En 1994 el ciclismo mundial asistía a varios actos simultáneos. Mientras Miguel Indurain, navarro él, parecía francés porque era algo así como el Rey Sol, en el Giro de Italia que vio la revolución de la chavalería, encabezada por el indescifrable Berzin, explotó un tal Marco Pantani.
Entonces ilusionaban, hoy vemos las cosas muy diferentes.
Fue en dos jornadas dolomíticas, primero en Merano y luego en Aprica, en una de las mejores etapas jamás vista, donde un joven con poco pelo, aunque lejos de ser el pelado total que seria con el tiempo, desbordaba por las cimas, realizaba descensos enormes e incluso se atrevía a ataques lejísimos como aquel del Agnelo, ya en los Alpes.
Indurain, imbatido desde que iniciara su serial de grandes vueltas en el Tour del 91, mordió el polvo entre alocados jóvenes que le dieron lo que Chiapucci, Breukink, Alcalá, Jaskula, Rominger y Bugno no fueron capaces de darle. Sin embargo el Tour era la prueba del algodón, aquello que justificaba el año, aunque éste, en el caso del navarro, siempre ofrecía algo más que la victoria en Francia.
#DiaD 13 de julio de 1994
Tradicionalmente la primera etapa del montaña del Tour causa estragos. El cambio de desarrollo, las velocidades, el cuerpo, la postura sobre la bici, el olor de las nubes, mil teorías, cientos de excusas, pero lo cierto es que rara vez no se presencia una criba brutal.
Pasaba en tiempos de Indurain, ocurrió en los años de Lance Armstrong, que no existieron, y lo hace Froome.
En 1994 no fue diferente. La carrera ya venía tocada por la crono de Bergerac, famosa porque fue aquella en la que Indurain doblaría a Lance Armstrong. En ella el de Villaba se puso de amarillo, tras una nueva exhibición que entroncaba con Lac de Madine y Luxemburgo.
Pero llegó Hautacam, e Indurain calló bocas.
En una etapa monopuerto, Miguel Indurain cambió el paso. Acostumbrados a verle en perfil bajo, reventando la carrera en segunda persona, compartiendo protagonismo con otros -Chiapucci en Val Louron y Rominger en Serre Chevalier-, aunque con la idea del amarillo siempre en el filial del camino, el navarro quiso romper en primera persona la carrera.
Tony Rominger fue la gran víctima, la primera, porque además venía crecido de un inicio de campaña excepcional, luego cayeron todos, uno a uno, fruto de un ciclista que subía varios peldaños por encima del resto, incluso por delante de Marco Pantani, el semicalvo ciclista que intentó cardar la lana y salió esquilado entre la niebla.
Un par de meses después de Arpica, Indurain se cobró la cabeza del primer ciclista que había desnudado sus vergüenzas. No siempre se podía ganar, pero Indurain lo hacía con tal naturalidad que lo demostró hasta sencillo.
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