© Lo de Évole
A Eufemiano Fuentes Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1955) no se le ocurre ningún título de película para el núcleo de su entrevista -«es la última que concedo»- a la pregunta del desarbolado, impotente y estupefacto Jordi Évole. El productor -en su línea incómoda e incisiva- le pone como ejemplo «Sangre, sudor y lágrimas», que en realidad fue una frase del primer ministro británico Sir Winston Churchill. Ignoro si al galeno canario le gusta Pedro Almódovar o incluso el cine ante su nula aportación, pero bien podría haber elegido «La flor de mi secreto» protagonizada por la sublime Marisa Paredes en su papel de escritora anónima.
Y es que Fuentes, traje blanco y camisa azul sin corbata, recientemente jubilado, sin problemas de pensión y aparentemente dispuesto para desvelar nombres del deporte español y/o internacional implicados con el dopaje se quedó tal cual, como era de prever. Tomando primero agua y después un cóctel viendo el oceáno Atlántico desde una terraza insular y reafirmando una vez más su carácter egocéntrico, ombligo universal, hablando sin decir nada y callando y otorgando quizás más con tímidas píldoras, una bautizada con el apellido Cacho y nombre Fermín. Y siempre pertrechado bajo el paraguas de la clandestinidad -él lo llama «discreción»- que ha caracterizado su carrera médica relacionada con el deporte profesional y el dopaje, la trampa, la manipulación y las medias verdades. Una praxis que le reportó pingües beneficios merced a su reconocida fama y eficacia con sus -cómo él les llama- clientes que no pacientes a pesar de su teoría «profiláctica» (sic) para aplicar sus exitosos métodos.
Quizás Évole haya sentido en su pellejo durante la entrevista -presuntamente pagada y pactada- la sensación que tuvimos la práctica totalidad de periodistas especializados en ciclismo -y otros- desde que el marido de la exatleta Cristina Pérez apareció en el ámbito de las dos ruedas. Que Fuentes cree que todos somos estúpidos. Los argumentos de «la recuperación del ciclista es fundamental», la manida «anemia» del deportista o las célebres «bielas» de su colega Cecchini a Casero antes de ganar la Vuelta a España 2001 -mediática primicia que dimos en el tristemente desaparecido semanario Meta 2Mil– y demás zarandajas ya no se las cree nadie desde hace muchos años. Desde la entrevista ya son muchos más los que han descubierto su peculiar ambigüedad.
Igual que él no puede demostrar -más bien no quiere- que hubo medallistas españoles en Barcelona’92 dopados, los medios de comunicación tampoco pudieron demostrar en su momento lo que todos sabían. Su red clientelar, su clínica madrileña en cuya sala de espera coincidían buena parte del pelotón español e internacional de la época, sus transfusiones, sus pagos -la tarifa del momento era 30.000 euros por tratamiento para una gran vuelta-, la subasta entre los equipos a ver quién se quedaba con sus servicios y su prestigio eran una parte más del submundo de este deporte tocado por el silencio y la hipocresía de sus protagonistas. Tuvo que ser la Guardia Civil en 2006 y antes en 2004 el testimonio de Jesús Manzano -excorredor y pupilo suyo en Kelme- en el diario As los que desactivaron la bomba oculta. Era cuestión de tiempo.
Fuentes tiene razón cuando responde que no se sentía el mejor, pero «sí uno de los mejores» médicos deportivos de su época en clara competencia con -nada que ver con el firmante- Michele Ferrari, constructor de la mentira Lance Armstrong y demás. Por eso tuvo tanta atracción y querencia por buena parte de un colectivo deportivo (sic) profesional, sin escrúpulos, defraudador, insolidario, indigno y, sobre todo, sucio y tóxico, asqueroso más bien. Otro tipo de corrupción y quizás comparable con el execrable mundo de la prostitución. Sin clientes no existiría esta lacra. Pues aplíquenlo a ciclistas y demás que no han tenido tapujos en traspasar la línea. El mentado texano y el propio «Ufe» -según Hamilton, «un muy buen ciclista»- dicen siempre que «como todos lo hacían» ellos también, así que a emplear dinero negro y empezar y ejecutar el peor camino que puede acometer un atleta que, desde ese momento, deja de serlo.
