En el Tour de 1936, el vizcaíno Federico Ezquerra hizo valer sus dotes de escalador en un contexto muy particular. En España, la situación política había llegado a un punto de no retorno con el intento de golpe de Estado por parte del bando franquista significando el inicio de la Guerra Civil.
Para los aficionados a la historia de Francia, el verano de 1936 evoca un periodo de concordia, optimismo y conquista de avances sociales, como se pudo observar en el propio Tour de Francia gracias a la instauración de una semana de vacaciones pagadas. Sin embargo, al otro lado de los Pirineos, la victoria en febrero de una coalición de izquierdas llamada Frente Popular dio paso a un periodo de violencia que desembocaría en la guerra civil española. En concreto, el bando nacionalista intentó dar un golpe de Estado el 17 y 18 de julio. Mientras tanto, los corredores españoles empezaban el Tour a la defensiva, por ejemplo en los adoquines de los primeros compases, pero su momento llegó cuando la ruta se adentró en la montaña. El 19 de julio, el itinerario especialmente escarpado de la etapa entre Niza y Cannes le vino como anillo al dedo a Federico Ezquerra, quizás el corredor más explosivo del pelotón. La facilidad con la que acometía las ascensiones ya le había granjeado el sobrenombre de «el Águila del Galibier» en el diario L’Auto cuando franqueó ese pico en su primera participación en 1934. Ya en 1936, conseguía dejar atrás sin problemas en la subida a sus dos compañeros de escapada, Sylvère Maes y Félicien Vervaecke, en la subida a La Turbie. Federico sintió el aliento de los dos perseguidores durante los treinta kilómetros restantes de la etapa. En el descenso, el corredor vasco decidió no cambiar de marcha, lo que en aquella época suponía detenerse durante medio minuto para girar la rueda trasera. La apuesta le salió bien y Ezquerra se alzó con la victoria más importante de su carrera en la costa Azul.
La carga política de la victoria de Ezquerra pareció escapársele al diario L’Auto, pero el periodista Jacques Goddet se deshizo en elogios con el vizcaíno y definió su estilo con absoluta precisión: «No es especialmente estético nuestro Federico cuando pedalea de pie, muy inclinado hacia delante y pasando el peso de la bicicleta de un muslo a otro con la cadencia seca de un metrónomo. La fuerza sale a golpe de riñón, y casi se puede decir que va creciendo. La cadera parece tirar del pedal cuando sube, en vez de al bajar. Ese tipo de movimiento es justo el que otorga esa impresión de ligereza que transmiten los buenos escaladores». Al año siguiente, en 1937, participó en el Tour un equipo de la España republicana compuesto básicamente por exiliados. Dos de ellos, Mariano Cañardo y Julián Berrendero, se alzaron también con su única victoria de etapa en el Tour de Francia.