Elosegui: La competición que no se ve en televisión

Íñigo Elosegui

Hotel W Abu Dhabi, Yas Island, Abu Dhabi. 27 de febrero de 2021:

– Chicos, mañana a las 06:00 nos vemos en recepción. Vendrán a recogernos unos autobuses que nos dejarán en el aeropuerto para volar a Milán. Ha sido un placer, ¡nos vemos en la siguiente carrera!

Un momento, ¿ya está?, ¿Esto es todo? No, recapitulemos, que nos hemos dejado varios días perdidos al filo del papel buscando la tinta para ser escritos, como quien busca en el desierto un árbol que le cobije del molesto viento y del implacable sol. Ay, el desierto… ese árbol merece ser hallado, esas líneas merecen ser escritas.

¿Maleta? Lista. ¿Mochila? Al hombro. Y más importante aún: ¿resultado negativo de PCR y todos los documentos necesarios para justificar el viaje? Guardados y a buen recaudo. Porque sin mochila, e incluso sin maleta, puedes viajar, allá tú, pero sin todos estos papeles no merece la pena que intentes siquiera cruzar el umbral de tu casa. Y así debe ser. Este mismo protocolo (y el de descargar decenas de series y películas de nuestras plataformas favoritas, ya sean Movistar +, Disney + o Netflix, para hacer frente a las muchas e insufribles horas de vuelo que nos esperan sin conexión a internet) es el que seguimos los 140 ciclistas y otros tantos cientos de organizadores y técnicos de equipos que, desde cualquier parte del mundo, nos disponemos a volar hacia la primera prueba World Tour del año, el UAE Tour o Tour de los Emiratos Árabes Unidos.

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Nuestro viaje (el mío y que ahora también es tuyo, lector) comienza un 17 de febrero en Bilbao con dirección a Milán, previo paso por Madrid. La organización ha decidido fletar dos vuelos charter hasta Abu Dhabi, uno desde Milán y otro desde París, para comodidad de todos nosotros y, sobretodo, para cumplir una máxima que sobresale hoy en día por encima de todas las demás: nada de contactos con el mundo exterior. Y así, en forma de dos burbujas que luego serían una, emprendemos un viaje hacia lo ya no tan desconocido: trabajar recorriendo el mundo en lo que llaman la “Nueva Normalidad”, aislados y sumidos en un desierto de rostros inexpresivos, o al menos de expresión inapreciable bajo unas mascarillas que solo nos retiramos para comer y andar en bici. Triste realidad, pero tan real como lo afortunados que nos sentimos todos nosotros de poder trabajar. Porque lo somos. Y por sentirme así es por lo que escribo estas líneas, para que tú seas también partícipe de todo esto, miembro de esta “burbuja” ciclista de la que todos somos parte y en la que todos pedaleamos con la misma fuerza.

Os podéis imaginar el viaje: un grupo de deportistas crónicamente agotados con 7 horas de vuelo por delante no dejarían pasar la oportunidad de, almohada al hombro, echar una cabezadita que alivie un poco su cansancio. Así fue. Todas las ventanillas abajo para cerrar el paso a los rallos de sol que ya encontraríamos inevitablemente en Abu Dhabi, y silencio. Aunque he de admitir que, como ya he dicho anteriormente, otros optan por las series o la lectura. Yo formo parte de este segundo grupo, y es que, aunque haya calificado de insufribles las horas de viaje, no hacía más que atenerme al sentir general, ya que para mí cada desplazamiento es una oportunidad de hacer cosas que quizás estando en tierra iría posponiendo. Prueba de ello es el texto que ahora lees. Además, ver series me relaja y me hace soñar, leer me hace aprender y me ayuda a pensar y planificar proyectos futuros. Esta es, paradójicamente, mi forma de descansar: mantenerme activo saciando mi curiosidad. ¿Qué me dices? ¿Cuál es el método que tú prefieres para hacer frente a tantas horas de viaje? ¡Seguro que puedes darme alguna idea para la próxima vez!