Absuelto de un delito contra la salud pública tras ser condenado un año -no recordaremos el caótico proceso judicial de la Operación Puerto dirigida por el entonces teniente de la Guardia Civil, Enrique Gómez Bastida, posterior director de la AEPSAD– ahora quizás estaría recuperándose de su pena en alguna prisión española. Entonces dopar -hecho probado en la sentencia- no era delito en España y ahora sí. Un cambio que el gobierno doméstico hubo de legislar tras el escándalo mayúsculo de lo que define Fuentes «una persercución» contra él por, al parecer, declinar la oferta del Consejo Superior de Deportes -que iba a presidir el socialista Jaime Lissavetzky («ese apellido ucraniano»)- de encargarse del indefinido equipo español olímpico en el ciclo cuatrienal hacia los Juegos de Pekín 2008 vía recomendación de Fermín Cacho (aten cabos). Otra de sus ocurrencias conspiranoicas.
El ginécologo en sus comienzos reconoce que fue un tramposo «parcialmente», que usó «sustancias dopantes antes de que lo fueran» y que iba siempre «por delante» -la gran ventaja siempre de los médicos deportivos ante gobiernos y organismos como la Unión Ciclista Internacional o la Agencia Mundial Antidopaje-. También la autoría de sus planes de dopaje -«esa no es mi letra y no se aplicó porque se lesionó»- y sus flirteos confirmados con el fútbol -más silencios ensordecedores- y otros deportes en los que el entrevistador no quiso entrar como el tenis.
Lo que no reconoce es cómo se ha hecho millonario a base del engaño permanente, de dónde sacaba las sustancias dopantes, obviamente la lista de sus clientes -escudándose en su secreto profesional- y/o su equipo de colaboradores. Tampoco pedirá perdón jamás porque lo hizo «en conciencia», pero gracias a sus excelsos conocimientos incubados en las denigrantes prácticas de los países del Este -léase la Unión Soviética y/o la República Democrática Alemana-, hubo deportistas que se han lucrado gracias a victorias y éxitos fraudulentos, robándoselos a esos segundos clasificados -en ocasiones también manchados y en alguna carrera incluso clientes de Fuentes-, engañando a aficionados y medios de comunicación, pero sobre todo a él mismo y a sus acérrimos pagadores. Algunos se salvaron del radar, otros fueron sancionados y después compitiendo y alguno de su entorno recurrió al suicidio como su «correo» Alberto León.
Fuentes se abrió y se cerró como una flor -con sus múltiples secretos- en su última aparición televisiva. Ahora queda esperar que -metafóricamente- se marchite, desaparezca y no vuelva a reverdecer jamás. Y aunque el dopaje sigue exisitiendo -y existirá por la inherente condición humana- en el deporte de elite, la impunidad de la que disfrutaron él y sus afiliados es cada vez más angosta. Quizás hasta que aparezca otro «Eufemiano» adelantado a su tiempo. Estaremos atentos.
Todo el mundo le buscaba en aquellos tiempos, para ganar, para obtener títulos, etc. Cuando la cosa se puso caliente .., fueron a retirarlo del camino.
Esa es la hipocresía del deporte profesional español.
AHORA QUEREMOS HACER CULPABLE AL SR. FUENTES CUANDO LOS CULPA SON TODOS LOS DEPORTISTAS QUE FUERON A SU CASA A POR LOS PRODUCTOS QUE LES HICIERAN ANDAR MÁS PERO QUE NO SE NOTARA.
POR EJEMPLO : LAS CHULETAS DE ALBERTO CONTADOR, ALEJANDRO VALVERDE Y NO DIGAMOS DE LOS ATLETAS ESPAÑOLES QUE PARTICIPARON EN LAS OLIMPIADAS DE BARCELONA.
EL CULPABLE ES QUIEN LA COMPRA.
EL SR. EUFEMIANO FUENTES ES INOCENTE, LOS CULPABLES SON, PANTANI, BASSO, CONTADOR, VALVERDE Y ETC. ETC.