Este post, esta reflexión, no va de comparar, de lo bien que lo hacen unos y de lo mejor que lo hacen otros. Si la coletilla de hace unos días sobre la selección española de pista, tras los europeos, tenía su fundamento en la observancia durante años de lo que ha sido la modalidad más espectacular del civismo en este país, la que vamos a hacer ahora sobre la selección británica, el auténtico espejo del mundo en esta modalidad, no pretende ponerse negro sobre blanco con alguna otra.
En todo caso, cualquier valoración que hagamos de la pista en UK parte de unos quince años atrás, cuando los ideólogos del deporte de las islas vieron que si había alguna modalidad en la que el imperio podría ser fuerte en el medallero esa era la del velódromo. En esa primera colecta de talentos, entre los que se situaron el propio Wiggins y Chris Hoy, intervino el caudal casi ilimitado de dinero venido de las loterías británicas.
Hoy ese camino ya no es el de los experimentos y los nervios del debutante, hoy ese camino es el de excelencia porque sólo así se puede entender que, tres años después de sus Juegos Olímpicos, en la pista británica, que tantos buenos talentos ha dado esta década y media, siga habiendo debate y gritos sobre quien y cómo debe suceder a sus exitosos antecesores.
En Londres, UK sumó siete medallas de oro en el velódromo, siete de diez posibles, ejerciendo un poder que nunca se vio en un anillo, desplazando totalmente a la selección australiana, su principal rival en varios frentes, y poniendo el listón casi imposible para futuras citas.
Pues bien, a menos de un año de Río de Janeiro, UK vuelve a estar listo y lo ha demostrado con lo que los franceses llaman golpe de teatro en los Campeonatos de Europa que acaban de finalizar en una pequeña localidad suiza, equidistante de Berna y Basilea.