El pasado mes de enero, durante la cena previa a la presentación de la Vuelta a España, un sarao en el que VIP’s, patrocinadores, organizadores, directores, equipos y periodistas comparten, lejos del estrés y la tensión de la competición, confidencias y chascarrillos, el que esto escribe tuvo la ocurrencia de sondear a unos y otros sobre dos nombres que, por entonces, resonaban en su enfermiza cabeza ciclista. Si pude comprobar el catálogo prácticamente completo de caras expresando algo así como “y este tío, ¿de qué carajo me está hablando?” cuando pregunté a más de uno por las opciones de un tal Wout Van Aert en las clásicas de primavera; no quieran imaginarse las muecas cuando, recordando unas líneas escritas poco tiempo antes, preguntaba por Remco Evenepoel.
Sólo Matxin, hasta poco antes scouter de Quick Step y uno de los mejores mineros de diamantes en bruto, me pudo iluminar algo más sobre aquel fenómeno que los británicos suelen calificar como The next big thing y que algunos meses más tarde la prensa de su país, siempre tan necesitada de encontrar al heredero de Dios padre, comenzó a llamar El Nuevo Eddy Merckx, algo de lo que, por cierto, el protagonista trata desvincularse cada vez que tiene oportunidad.
“Sólo soy el nuevo yo”
“No me gusta que me llamen El Nuevo Merckx. Yo no voy a ser capaz de hacer lo que él hizo. Eso no está a mi alcance. Quiero hacerme un nombre propio. Ojalá lo consiga. Quiero ser un nuevo ídolo ciclista para mucha gente”. Pese a su juventud, el desengaño que supuso para él su adiós al fútbol ha servido para que, al menos en apariencia, su cabeza funcione de forma bastante más madura a lo que suele ser habitual en deportistas que destacan de forma tan rutilante a estas edades. “En cualquier caso, tampoco me supone una presión añadida que me llamen de esa manera. No puedes comparar dos ciclismos tan distintos como el actual y el de Merckx. Hoy corremos con otros materiales y las carreras en sí son muy distintas. Sencillamente, soy el nuevo yo”.
Hoy, claro está, pocos pondrían cara de ictus si se les pregunta por Remco Evenepoel y, de no ser por Lefevere, todos los mánagers de equipos World Tour tendrían en su lista de llamadas recientes varias conversaciones con el representante del imberbe belga. The next big thing.
Echar un vistazo a su palmarés de 2018 es sobrecogedor. Nada ni nadie aguanta, al menos en el ciclismo moderno, la comparación con Evenepoel. 26 días de competición en el calendario UCI que se traducen, ojo al dato, en 17 victorias (más cinco triunfos en clasificaciones generales, el cien por cien de las disputadas) y seis puestos de podio más. Referirse a él como el nuevo Caníbal es, más que una comparación con un corredor irrepetible, una necesidad para poder contextualizar la locura a la que estamos asistiendo. Nadie, desde el irrepetible corredor que al que el próximo año el Tour homenajeará por el 50º aniversario de su primera Grande Boucle, atesora números como el de su joven compatriota. Por ello, poner los dos nombres en la misma frase es tan goloso… y tan incorrecto.
La humillación del Tour du Condroz
Su dominio de la categoría júnior es tan aplastante que el pasado día 30 de junio dobló a todos sus rivales en el Tour du Condroz, una clásica belga que se disputa en territorio de las Ardenas y que, por lo tanto, tuvo que ser suspendida. Esa barbaridad no fue más que el resultado de su manera de entender el ciclismo. “Se trata de patear hasta que los demás ya no puedan más. Pedaleo, miro hacia atrás, y cuando veo que los demás empiezan a romperse en mil pedazos, bajo un piñón más y aprieto más. Y luego, otro piñón. En ocasiones, sencillamente puedo jugar con mis rivales. Acelero, dejo que me cojan de nuevo, vuelvo a acelerar”.
A Remco Evenepoel, que cumplirá 19 años el próximo mes de enero, no le gustaría enfrentarse a alguien como él. “¿Qué sentiría si alguien me doblara? Humillación. No me motivaría volver a estar en la salida con un rival así. Por ello, entiendo que haya muchos corredores que se estén contentos de que me vaya de la categoría. Para ellos, no hay nada que hacer”.