A la vez que descendía el sol sobre la ya oscura arena del desierto, descendíamos nosotros sobre las inmensas pistas del aeropuerto de Abu Dhabi. Una vez aterrizamos y nos preparamos para salir corriendo en busca de algo de comida y Wi-Fi para poner al día a la familia, los altavoces del avión calmaron ese entusiasmo con unas simples palabras: “debido a la cola que hay en inmigración, tendremos que mantenernos a bordo unos minutos más.” Y así fue, hasta casi una hora para algunos equipos. Una vez en la terminal, ansiosos por dejar atrás un largo día, no éramos conscientes de que el trabajo no había hecho más que empezar. Hacer cola para mostrar los documentos y entrar al país era el primer paso de una larga lista que incluía, entre otras cosas, esperar no solo las maletas, sino centenares de bicicletas que habían viajado junto a nosotros, pasar por una sala preparada en el propio aeropuerto para hacernos una nueva PCR a cada uno de los integrantes de la carrera o ir cargando los autobuses que debían llevarnos hasta el hotel. Todo muy sencillo y estupendamente organizado, pero que no impedía que el paso de las horas se fuera transformando en cansancio que se percibía en los ojos de técnicos y ciclistas, esos mismos que horas después estarían pedaleando con furia desatada sobre sus bicicletas, pero que al quitarse el uniforme de trabajo dejan vislumbrar la fatiga. Dejamos, mejor dicho.

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El Hotel W Abu Dhabi, situado en el corazón del circuito de coches “Yas Marina”, en plena bahía de Abu Dhabi, nos recibió con un estricto protocolo de seguridad, y sus trabajadores con una tremenda amabilidad, cantándonos y animándonos mientras nos ayudaban a descargar las maletas. Luces de alegría en una noche que el cansancio ya parecía haber oscurecido del todo. El hotel, experto ya en estos protocolos tras ser en el que surgieron los primeros casos de Covid-19 el pasado año, estaba cerrado al público y nos había preparado un pasillo directo desde la entrada hasta un ascensor que tan solo conducía a las habitaciones. Bares, restaurantes, gimnasios y demás servicios que ofrece un hotel como este estaban totalmente cerrados y fuera de nuestro alcance, y las únicas puertas que encontrábamos en dicho pasillo eran las que daban al comedor privado de cada equipo, donde los simpáticos trabajadores nos servían desayuno, comida y cena. Ni siquiera estaba permitido a los auxiliares salir a hacer la compra, por lo que debían pedirla online, con el consiguiente esfuerzo que para ellos supone en un país del que no conocen idioma ni productos. A un único lugar teníamos acceso fuera del hotel: al paddock del circuito, donde los mecánicos improvisaron su lugar de trabajo. El paseo hasta el paddock era de unos 5 minutos, sin salir de las instalaciones del circuito y con un trabajador esperando en la entrada tu acreditación y resultado de PCR negativo para dejarte pasar. En definitiva, un fortín del siglo XXI ideado para hacer frente al más despiadado y escurridizo enemigo de todos cuantos conocemos.

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Así transcurrieron los dos días previos al comienzo de la prueba: de la habitación a la sala privada, de ahí al paddock y vuelta a la habitación. Aunque dejo pasar un no tan pequeño detalle: ¿Cómo íbamos a entrenar sin poder salir del recinto? Bien; como ya sabemos, siempre hay una excepción que confirma la regla, y es que el único momento en el que podíamos abandonar el hotel era cuando íbamos a dar pedales. Grato momento, sí, pero no vayamos a pensar que era tan sencillo. El único lugar donde se nos permitía rodar era un circuito cerrado para bicis y construido en mitad del desierto a una hora en coche desde nuestro “campo base”. Viajar no es especialmente divertido en los Emiratos Árabes Unidos, debido a las largas rectas y los parajes desolados que encuentras a uno y otro lado de la carretera. Y, bueno, no olvidemos que fuera de la unión Europea no disponemos de internet más que cuando nos conectamos al Wi-Fi del hotel u otro establecimiento, por lo que estos viajes se hacen todavía más pesados. Y sí, lo sé, antes no existía internet y no pasaba nada, pero cuando uno se acostumbra a lo bueno… en fin, no os preocupéis, nos llevamos todos estupendamente y hemos pasado unos días fantásticos hablando cara a cara y no tanto “pantalla a pantalla”. Además, son momentos estupendos para aprovechar, como hacía algún compañero, a avanzar con sus estudios de español, libro de gramática y vocabulario en mano, o, en mi caso, para seguir dando pasitos en el dominio del idioma japonés. Tan necesario como estimulante llevar los pensamientos más allá del ciclismo en algún momento del día.

