En plenas vísperas del Mundial de ciclocross, la Unión Europea de Ciclismo ha aprovechado el desplazamiento de los federativos europeos miembros de su Comité Directivo para celebrar en Valkemburg una reunión de este organismo, cuyo tema estrella ha sido la reforma de los Campeonatos de Europa en carretera a partir de 2019.
Tras el invento para este año de los European Sport Championships en Glasgow (y Berlín para otros deportes), a los que ya me referí ampliamente, que reúnen en esta ciudad escocesa las competiciones élite de las cuatro modalidades ciclistas olímpicas, pero que obliga a organizar otros Europeos para el resto de categorías habituales (juniors y sub23), para 2019 se hace una apuesta distinta que justifican así: “Para convertir las pruebas más espectaculares y apasionantes para el gran público y la prensa, las pruebas se disputarán en circuitos cortos y los kilometrajes serán reducidos”.
Sobre lo primero, decir que es tradicional que los Mundiales (y también los Europeos) se disputasen en circuitos de unos 15-18 kilómetros en una única sede, pero la necesidad de sacar recursos económicos para hacer viables estos eventos ha supuesto que se regionalicen los Campeonatos -el caso de Innsbruck 2018 es terriblemente significativo-, con varias sedes y circuitos en el que los tramos en línea -de ciudad a ciudad- son cada vez más frecuentes.
Pero lo segundo, la reducción del kilometraje, es lo que no me termina de cuadrar. Es cierto que los Europeos de Herning el año pasado fueron agobiantes, con hasta tres pruebas en línea en una misma jornada. Y si se reduce el kilometraje, se disminuye la duración, lo cual agradecerán todos los miembros de los staff de las Federaciones, aunque no los corredores, que vivirán en algunos casos ‘pruebas de juguete’.
Porque las distancias propuestas son, en general, de risa: 20 a 30 kilómetros para las contrarrelojes de todas las categorías, incluyendo a los élites que normalmente cuelen estar muy cerca de los 50; un máximo de 120 kms. para las féminas, que llevan mucho tiempo reclamando con razón mayor dureza, y, lo que es ya el ‘summum’: solamente 180 kilómetros para los élite, para los ‘pros’, algo que choca frontalmente con la realidad que he vivido en muchísimos Mundiales: es a partir de los 220-240 kilómetros cuando se separa el grano de la paja.
Es cierto, como se plantea a UEC, que los Europeos deben ganar en interés, pero para ello deben consolidarse en el calendario: y si en 2016 tuvieron la suerte de esa ‘ventana’ post Vuelta debido al retraso del Mundial de Qatar, en 2017 su ubicación a principios de agosto resultaba demencial: quien no estaba descansando del Tour estaba pensando en la Vuelta, o corriendo en alguna de las muchas pruebas coincidentes. No hace falta recordar los apuros que vivió Javier Mínguez para formar el ‘nueve’ español.
La solución, pues, no debe ser reducir distancias, sino proteger un evento… o pensar incluso que pueda no tener carácter anual: de hecho el ciclismo debe ser el único deporte que tiene todos los años su Mundial y su Europeo.