Dos importantes novedades relativas al ciclismo en pista acaecieron en Seúl 1988. La más importante, la presencia por primera vez de féminas en el velódromo –que ya habían debutado en carretera en Los Ángeles-, aunque restringidas únicamente a la velocidad frente a las cinco pruebas masculinas; la más cercana, la presencia por primera vez desde Roma 1960 de un equipo español, con seis integrantes, aunque sin ninguna fémina, cumpliéndose el objetivo marcado por Joan Serra y Pedro Ramis de estar presentes en las grandes citas del calendario, y pensando en Barcelona’92.
La elección de Seúl por parte del COI sorprendió bastante, porque Corea del Sur no mantenía relaciones diplomáticas con las naciones del bloque soviético, por lo que el fantasma del boicot sobrevoló nuevamente por los Juegos Olímpicos. Afortunadamente no pasó nada, salvo la exigencia de Corea del Norte para ser coanfitrión, aunque al final no se plasmó, y que llevó a la ausencia de este país y de algunos pocos más como muestra de solidaridad, Cuba y Albania como más destacados. De esta forma, Seúl batió un record de presencia, tanto de naciones (159) como de atletas (8.454), en unos juegos en el que el único borrón fue la descalificación de Ben Johnson tras su record del mundo de 9.79, y que abrió una etapa de investigación sobre los anabolizantes en el deporte.
Por lo demás, los Juegos sufrieron un leve aplazamiento respecto a las fechas que ya se habían convertido en habituales, disputándose entre el 17 de septiembre y el 2 de octubre, con las pruebas de pista programadas del 20 al 24, y que se disputaron en el Velódromo Olímpico de Gong-won, un recinto terminado dos años antes, al aire libre, con una pista de madera de 333,33 metros y con capacidad para 6.000 espectadores y que en la actualidad todavía se utiliza, aunque el campo de fútbol interior parece tener prioridad.
La soviética Erika Salumae tuvo el honor de convertirse en la primera pistard campeona olímpica, entre doce participantes. Y posiblemente nadie más merecido que ella entre sus coetáneas –eso sí, en años anteriores demasiadas corredoras se quedaron incomprensiblemente sin la gloria olímpica-, ya que consiguió hasta diez títulos mundiales durante su carrera. Junto a ella subieron al podio otras dos grandes ciclistas: A la norteamericana Connie Paraskevin-Young la derrotaba en semifinales, en dos mangas, para lograr posteriormente el bronce; a la germanoriental Christa Luding-Rotherburger, en la final, aunque con desempate después de que ésta ganase la primera manga. Curiosamente ambas habían competido anteriormente en patinaje de velocidad y además subiendo al podio olímpico. Salumäe regresaría en Barcelona 1992 para defender exitosamente su título, aunque ya bajo bandera de Estonia. Actualmente reside en Denia, por cierto.
La Unión Soviética sumaría otras tres medallas de oro más. La primera, con Aleksandr Kirichenko en el kilómetro, en una prueba que tuvo su anécdota, ya que el corredor hizo la última vuelta con la rueda trasera parcialmente desinflada. El entrenador soviético, Boris Vassiliev –bien conocido en España donde ejerció algunos años después-, prefirió que el Kirichenko continuara su intento a que parase ya que le pesaría el cansancio para hacer un tiempo mejor del que llevaba. Acertó, ya que los 1:04.499 no serían superados por el otro gran favorito y vigente campeón del mundo, Martin Vinnicombe, que marcó 1:04.764. El podio lo completaba el germanoccidental Robert Lechner y a apenas cinco centésimas del podio, en quinto lugar terminaba un joven Bernardo González, ganador del primer diploma olímpico de la historia de la pista española, y al que le dedicamos un post específico.
Con los dos mejores perseguidores individuales del mundo como habían demostrado con tres dobletes en los Mundiales anteriores, Vyacheslav Yekimov –o Ekimov, como se solía transcribir en España- y Giantautas Umaras, la Unión Soviética era la gran favorita, con un equipo que completaban Arturas Kasputis, Dmitry Nelyubin y Mindaugas Umaras. Un torneo de altísimo nivel en el que Australia, la URSS, Alemania Oriental y nuevamente la Unión Soviética batieron el record del mundo en las clasificatorias, y en la final en la que se midieron ambos equipos, aunque lógicamente sólo valdría el de los ganadores (4:13.31 a 4:14.09). Steffen Blochwitz, Roland Hennig, Carsten Wolf, Dirk Meier y Uwe Preißler fueron los ganadores de la plata, y Australia (Brett Dutton, Wayne McCarney, Stephen McGlede, Dean Woods y Scott McGrory), del bronce, al superar a Francia en la final B.
En esta prueba, la cuarteta española se clasificaba undécima, con González, Xabier Isasa, José Antonio Martiarena y Agustí Sebastiá ‘Vaquero’, con un tiempo en clasificatorias de 4:24.90, que no les permitía acceder a los enfrentamientos directos de cuartos.
Con un solo participante permitido por país en la persecución individual, Umaras fue el elegido en vez de Yekimov y no decepcionó, aunque la rápida arrancada del australiano Dean Wood le permitió llevar la cabeza en la final durante las nueve primeras vueltas, aunque al final se impondría con una cómoda diferencia de tres segundos. El soviético no fue, sin embargo, el más rápido en la clasificatoria, sino que cedía ante el germanooriental Bernd Dittert, que, al caer en la semifinal ante Wood, se veía abocado a la lucha por el bronce, donde superaba al británico Colin Sturgess. La representación española corrió a cargo de Martiarena (4:54.39), decimoséptimo.
Por cierto, Yekimov jamás ganaría una medalla individual en los Juegos en pista, aunque sí por partida doble en carretera, concretamente en las contrarrelojes de 2000 y 2004.
Lutz Heßlich ratificó ser el mejor velocista de la década –y uno de los mejores de la historia, sumando su segundo oro, tras el de Moscú’80, que podría haber sido el tercero si la RDA no hubiera estado ausente de Los Angeles’84. Curiosamente los que podrían haber sido sus rivales más difíciles –sus compatriotas Michael Húbner o Bill Huck-, se quedaron sin competir al permitirse únicamente un velocista por país. Heßlich realizó el tiempo de calificación más rápido en los 200 metros, ganó sus ocho enfrentamientos y encabezó un podio que completaron Nikolay Kovsh (URSS) y Gary Neiwand (Australia). José Manuel Moreno terminaba el puesto 22, en una experiencia que fue ante todo un aprendizaje para Barcelona’92.
La única prueba que terminó en el bloque occidental fue la puntuación, en la que el danés Dan Frost –campeón del mundo en 1986- y el neerlandés Leo Peelen consiguieron ganar vuelta y sentenciar la prueba, siendo más rápido en los sprints el nórdico (38 a 26), aunque menos que el soviético Marat Ganeyev, vigente ‘arco iris’, al que sus 46 puntos, solo le sirvieron para lograr el bronce debido a esa vuelta perdida.
Antonio Salvador Barrado logró pasar la criba de la clasificatoria –que se mantuvo hasta 1992-, aunque en la final apenas tuvo protagonismo para terminar en el puesto 18, a tres vueltas del vencedor. Una prueba que tuvo como participantes, aunque sin protagonismo a ciclistas como el germanoriental Olaf Ludwig, que llegaría a poder ser profesional en los noventa, al francés Pascal Lino o al italiano Giovanni Lombardi, ganador del oro en Barcelona’92.