El circuito en el que rodábamos tiene una longitud de 30 kilómetros, con opción de hacer vueltas más cortas de 8, 16 y 22 kilómetros, y cuenta en el interior de su circunferencia con uno de los pocos lagos que he visto en todo el país. Imágenes cálidas me vienen a la memoria pensando en ese lago, ya que pudimos comprobar que era un lugar de reunión habitual para familias que querían pasar el día de picnic al aire libre, algo bonito de ver en tiempos de confinamientos.

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Finalmente, el domingo día 21 de febrero comenzábamos la competición, que era, al fin y al cabo, para lo que habíamos cruzado medio mundo. Sol, calor y un amenazante viento que no nos dejó tranquilos durante ninguno de los 7 días que duró la prueba. El nivel de participantes era altísimo, y las ganas de competir, también. Una mezcla explosiva cuando el cóctel lleva también el más peligroso de los ingredientes conocidos en el ciclismo: los abanicos producidos por el viento. Amados por los aficionados, temidos por los ciclistas que tienen que sufrirlos en sus carnes y que, además, los padecen con toda su furia antes incluso de ponerse a dar pedales, como quien es sentenciado a prisión y no puede disfrutar de sus últimos momentos de libertad por la angustia de sentirse ya privado de ella. Nos dirigíamos a la salida de esta primera etapa y nos la encontramos en mitad del desierto, con un solo edificio a la vista y centenares de banderas del país ondeando al viento. Ondeando muy fuerte, de hecho. Ni un pueblo, ni un reciento comercial, ni nada donde poder vislumbrar algo de vida. Solo arena y viento. Mucho viento. Quedó entonces confirmado que esta vuelta iba a ser mucho más dura de lo que podía preverse sobre el papel. Y, en efecto, lo fue desde el primer segundo. ¡Qué salida! La más agresiva que he tenido el placer, o la desgracia, de sentir nunca en mis piernas.

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Pues bien, así día tras día. Hubo etapas más sencillas, por supuesto, pero todas ellas con momentos de tensión y mucha velocidad. La primera con final en montaña, por ejemplo, a pesar de algunos momentos complicados no llegó a romperse hasta la ascensión final a Jebel Hafeet. Como curiosidad, casi en la cima de esta montaña hay un hotel, solitario, en el que todos los años se habilita una habitación por equipo para que los ciclistas podamos ducharnos y cambiarnos antes de emprender el viaje de vuelta a nuestro alojamiento. ¿La razón? Los desplazamientos en esta carrera son ciertamente agotadores, y en esta etapa más que en ninguna otra. 2 horas y 40 minutos de viaje tras la carrera, concretamente. Y casi 2 horas hasta la salida, como aperitivo. Fue también este día el que hicimos el cambio de hotel para pasar las siguientes dos jornadas en el Double Tree Hotel by Hilton de Marjan Island, una pequeña isla orientada al turismo y ubicada unos 100 kilómetros al norte de la ciudad de Dubai. No era este un hotel corriente, sino uno amplísimo complejo lleno de edificios: varios de ellos cumpliendo la función de alojamientos; algunos, la de restaurantes; otros, la de salas de entretenimiento. Eso sí, todos ellos con acceso directo a la playa privada que quedaba a unos escasos 10 metros de las terrazas de las habitaciones. No teníamos razones de peso para quejarnos, como podréis comprobar. Aunque he de decir que no salíamos de la habitación más que para ir a competir y al restaurante. Y, dicho sea de paso, para hacernos otra de las PCRs programadas para nuestra estancia en los Emiratos, la 3ª desde que pisamos el país.

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