Hablar desde el sofá, lo dicen los pros, la gente que circunda el circo de las dos ruedas, es sencillo, sumamente sencillo. Quienes hemos hecho deporte sabemos lo que cuestan las cosas, cada uno en su nivel, cada uno en su círculo. En el profesionalismo, lo que llamamos alto nivel, podemos imaginarnos, someramente, lo caras que están las cosas. Una sima, una pequeña muesca de debilidad es óbice para que los demás te expriman y te lancen fuera del tablao, pero rápido. Que se lo cuenten a Alberto Contador.
Sin embargo, no podemos estar satisfechos con lo que hemos visto estos tres días de Pirineos. Dentro de dos semanas, cuando pasemos balance del Tour, de lo que fue y pudo haber sido, de la realidad que hemos visto estas 21 etapas, seguro que el ganador, sea Froome, sea Nairo, sea Yates,…, sacará punta y hará valer sus virtudes y los momentos clave de la carrera que le auparon a tan privilegiada posición.
Pero yo creo que el ciclismo es más, algo más, no sé llamadme romántico, iluso o idiota. El ciclismo es emoción, flor de piel, sentimiento llevado al extremo por personas de hueso vista que se dejan lo mejor que tienen en sacar adelante el deporte más duro del mundo. Las imágenes de la granizada que azotaba y nublaba hoy la visión de la subida a Arcalis quedará en la retina como una de las confabulaciones más tremendas de la meteorología contra estos héroes y así lo haremos saber en los años venideros.
Pero como digo, el ciclismo es más. No voy a decir que si fuera fácil sería fútbol, pero casi. Es más cuando en los momentos en que un simple mortal desiste, estos redoblan el alma para dar lo mejor, es más cuando en teatros de ensueño, el espectáculo deporto roza lo legendario, es más cuando hay movimientos serios, ambición y grandeza, de todo o nada, a pecho descubierto. Cómo extrañamos el Giro, y Roubaix, y Niza,…
Artículo completo de Joan Seguidor aquí