Gino Bartali, 100 años del pacificador de Italia

Gino Bartali y Fausto Coppi en las rampas del Galibier

Gino Bartali y Fausto Coppi en las rampas del Galibier

Nicolás Van Looy / Ciclo 21

El 14 de julio de 1948 Europa intentaba superar las heridas todavía recientes de la II Guerra Mundial. Italia, convulsa y pasional como siempre, se había echado a la calle. Al borde de la guerra civil. Ese día, en Francia, Louison Bobet paseaba el amarillo por las carreteras de la Francia de la Cuarta República. Ese día, en Roma, un estudiante de derecho, sacaba su pistola apostado desde una de las salidas laterales de la Cámara de Diputados y descerrajaba cuatro disparos sobre el Secretario General del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti. El ambiente, claro, se caldeó todavía más. El enfrentamiento entre hermanos parecía inevitable.

A muchos kilómetros de allí, Gino Bartali vivía ajeno a todo ello. Tenía suficiente, a punto de cumplir los 34 años, con aguantar las embestidas de Bobet en las etapas alpinas de aquel Tour. Viajaba muy retrasado cuando recibió la llamada del Primer Ministro italiano, Alcide De Gasperi. Con Togliatti en el hospital, sin saber si iba a salir de aquella. Con las calles convertidas en un polvorín. Con la miseria caldeando la voluble sangre transalpina. Con media Italia todavía por reconstruir tras los estragos de la guerra. Con tantas cosas por las que preocuparse, De Gasperi descolgó el teléfono para pedirle un favor a Bartali: “¿podrías ganar el Tour de Francia?” Le explicó la situación. Italia necesitaba unirse en torno a una figura. Alrededor de algo o alguien que fuera más grande que la miseria, la guerra, los políticos o, incluso, que Italia misma.

Con casi media hora de retraso sobre el líder de la carrera, el francés Bobet, Bartali no se atrevió a prometer un imposible. “No puedo prometerle el Tour, pero le garantizo que ganaré la etapa de mañana”, zanjó seguro. En los 274 kilómetros entre Cannes y Briançon, el campeón italiano no dio opción. Venció. Humilló a Bobet, que un día más tarde, entre Briançon y Aix-les-Bains volvió a ver cómo Bartali se llevaba la etapa y se vestía de amarillo. Un amarillo que no soltaría hasta París, donde se llevaría su segundo Tour de Francia con 26 minutos sobre Schotte y 28 sobre Lapébie. Todavía no había recogido Bartali las flores del podio y un hombre llamado Tonengo irrumpió en una sesión en la que parecía que el Partido Comunista iba a decidir una revuelta a gran escala al grito de “¡Bartali ha ganado el Tour!” Todas las diferencias se olvidaron y los diputados se abrazaron.

Ese mismo día. Casi a la misma hora, Togliatti despertó del coma. Pudo sacar fuerzas suficientes para permitir el acceso a un grupo de periodistas y grabar un mensaje de tranquilidad. Un llamamiento a la calma.

Bartali, escalando en solitario en el Tour © radioalice.cbslocal.com

Bartali, escalando en solitario en el Tour © radioalice.cbslocal.com

Un año más tarde, de nuevo en tierras francesas, el hombre que había conseguido calmar los ánimos en Italia, la figura entorno a la que todo un país olvidó sus odios hasta que el propio Togliatti pudo sacar fuerzas para llamar a la calma desde su cama en el hospital, era el ídolo de media Italia. La otra media, con ese carácter tan latino que bien conocemos también en España, le despreciaba. Casi le odiaba. En la Italia de 1949 o eras de Bartali o eras de Coppi. Y así fue hasta 1952, momento en el que en la terrible ascensión del Galibier, esa división quedaría sellada para siempre. Esa imagen de dos rivales unidos. Dos enemigos con las manos agarradas al mismo bidón. Dos ciclistas de leyenda ayudándose. Pero… ¿quién a quién? No se sabe y nunca se sabrá. Los Bartalistas aseguraban que el de Florencia, sabedor de que había llegado su inevitable ocaso 15 años después de su primera visita al Tour, quiso ayudar a Coppi a alcanzar su segunda victoria en París. Los Coppistas, por su parte, lo ven claro. En su portabidones no hay botella de agua. El que prácticamente flota en el aire es su último sorbo de agua y se lo cede a un Bartali que está sufriendo. Incluso Martini, el fotógrafo que captó el momento, diría muchos años después que la pose fue idea suya y que los corredores accedieron a ello. Nunca conoceremos la respuesta, pero ese día, en ese preciso momento, Italia volvió a unirse.

Giulio Andreotti, años después, aseguraría que «decir que Bartali evitó una guerra civil en Italia sería, quizás, exagerar, pero aquel 14 de junio, el día del atentado contra Togliatti, su actuación fue decisiva para calmar las cosas».

Son estas dos anécdotas. Dos gotas de agua que conforman el océano de grandeza que supuso Gino Bartali. El primer ciclista total. Posiblemente, la primera figura global del deporte. El corredor del fascismo que se dedicó a salvar a judíos. El hermano que estuvo a punto de dejar la bicicleta tras el fallecimiento de Giulio. El visionario que introdujo el cambio de marchas en el ciclismo. El meticuloso deportista que antes de la salida del Tour de 1948, el de su regreso tras nueve años de ausencia por la guerra, se pasó una noche entera memorizando caras y nombres de corredores que no conocía.

Son estas, simplemente, dos historias, quizá exageradas, de aquel ciclismo mítico. El que no se veía en directo por televisión. El que, con suerte, se escuchaba por la radio. El que la mayoría seguía a través de las historias, seguramente muy noveladas, de los periódicos de la época. Son, en definitiva, una muestra de la vida de un tipo que nació un día como hoy de hace cien años. De un tipo que murió en el año 2000 y del que un día les contaré otra anécdota. Más personal, pero igual de emocionante. Un hombre especial. Una leyenda.

http://youtu.be/68VVOAvY72g

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