Giro de Italia: Peligro de explosión inminente

Egan Bernal ya es líder del Giro / © RCS

Nicolás Van Looy / Ciclo21

El día 25 de abril de 1986 un equipo especial de ingenieros eléctricos ucranianos, o soviéticos, que por aquel entonces eran lo mismo, como Isabel y Fernando, pero no tan monárquicos; comenzaron a apretar botones y a mover palancas para poner a prueba un chisme multimillonario dedicado a dar energía eléctrica a un buen puñado de poblaciones y ciudades. No muy lejos de donde ellos estaban, otra mole de hormigón dedicada a lo mismo se estropeó y los planes iniciales de nuestros especialistas quedaron en suspenso. Había que aumentar la producción y lo que ellos tenían en mente era, en realidad, bajar la de su cacharro.

Los soviéticos, que en aquella época tenían poca tolerancia a que se les rompiesen las cosas y todavía menos a que los no soviéticos se enterasen, dieron pronto por solucionados los problemas y los mandamases del asunto les enviaron el vse v poryadke que en ruso es algo así como todo en orden. El resto de la historia, seguramente, ya la conocen.

La cosa, por decirlo de forma muy suave, no salió del todo bien. Algo hizo pum. Un pum muy fuerte, eso sí. Los soviéticos, tan suyos ellos, dijeron aquello de aquí no pasa nada que en ruso es algo así como zdes’ nichego ne proiskhodit. Unos días después, carísimos medidores de media Europa que hacían un sonido de chicharra en pleno estío mediterráneo se volvieron locos y los científicos descolgaron el teléfono rojo hacia Moscú y otros muchos despachos importantes.

Los corredores del Giro disfrutan hoy de su primera jornada de descanso / © RCS

Antes de aquel mes de abril, pocas personas habían oído hablar de Prípiat, que para entonces ya era un solar posapocalíptico; de la central nuclear Vladímir Illich Lenin y de Chernóbil, otro páramo desierto casi 40 años después de aquel sobrecalentamiento descontrolado del núcleo del reactor nuclear y del pum más mortífero y famoso de nuestra historia moderna.

En el Giro de 2021 no hay soviéticos, aunque sí hay un ucraniano de 18 años. Y dos rusos, aunque ya sólo queda uno. El otro ya hizo pum. En el Giro lo que hay, sobre todo, es un colombiano y un belga. Y, como en aquellos días de 1986 soviéticos, llevan algunas semanas jugando al secretismo y al despiste. A mi me duele la espalda. Pues anda que a mi, que me rompí la cadera. Ya, pero yo iba para creador de una era y mírame, sólo me falta andar con bastón. Qué me vas a contar, que a mi ya me estaban preparando una sopa de humanos por algo de un Caníbal de hace algunos años y aquí me tienes, casi a papilla. Porca vita y esas cosas.

Y de sus países, mejor ni hablamos. Colombia, pura pasión. Bélgica, ciclismo en vena. Nadie duda de que, si uno de los dos acaba de rosa en Milán, el pum del núcleo ciclista de Bogotá o Bruselas será de tal magnitud que reventará los medidores geiger, Richter y todo lo que se les ponga por delante.

El experimento, como aquel que desembocó en el petardazo ucraniano, se está cociendo poco a poco. Ayer, en Foligno, llegamos a la primera parada programada. Hoy toca hacer balance y ver cómo está el organismo de cada cual. Si hay peligro de fusión del núcleo o si todavía se puede forzar un poco más la cosa. En el ciclismo hay que ser realista y un rápido vistazo al libro de ruta no deja lugar a dudas: va a ser necesario forzar la máquina al máximo y eso implica que el pum es una opción más que probable.

Bernal pega primero

Bernal llega líder al primer descanso / © RCS

Por el momento, Egan Bernal, que ya puede presumir de haber ganado una etapa en una grande, va ganando la partida. Remco Evenepoel, de blanco nuclear prestado, le sigue de cerca. El asunto parece estar entre ellos, pero la cosa no ha hecho más que empezar. Ahí está también el ruso Vlasov, con sus secretos y su retranca del aquí no pasa nada. Los británicos Carthy y Yates, porque siempre hay británicos enredando cuando las cosas pueden explotar. Un buen puñado de italianos, que nunca se sabe por dónde te van a salir. Un húngaro que parece rendido a tener que vivir de su gloria ya pasada. Y también hay un español que nadie sabe muy bien qué hace ahí metido y si tiene algo que decir sobre el asunto.

La primera semana de este Giro de Italia ha sido como esa primera parte de la prueba que condujo al desastre de Chernóbil. Una toma de contacto, en principio prudente, para lo que tiene que venir después: lo desconocido. Sin duda, el que más cosas va a descubrir, para bien o para mal, será Remco Evenepoel, que nunca antes en su vida profesional ha corrido más de siete días seguidos (los de sus dos participaciones en la Vuelta a San Juan) así que él, en el sentido más estricto, ya está en ese terreno ignoto del gran fondo.

Bernal, ganador de un Tour y ahora, también, de una etapa en una gran vuelta, tampoco debe de andar muy tranquilo. Una cosa, después de sus muchos problemas físicos, es hacer podio en el Tour de La Provence o la Strade Bianche e, incluso, rozarlo en la Tirreno-Adriático y otra muy distinta es aguantar hasta el final con el empuje necesario en un Giro que, como siempre, guarda lo más duro para el final.

