El pasado 28 de octubre de 2014, el Comité Olímpico Español tuvo el placer y el honor de distinguir a nuestro apreciado y querido presidente D. José Luis Ibáñez Arana con la Insignia Olímpica «por su destacada contribución y dedicación al desarrollo del Ciclismo en España», a petición unánime de la Junta Directiva de la Real Federación Española de Ciclismo, tras acuerdo tomado en reunión celebrada el 10 de octubre del citado mes. Y ha sido el viernes 3 de abril de 2015, cuando se ha hecho la entrega oficial de tan merecido reconocimiento, no ya solo de la familia olímpica, sino por parte de todo el colectivo ciclista, que décadas atrás presidió.
Para aquellos, entre los cuales modestamente me incluyo, la figura de este presidente de nuestra Casa común, la RFEC, puede tal vez quedar algo lejana en el tiempo y es vivida en cierto modo como un recuerdo heredado; pero no lo es así su intangible impronta. Es por ello que en estas líneas me he permitido esbozar una pequeña porción de la trayectoria humana y profesional de este alavés, nacido en 1927 en las faldas del monte Gorbea.
Quisiera comenzar por la única anécdota compartida con él, y que dice mucho de su carácter perseverante y entrañable; esta no es otra que, con ocasión de la jubilación, a finales de 2006, de una estimada trabajadora de la RFEC, nuestra compañera, Pilar Fernández, y a pesar de estar D. José Luis Ibáñez Arana ya próximo a los 80 años de edad y considerando su delicado estado de salud de entonces, desoyendo la recomendación de sus hijos; siempre atento, siempre presto, no dudó ni por un momento en coger en solitario un autobús de Vitoria-Gasteiz a Madrid para estar presente por espacio de unas breves horas en el íntimo homenaje dado a Pilar por sus compañeros. Como uno más, con la humildad que siempre lo ha caracterizado, para casi sin hacer ruido, regresar el mismo día a su amada tierra. Fiel a sus principios en cada momento.
Corría la década de los años 40 y tal vez nadie podía imaginar que aquel niño que en Murgia daba sus primeras pedaladas por los alrededores del Santuario de Ntra. Sra. de Oro con una bicicleta prestada por unos veraneantes vecinos -a cambio de impartirles unas clases-, llegaría a ser el máximo exponente institucional del ciclismo nacional. O quizás sencillamente fue, más que un objetivo, una consecuencia de su quehacer y logros, allá por los finales de los 70, donde capitaneando una modesta Federación Alavesa poco a poco se convirtió en todo un referente a nivel nacional, lo que, casi sin proponérselo, le llevó a presidir la recién estrenada Comisión Nacional de Ciclismo Infantil de la RFEC. Desde un primer instante, ya en la esfera federativa a nivel nacional tuvo muy claro lo que quería.
Cercano y afable, incansable vitalista que transmitió la pasión que ponía en cada acción, en cada paso hacia adelante, supo rodearse en su justa medida y proporción tanto de gente veterana como joven, sabiendo delegar, conjugando las relaciones, construyendo un equipo de buenos y entusiastas colaboradores, altamente implicados y preparados, poniéndose en esta época de renovación global, y aun a riesgo que pueda parecer presuntuoso, las bases del ciclismo moderno español, que lo situaría a la vanguardia del deporte nacional. Con la instauración de un nuevo modelo de gestión, de planificación, de afrontar y concebir el ciclismo federado, implementándose una nueva filosofía de hacer las cosas, con Trabajo, Disciplina y Mentalización, se puso orden, criterio y equilibrio; renovando estructuras, actualizando conocimientos, en definitiva estableciéndose una verdadera pedagogía del deporte ciclista en todas las áreas de gestión.
Se podrían enumerar un sinfín de cuestiones realizadas durante su periodo de gobierno, pero seguramente me dejaría tantas o más en el tintero que las que se puedan citar, es por ello que resistiéndome a esta tentación, me quedaré tan solo con un hito histórico en el devenir de la RFEC efectuado bajo su presidencia: la instauración de las Jornadas de Ciclismo Infantil, y en especial las celebradas durante la primera semana de agosto de 1984 en Tarragona, las cuales fueron patrocinadas y auspiciadas nada menos que por el Comité Olímpico Internacional -presidido por entonces por D. Juan Antonio Samaranch- y de las que sus genuinos protagonistas, técnicos responsables, organizadores y participantes, a buen seguro, todavía guarden en su memoria un grato recuerdo de las mismas.
Bajo su mandato presidencial, en la parte técnica y formativa, se cimentó el edificio federativo, donde se fundan escuelas ciclistas y éstas toman carta de naturaleza propia, cobran protagonismo en la construcción de la pirámide ciclista, de la base a la excelencia. Marcando un antes y un después, despertando al ciclismo de un atávico letargo, efectuándose un auténtico paso de gigante en los principios operativos y funcionales, pasando de una formación tradicionalista, ciertamente improvisada y empírica a una programación estudiada y programada, priorizando el fomento de las relaciones humanas, del desarrollo educativo del joven deportista, percibido e ideado como un alumno, como una persona más que como un futuro e hipotético campeón; lo que facilitó que esta revolucionaria concepción, no solo fuera cuna y vivero de grandes ciclistas, sino también de significativos y relevantes técnicos.
Del aprendizaje de este reciente pasado de la RFEC -que en 1990, dicho sea de paso y siendo todavía Presidente vino a serle otorgado a la Federación el antetítulo de Real-, de sus enseñanzas, se gestaron los mimbres de la Federación Española de Ciclismo, en su reto olímpico: los JJOO de Barcelona de 1992. Su gran salto de calidad, aire fresco que todavía hoy perdura.
Con el emotivo acto de entrega de la Insignia Olímpica, que efectuamos en su domicilio, al Presidente más antiguo entre nosotros, no solo damos cumplido mandato de un acuerdo federativo, sino que sobre todo testimoniamos nuestro sincero reconocimiento y tributo a la historia reciente de nuestro deporte, historia viva que está más presente que nunca. Su legado permanece, en los muchos y anónimos clubs y técnicos que con su labor diaria, en cierto modo silenciosa, gris, y en no pocas ocasiones infravalorada, contribuyen a mantener el ciclismo más activo, fuerte y enérgico si cabe que por entonces, reivindicando su capacidad natural para suscitar y despertar emociones, vivencias; sin partidismos, ni afiliaciones, ni desafectos. Capital y activo intangible de nuestro deporte.
Por todo ello, por lo expresado en estos párrafos, pero sobre todo por lo mucho que no cabe en ellos, por tu entusiasmo y sensibilidad infinita que traspasa el papel y barniza todo. MUCHAS GRACIAS, Presidente.
Alejandro Martín García
Secretario General RFEC