Evenepoel, es bueno recordarlo, se sacó su primera licencia como ciclista en enero de 2017 y comenzó a competir en abril de ese mismo año. Hasta entonces, había dedicado su vida al fútbol, alcanzando el puesto de capitán en las categorías inferiores del Anderlecht y de los Diablos Rojos. Por fortuna para el ciclismo, alguien, tras hacer unas pruebas físicas, consideró que el chaval que es capaz de correr (y ganar) un mundial de CRI (con el desarrollo limitado a un 54×12) a 50 kms/h, que se convierte en el primer Júnior que gana las pruebas de fondo y CRI en la misma cita mundialista, que le mete casi 10 minutos a la competencia en un Campeonato de Europa o que dobla a todo el pelotón en una carrera nacional, no alcanzaba los mínimos exigibles.
Evidentemente, meter todos esos ingredientes en la coctelera y agitarlos durante un periodo de tiempo tan breve como media temporada antes de convertirlo en el cocktail perfecto ha despertado las dudas y los chismorreos que siempre acompañan a las grandes gestas. “Claro que he oído las cosas que dicen sobre dopaje, pero sólo este año he pasado ya más de 30 controles de todo tipo [estas declaraciones las realizó el pasado mes de agosto] y en distintas carreras, como el campeonato de Bélgica, comprobaron mi bicicleta en busca de un motor. También suelen comprobarme la bicicleta nada más llegar a meta para asegurarse de que no haya usado un desarrollo no permitido. Han mirado lo habido y por haber para comprobar que todo es normal. Puedo decirlo de forma clara y contundente: todo es normal”.
Pero el concepto de normalidad queda extrañamente desdibujado con este joven belga que el pasado martes se enfundaba, a la primera, el maillot arcoíris de contrarreloj en una carrera normal en la que “la idea era salir con calma para ir cogiendo tono en las piernas y afrontar bien las subidas de la segunda parte del recorrido, pero pronto me di cuenta que tenía un buen día y desde el kilómetro 10 fui a tope. Rápidamente me informaron que llevaba medio minuto de ventaja que en el kilómetro 18 había subido a casi un minuto”. O, claro, tan normal como hacer lo que nadie había hecho antes: unificar los arcoíris de CRI y fondo en la misma cita. Y todo ello, mientras tranquilo, como corresponde a una edad en la que todo sigue pareciendo un juego de niños, que es lo que en realidad es este rubio imberbe, reconoce que «sí, hago dieta. Sigo comiendo mis patatas fritas y mis sándwiches de Nutella cuando me apetece. Esa es mi dieta«.
Muchas concentraciones, pocas carreras
El próximo año Remco Evenepoel será un lobo más en el Wolfpack de Patrick Lefevere. Un salto, que como él mismo reconoce, “será enorme. El paso entre Júnior y profesional es muy grande, por lo que nos vamos a tomar las cosas con calma. No estaré en muchas competiciones, sino que me centraré en participar en las concentraciones en altura para desarrollar mis capacidades como vueltómano”. En un país que desde hace muchos años no ha conseguido descubrir a ningún gran aspirante al triunfon en grandes vueltas, Evenepoel reconoce que “ese es mi sueño”. Para ello, en 2019, “correré, de vez en cuando, alguna carrera de seis o siete días”. Si todo sigue según lo previsto, “la primera carrera en la que tomaré parte será la Colombia Oro y Paz. No aspiro a correr ya grandes vueltas, pero sí a ir desarrollándome participando en carreras por etapas”.
Y a todo esto, recuerden: hoy se ha concedido la organización del Mundial 2021 a Flandes. El Mundial del centenario. Y más de uno ya sueña porque ya hace demasiado, en términos ciclistas belgas, que Philippe Gilbert (Valkenburg, 2012), Tom Boonen (Madrid, 2005) o Johan Museeuw (Lugano, 1996) no llevan el arcoíris al país más rematadamente loco por el ciclismo del mundo. Y mucho más, por cierto, desde que Benoni Beheyt no ganara un Mundial como local en Zolder, 1963.