El verso suelto de este discurso podría ser el de Simon Yates, que ya sabe muy bien lo que significa llegar pasado a esos días finales y que precisamente en ese detalle podría encontrarse la explicación a su extraño rendimiento en esta primera entrega del serial. Lejos del golpe de pedal demostrado en el Tour de los Alpes, el británico podría, por qué no, estar levantando el pie a propósito con el fin de descargar un poco las piernas pensando en no repetir el desastre de 2018. Otro pum memorable.

Pero es el único en esa situación. Aleksandr Vlasov, con sus 25 años y su undécimo puesto en la Vuelta del año pasado como principal carta de presentación, todavía tiene que sentir el peso de la jefatura de filas de una escuadra como Astana cuando las alarmas se disparen de verdad. Lo mismo que Hugh Carthy, con ocho grandes vueltas a sus espaldas y un podio en la Vuelta de 2020, pero que ahora tiene que dar ese último paso adelante reservado sólo para aquellos que serán historia del ciclismo en el futuro.

Soler y Movistar, notables

Marc Soler está completando un buen Giro / © BettiniPhoto-Movistar Team

Mikel Landa descansa ya, magullado, en casa. El alavés aguantó cuatro días y medio en competición. Estaba el vasco dando buenas sensaciones a su manera. Con esos arranques tan suyos que luego, por una cosa u otra, tanto le cuesta rematar, pero se le veía bien de patas y, sobre todo, metido en carrera. Atento. Vigilante y vigilado que siempre es, sobre todo lo segundo, un buen termómetro para medir las opciones de cada cual. Nadie sabe mejor que el rival que rueda a tu lado si estás fuerte o no. A veces, ni tú mismo lo sabes tan bien.

Pero a Mikel Landa se le volvió a cruzar la mala suerte en su camino. Un final de etapa vergonzoso, un señalizador que se juega el tipo para proteger a los corredores de una isleta, un Joe Dombrowski que ni oye el silbato ni ve el banderín. Un rey de la montaña que sale por los aires. Y un creador del landismo que se va por los suelos. Pum. Se acabó. Una más para la larga lista de pequeñas catástrofes que, por otro lado, han ayudado tanto a crear el mito alrededor del vasco.

Y a todo esto Marc Soler cierra este primer tercio de la Corsa Rosa mostrando su cara más sólida y seria. Experto en pums en las citas de tres semanas, no hay motivo, por ahora, que haga pensar en ello. No se le ha visto, es verdad, meterse en los escarceos de los favoritos, pero aquí se juntan dos factores. El eterno y muy criticado conservadurismo de Movistar –que no se puede negar que les ha dado buenos resultados en el pasado– y que, al menos en el Giro, esa cosa de ir medio de tapado y guardando, parece la mejor opción posible en los dos primeros tercios de la carrera.

Soler tiene a su favor, a día de hoy, varios puntos. Primero, que nadie le considera un clarísimo favorito al rosa en Milán. ¿Top10? Seguro que lo tiene al alcance. ¿Top5? Es probable. ¿Podio? Sería un éxito. ¿Ganar? Ahí, la mayoría de los encuestados, enarcarán las cejas buscando una respuesta negativa que no implique un menosprecio exagerado al catalán. Eso, de entrada, suele ser bueno. Segundo, que Movistar se está mostrando como un bloque unido y motivado en torno a su líder. No es la telefónica la escuadra más potente de este Giro, pero ha estado ahí cuando Soler la ha necesitado. Le han colocado siempre bien y le han dejado más o menos en los puntos clave donde ya nadie tiene gregarios y ya sólo cuentan las propias fuerzas. Tercero, que con 1:21 perdido respecto a Bernal, no va a ser la suya la rueda más vigilada y, si sabe –y puede– jugar sus cartas, no sería descabellado un movimiento de esos en que los rivales se miran con cara de sal tú a por él, que a mi me da la risa que le catapulte a zonas más nobles de la clasificación. Pum, pero a la inversa, algo que, en términos de justicia poética, merece el catalán.

Nada está escrito

Evenepoel nunca ha competido más de siete días / © RCS

Pero la realidad actual es sólo una: nada está escrito en este Giro. Bernal ganó con claridad en el sterrato de Campo Felice; pero Evenepoel, que comenzó la parte final muy mal colocado, hizo los últimos 500 metros más rápido que el ganador, así que tan mal tampoco va.

Los dos se están atizando de lo lindo y habrá que ver si el nuevo ciclismo, ese que ataca a 50 kilómetros de meta y no entiende de calma chicha, sirve de algo en un Giro que se resiste a actualizar el dibujo de su recorrido a los nuevos tiempos y que, por lo tanto, favorece tantísimo el pum de estos impacientes jovenzuelos.

Vlasov y Carthy juguetean siempre con ellos, pero nadie sabe interpretar a estas alturas si lo que hacen es guardar fuerzas de forma consciente o si el mostrado ahora es, de verdad, su verdadero límite respecto a la dupla belga y colombiana. Yates, como se ha dicho, sí parece estar guardando; pero nadie puede garantizar que esa táctica vaya a servir para llegar al final con las piernas lo suficientemente frescas.

Y luego están los Soler, Ciccone, Formolo, Martin, Bardet o Buchmann. Un grupo de sobradísima calidad que tienen mucho ciclismo en las piernas y que, mucho más que los cuatro grandes nombres anteriores, deberán ir jugando sus cartas conforme la carretera se las vaya ofreciendo.

Mañana toca volver a poner la maquinaria en marcha y seguir forzando el experimento. La fusión del núcleo, el pum, estará cada vez más cerca y cuando ocurra no habrá forma de pararlo.

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