No pocos aficionados al ciclismo esbozan una sonrisa cuando surge el nombre de Fernando Escartín. Pocos ciclistas conectaron de forma tan directa y sincera con el público a través de la incondicionalidad en el esfuerzo y la entrega en carrera.
Durante más de diez años Escartín fue uno de los ciclistas más queridos del público: no era el más laureado, tampoco el más elegante, creció rodeado de auténticos gigantes, pero supo rascar su sitio en el corazón del buen aficionado al ciclismo.
Esa década de ciclismo parte del mismo Clas-Cajastur, el equipo de la tierra, que se hizo multinacional con Mapei. De ahí a los mejores años liderando el Kelme, el equipo que ponía los gregarios a bailar para que Fernando Escartín volara y alcanzara metas increíbles como los podios en la Vuelta y el Tour y aquella etapa de Piau Engaly.
Años después aquellos años quedan lejos, pues hoy diseña recorridos que omiten las cronos y potencian las llegadas en alto: «Me equivoqué de época» cuenta, pero no cambiaría nada del ciclismo que le tocó vivir, un ciclismo que con todas sus imperfecciones le dio todo lo que tiene.
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