El otro día hice una de las cosas que no acostumbro a hacer, enredarme en una discusión de twitter en la que lo encontrado de nuestras posiciones hacía imposible encontrar acuerdo. La controversia fue a tres, un lector llamado Juan Vicente, una de las personas con más recorrido en la narración deportiva de este país, Paloma del Río, y un servidor.
La chispa en cuestión fue un tweet de la periodista en el que venía a afirmar que “la Vuelta había sido de largo la gran ronda más emocionante del año”. Taché, craso error, el comentario de “sectario y corporativista” y empezó la retahíla de contestaciones que zanjé pidiendo disculpas por el tono y los adjetivos empleados, pues creo que al final, se nos va un poco de las manos todo esto cuando ni siquiera es importante ni trascendente, aunque a veces hagamos creer que lo es.
Hasta aquí bien. Han pasado casi tres semanas desde que acabara la Vuelta y lejos de dudar de la calidad deportiva que ha tenido, que a la vista está ha sido altísima, sí que dudo que haya sido de largo la más emocionante, porque sinceramente el espejo en el que deberíamos mirarse la carrera no es ni siquiera el Tour y sí el Giro de Italia, que no tendrá la grandeza ni trascendencia de la primera, pero que es una carrera ejemplar, con sus defectos, en muchos casos. El Giro 2016 fue una carrera que nos tuvo el 110% desde su inicio en Países Bajos y aunque el caché de sus protagonistas quizá no suene a Nairo y Froome, no desmereció por las emociones que transmitieron.
En todo caso, si alguien se mira en el espejo de la Vuelta es el Tour de Francia, cuyo propietario, ASO, posee el control sobe ella organización de la carrera, convirtiéndola en dos cosas: una sucursal y un banco de pruebas.
Artículo completo de Joan Seguidor aquí