De la UCI y sus formas de hacer muchas veces hemos opinado. La última patata caliente que tiene el organismo internacional sobre la mesa es ahora el tema de las bicicletas con motor, algo que injustamente se ha tendido a llamar dopaje tecnológico, cuando el dopaje como tal es una palabra que a mi juicio implica una sobrexplotación de las capacidades físicas del atleta para llegar al triunfo, poniendo su salud, incluso, en tela de juicio.
Yo lo llamaría trampa tecnológica, algo que tiene tantas opiniones como protagonistas hablan y que, como otras muchas veces hemos dicho, al final ya no sabemos qué pensar.
A priori, con la ciencia que arguyen todos, no debería ser tan complicado pillar este fraude en toda regla, pues choca, entre otras muchas cosas, frontalmente contra el esfuerzo que el deportista debe mostrar en sus actuaciones. Pero al parecer lo es, y pillar estos motores escondidos se ha convertido en la búsqueda del grial, cosa que sorprende, porque el manual de los tramposos tampoco creo que sea tan complicado de descifrar.
Por muy bien escondido que esté, el mero comportamiento de la bicicleta no es habitual y ello tiene que ser obvio para quienes conviven entre miles de ellas por medio mundo arbitrando la suerte de las mejores carreras.
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