Por Nico Van Looy.
Hoy Uluru se complace en tener a un colaborador de lujo en la persona de Nico Van Looy, posiblemente una de las personas idóneas para hablar del futuro del cyclo-cross, desde su doble óptica de español y flamenco, y su magnífica pluma, atendiendo mi petición personal de contar con dos puntos de vista sobre el futuro del cyclo-cross, uno más optimista sobre la difusión de esta disciplina y otro, representado por él, que muestra sus dudas.
Lleva años la UCI creando planes, hojas de ruta, acciones, borradores y demás papeleo para, según dicen, conseguir la internacionalización del cyclo-cross. La especialidad invernal del ciclismo, que goza de una salud envidiable en Bélgica, Países Bajos y la República Checa, no ha conseguido, pese a los esfuerzos del estamento que debe de velar por el ciclismo como deporte, sobrepasar esas fronteras con la misma fuerza. Sólo Estados Unidos está ofreciendo, en la última década, alegrías a Peter Van den Abeele y su equipo gracias a un impresionante desarrollo al otro lado del Atlántico. Tanto es así, que cada vez cobra más fuerza la entrada del cross de Las Vegas en el calendario de la Copa del Mundo –podría incluso abrir la próxima edición de la challenge– y la posible inclusión, dentro de dos campañas, de una prueba más en suelo americano.
Pero, no nos engañemos, ese crecimiento americano es sólo un espejismo que quizá pueda contentar a los jefazos de la UCI ya que, al fin y al cabo, significa más flujo entrante en la caja de la sede suiza, pero en la vieja Europa, la tierra donde el ciclismo se ha convertido en el deporte internacional que hoy en día es, las cosas son muy distintas.
La UCI ha apostado por ‘sacar’ el cyclo-cross de su feudo tradicional en busca del interés por estas carreras en países más al Sur de París. Buena prueba de ello es la inclusión en el programa de la Copa del Mundo del engendro de Roma. Una carrera que ni por tradición ni por recorrido estaría nunca a la altura de la challenge oficial de la UCI. Pero los romanos, que no sabemos si están locos o no, tienen el dinero que, por ejemplo, no tiene en estos momentos una prueba histórica como Igorre, que sí tiene el bagaje suficiente para formar parte de la Copa del Mundo.
Con un trazado infame, la prueba de Roma ha entrado con calzador en la Copa del Mundo. Traía un buen cheque debajo del brazo y la UCI lo ha aceptado con la excusa de la internacionalización. Pero ahí es donde Brian Cookson y los suyos se equivocan de pleno. No es suficiente con llevar las carreras a países donde el cyclo-cross no levanta grandes pasiones. Además de poner un circuito y a los mejores ciclistas a correr, hay que ofrecer espectáculo en estado puro y eso, con autopistas curvadas como las de Roma, no se consigue.
Quizá habría que resignarse a la idea de que el cyclo-cross es una especialidad que ha encontrado su nicho de mercado y que no tiene mucha más capacidad de crecimiento. Es posible que en países como Alemania, Austria o Italia, con grandes esquiadores, el interés del público esté en el blanco de la nieve y no en el marrón del barro durante el invierno. No sería extraño que en España, un país con una nula cultura deportiva, tengamos suficiente con el fútbol y el deporte de moda de cada momento, que ahora es la Fórmula 1, y que cuando Alonso decida poner punto y final a su carrera será otro cualquiera.
El éxito belga
Pero ésa no es la solución tampoco. La UCI, si quiere apostar por la internacionalización del cyclo-cross, debe de echar el resto y cambiar cosas de calado muy profundo. Lo primero que debe de hacer es preguntarse por qué tiene tanto éxito especialmente en Bélgica. Los motivos, claro, son muy variados, pero podríamos resumirlos en tres: una altísima rentabilidad publicitaria para las empresas anunciantes, unas televisiones implicadas que se pelean por los derechos de las pruebas y un público entregado y dispuesto a acudir a los circuitos porque, además de a una carrera ciclista, saben que van a una suerte de feria donde pasárselo bien en familia.
