En la Italia de los años veinte y treinta había efervescencia ciclista. Eran los tiempos del llamado ciclismo heroico, aquel que según definición no científica, se protagonizaba desde el corazón, con los tubulares al hombro y carreteras inmundas por delante. En esa Italia de entreguerras crecía la pasión con dos nombres como Alfredo Binda y Constante Girardengo. Dos monstruos, gigantes de su momento, que enrolaron una no pequeña militancia de fieles adeptos a la bicicleta.
Luego vino la Segunda Guerra Mundial y de sus cenizas surgieron emblemas de la manufactura itálica que hoy sigue muy vigentes. Encandilado por Girardengo y Binda, un joven chaval nacido en las inmediaciones de Treviso crecía como ciclista. A pesar de algunos triunfos, su salto a la fama se lo propuso una “maglia nera”, sí un jersey negro, el que se daba al último clasificado del Giro de Italia. Esa prenda la vistió nuestro hombre, Giovanni Pinarello, el primero de la saga de “bicicleteros”, el hombre que abrió la historia de uno de los orgullos del Véneto.
Artículo completo de y en Joan Seguidor