Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
El ciclismo comulga con cierto sentido de la soledad y el sufrimiento. Dichas máximas se evidencian, de modo insoslayable, en la escapada que construye un solo ciclista, peleando contra un triple enemigo, sus propias fuerzas, el empuje de sus perseguidores y la distancia que le aparta a la meta. Es un escenario romántico, una pelea que, desafortunadamente, no siempre llega a buen puerto pero que deja, en el recuerdo de todos, memorables cabalgadas. Cuando la fortuna mira hacia el aventurero, levantar los brazos en meta y recibir los agasajos en lo alto del pódium son triunfos más que merecidos.
Jesús Cruz Martín (Vertavillo, Palencia, 1963), conocido como “El Pantera”, era un intrépido, y prácticamente anónimo, ciclista que se presentó, en su quinta campaña como profesional, a la salida de la Vuelta a España de 1991 (en Mérida), defendiendo los colores del equipo Wigarma, con el que había fichado tras estar la temporada de 1990 en Banesto, donde no obtuvo ningún resultado digno de mención.
El palentino había comenzado su andadura en Zor y BH, para pasar luego a Clas y Once, en todos los casos durante un año, hasta llegar a Banesto. Cruz Martín estaba especializado en luchar por las escapadas y contaba en su palmarés con una victoria en el Memorial Galera (1988) y una etapa en la Vuelta a los Valles Mineros de 1986 (ese mismo año se había proclamado campeón de España de persecución).
La ronda española, en aquel 2 de mayo de 1991, tenía como líder a Hermino Díaz Zabala de ONCE, que había obtenido el liderato en la primera cronometrada que se disputó en la variopinta modalidad de tercetos. El amarillo fue pasando por Melcior Mauri y por Anselmo Fuerte, los compañeros de Zabala en el trío, durante las primeras etapas que se decidieron al sprint (Zanoli y Skibby) y una crono por equipos que también se llevaron los hombres de Manolo Saiz.
La cuarta etapa, que discurría entre Sevilla (que se preparaba para la Expo del año siguiente) y Jaén, con un total de 238 kilómetros, ofrecía un terreno propicio para los amantes de las fugas. Y así lo entendió nuestro protagonista, Jesús Cruz Martín, quien, en el kilómetro 57, lanzó un demarraje que, a la postre, se convirtió en definitivo. Cuando las piernas del hombre de Wigarma aceleraron, restaban un total de 181 kilómetros para llegar a la meta jiennense y la empresa se antojaba completamente alocada. Nadie, en esa tarde, pensó lo mismo al observar la llegada en solitario, y con abultada ventaja, del valiente hombre de Vertavillo.
La iniciativa de Jesús contó con el beneplácito de un pelotón que permitió que el escapado fuera cogiendo ventaja paulatinamente. Sin duda, el fuerte viento que pegaba de cara ayudó a la permisividad de los hombres de la general, que, con apenas unos días de carrera, aún se mostraban reacios a gastar fuerzas que, posteriormente, pudieran ser echadas en falta. De hecho, durante gran parte de la jornada, el de Wigarma contó con el honor de ser líder virtual de la carrera, puesto que los algo más de trece minutos que le separaban de Herminio Díaz Zabala en la clasificación general estaban siendo consumidos gracias al empeño y pundonor del ciclista, que mantenía su galopada con una fe y determinación dignas de elogio.
No en vano, la diferencia de Cruz Martín era de más de veintisiete minutos cuando el pelotón enfilaba los últimos cincuenta kilómetros de etapa. Era patente que la victoria iba a dar gloria al perseverante pero la incógnita sobre si, además, traería el maillot amarillo de líder quedaba aún por despejar.
El esfuerzo y la fatiga pasaron factura, en los últimos kilómetros, al escapado que, al cruzar la línea de meta, fue recibido por una atronadora ovación del público que se congregaba en las calles de Jaén.
Tuvieron que pasar nueve minutos y veinticuatro segundos hasta que el pelotón hizo su aparición en la recta de llegada. El sprint por la segunda plaza, y por los puntos para las clasificaciones secundarias, lo encabezó el británico Malcom Elliot, que se impuso al belga Eddy Planckaert y al compatriota de éste, De Clerq.
Los aficionados aguantaron estoicamente la espera puesto que el gran grupo acumulaba un retraso cercano a la hora respecto del horario previsto. Fruto de la ordenación por puestos, el maillot amarillo lo entregó Zabala a su líder, y posterior vencedor final de la prueba, Melcior Mauri. El dominio de los hombres de ONCE al comienzo de la Vuelta estaba siendo apabullante y uno de los grandes favoritos para asaltar el trono amarillo, Miguel Indurain, ya tenía en Jaén una distancia de casi dos minutos respecto del catalán.
Nada de eso importaba al auténtico héroe de la jornada que, abrumado, trataba de atender a los medios de comunicación que se agolpaban ante su presencia, preguntándole por su gran éxito.
La felicidad del palentino se repitió, ese mismo año, una vez más. En esta ocasión fue en tierras mexicanas, en la Vuelta y Ruta de México.
La gesta de Jesús Cruz, sin embargo, no puede arrogarse el honor de ser la escapada más larga de la Vuelta que culmina en victoria. Con las evidentes complicaciones para otorgar tal título, lo cierto es que en 1972, en la undécima etapa, el español Luis Balagué concluyó con éxito su fuga entre Manresa y Zaragoza, caminando en solitario durante 259 kilómetros.
Sea como fuere, nadie puede poner en duda el estoicismo y valentía del Pantera. Un hombre que no temió ni a la distancia, ni al viento, ni a la soledad.