Lo de la rentabilidad publicitaria tiene mala barraca y, por supuesto, va asociada al interés de las televisiones por retransmitir los eventos. Pero las teles no se interesarán por un deporte ‘emergente’ si no hay grandes marcas detrás. Por eso, quizá, la primera solución sería que la UCI obligue a los equipos con licencia World Tour a no quedarse en la comodidad de la ruta y a tener estructuras en otras disciplinas. Así, podríamos nombrar el MTB, el cyclo-cross, las féminas, categorías inferiores, escuelas de ciclismo, la pista… hagan ustedes el catálogo completo. Una vez hecho, la UCI, para dar una licencia WT a un equipo, debería de obligar a éste a disponer, al menos, de estructura en tres de esas disciplinas.
Recientemente, en una animada conversación twitera sobre el asunto, defendía que la UCI sólo tenía que fijarse en el ejemplo del Rabobank para este objetivo, aunque está claro que alcanzar los niveles de compromiso del banco holandés, será casi una utopía.
Televisión
Por otro lado tenemos los derechos televisivos. Es el punto más complicado. La UCI, si realmente quiere conseguir popularizar el cyclo-cross y otras disciplinas del ciclismo, debe de sentarse y hablar seriamente con los grandes organizadores. El ciclismo debe de venderse como un paquete televisivo. Las teles que quieran emitir el Tour, la Vuelta o el Giro deben de comprar un paquete íntegro que incluya clásicas, pista, cyclo-cross, etc… Una vez que se ha hecho el desembolso, no cabe duda de que esas cadenas emitirían sus contenidos a fin de obtener una rentabilidad adecuada de ellos. ¿Acaso alguien piensa que la F1 vendería los derechos de una prueba suelta a una televisión nacional?
Por último, tenemos el tema del espectáculo. Perpetrar eventos como el de Roma, donde el espectador apenas disfruta de lo que está viendo y no consigue enganchar a los noveles es un sinsentido como lo sería querer introducir el fútbol en países donde no se sigue con triangulares en los que participen equipos de barrio y no los Bayern, Real Madrid, Barça, Chelsea…
Imaginen, por un momento, que todas estas circunstancias se pudiesen dar. Piensen en un cyclo-cross en el que los Nys, Stybar, Van der Haar, Wellens, etc… corrieran con los maillots de Quick Step, Trek, Astana, BMC, Cannondale, etc… y que entre ellos, el bueno de Larrinaga defendiera los intereses del Movistar, con su apoyo logístico y económico que le permitiera hacer, como Dios manda, temporadas completas en las mismas condiciones que los grandes nombres belgas. Imaginen, además, que los dos o tres eventos que se disputaran en España fueran patrocinados por marcas como Vodafone, Skoda, Danone, Amstel, Festina… (por nombrar sólo algunos nombres relacionados con la Vuelta a España) y, con su dinero, los organizadores pudieran montar un evento en el que, además de ciclismo, una familia con niños pudiera ir a pasar el día sabiendo que van a poder comer, beber, jugar, ver algún concierto de una banda local…
Por último, imaginen que todo esto se retransmite (en directo o no) por Teledeporte o cualquier otro canal de los muchos existentes en la TDT. Y multipliquen el efecto que esto tuviera en España por el que podría tener en otros países como Italia, Francia, Portugal, Inglaterra, Alemania…
Me dirán ustedes, y con razón, que es una propuesta muy difícil de llevar a buen puerto. Que es impensable poner de acuerdo a tantos actores. Incluso, y ahí estaremos de acuerdo, que uno de los motivos del éxito del cyclo-cross en Bélgica es la mínima distancia que deben de recorrer los aficionados semana tras semana para ir a todas las pruebas del calendario, algo que es imposible en un país tan grande como España. Y sí. Lo que les propongo no es algo sencillo. Pero debe de intentarse. Porque lo que está claro es que el camino que ahora mismo recorre la UCI no es el correcto. Más bien, todo lo contrario.