Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
La París-Tours es una de las pruebas que componen ese importante elenco de Clásicas “menores” (no monumentos) y que concita el interés de la parroquia ciclista cuando la temporada da sus últimos coletazos. La llegada en la avenida Grammont es una imagen que forma parte de la conciencia generalizada del ámbito ciclista y, en especial, de los velocistas y rodadores que la marcan en rojo dentro de sus planificaciones anuales.
Los españoles, por las condiciones implícitas de la prueba, antes detalladas, nunca han tenido una gran relevancia en la París-Tours, hasta el punto de que, salvando el tercer puesto de Luis Otaño en 1960, nadie había exhibido su grandeza en el pódium antes que Óscar Freire (Torrelavega, 1976).
El tres veces campeón del mundo había coqueteado con la victoria en 2001, en una edición en la que se impuso Virenque, seguido de Óscar, y en la de 2004, cuando el holandés Erik Dekker adelantó tanto a Danilo Hondo como al español. En 2007, Freire repetiría su tercera plaza en un sprint en el que se vio incapaz de superar a los italianos Alessandro Petacchi y Francesco Chicchi.
No obstante, Freire, sí que cuenta con el privilegio de tener en sus vitrinas el trofeo de vencedor de la París-Tours, en concreto, el de su edición de 2010 (última vez en la que un español se ha encaramado al cajón de la clásica).
El año 2010 fue el penúltimo de Óscar en Rabobank y uno de los más laureados y exitosos, excepción hecha de su imposibilidad de alcanzar medalla en el Mundial (que venció Hushovd en Melbourne), de su más que triunfal carrera deportiva.
Al comienzo de la temporada, el hombre de Rabobank se había impuesto en Trofeo Cala Millor de la Challenge de Mallorca y, con ese pico de forma, también alzó los brazos en dos jornadas en la Vuelta a Andalucía (en las metas de Córdoba y Benahaves).
Aunque el bravo velocista nunca contó con un gran respaldo de su equipo a la hora de preparar las llegadas, en la primera de las grandes clásicas del año, la Milán-San Remo, Freire aventajó, con pasmosa superioridad, en la llegada masiva, a todos sus rivales (especialmente a Boonen y a Pettachi y a un Bennati al que sus compañeros de Liquigas le habían preparado la llegada).
Henchido de júbilo por esa victoria, Freire se presentó en la Vuelta al País Vasco y, en las dos primeras jornadas, demostró su superioridad batiendo a todos los demás sprinters en Zierbena y Viana. Solo Gavazzi, en la llegada en Amurrio del día siguiente, le impidió completar lo que hubiera supuesto un excepcional (y nada habitual) triplete.
En esta temporada, Freire corrió tanto Tour como Vuelta, pero su participación fue, en ambos casos, muy discreta (en la ronda española abandonó en la etapa de los Lagos) y en la francesa su mejor resultado fueron sendos quintos puestos en las jornadas de Burdeos y en la tradicional llegada de los Campos Elíseos de París.
Directo de su abandono en la Vuelta, y sin ningún tipo de preparación adicional, concurrió al Mundial de Melbourne, donde el fortísimo Hushovd frustró el sueño de Freire de obtener su cuarta presea de oro. La meta, que picaba hacia arriba en sus últimos ochocientos metros, y el descontrol originado por una escapada de Gilbert que a punto estuvo de reportarle el arcobaleno, impidieron que el cántabro llegase al deselance con mejores opciones que la de arrancar un sexto puesto.
Tras la decepción del Campeonato del Mundo (la afición se había acostumbrado mal y esperaba del velocista o una victoria o, al menos, un metal), el hombre de Rabobank fue de la partida en la París-Tours. La jornada estuvo marcada por una escapada permitida, que nació en los primeros 40 kilómetros y que contaba con ocho fugados, entre los que destacaban el español Flecha y Simon Geschke. El grupo de los favoritos no permitió que obtuvieran nunca rentas superiores a los tres minutos y medio y les dio caza en la ascensión a Beau-Soleil, donde los hombres de Rabobank y Vacansoleil trabajaron a dúo.
Neutralizados los aventureros, el francés de RadioShack, Geofrroy Lequatre buscó su día de gloria ya en las calles de Tours, y a fe que su apuesta puso en jaque a todo el pelotón. En la recta de meta, mientras el gran grupo tirado por los hombres de Lampre absorbía a Lequatre, Freire se intentaba colocar (solo, sin ayudas, ese gran sino en su carrera) entre los favoritos.
Todo hacía indicar a que el italiano de Lampre, Angelo Furlan, con unos metros de ventaja, sería imbatible pero, por detrás de él, a una velocidad endiablada, desde la quinta plaza y con ese peculiar e inconfundible estilo, un hábil y velocísimo Freire adelantaba unidades, tomaba la aspiración del Lampare y le superaba en la recta de la avenida Grammont. Tercero, en esa bella imagen, se personaría Gert Steegmans.
Habían pasado más de 5 horas desde que el banderazo de salida se diese, pero las piernas (doloridas) agradecían tener que encaramarse al más elevado de los peldaños del cajón.La campaña de Freire se cerró en el Giro de Lombardia, prueba en la que abandonó con un regusto notoriamente triunfal, gracias a un 2010 auténticamente excepcional.