio su posición amenazada, Volta Algarve de hace casi tres años, siendo un neo, de amarillo, y gestionando la crisis como si lo llevara de serie.
En la historia hay buenos ciclistas, campeones y únicos o elegidos, Pogacar pedalea hacia la tercera categoría
Es uno de esos ciclistas que ha venido para marcar época, lo está haciendo en cierto modo, pero su forma de competir, de dosificar, prácticamente gana lo que compite (el pleno lo evitó Roglic en la Itzulia) e invita a pensar que le queda carrete para tiempo.