La Vuelta a España de 2014 ha reunido una de las mejores –si no la mejor– participaciones de su historia. A nadie se le escapa que la presencia de algunos grandes capos es circunstancial. Sobrevenida por los accidentes del Tour de Francia. Pero, a la vez, esta presencia de grandes estrellas es el premio a años de mejora de los recorridos y de un diseño competitivo que, si bien (como es lógico) beneficia más a escaladores o contrarrelojistas dependiendo del año y los intereses y/o circunstancias del organizador –cosa que no criticamos ya que es una práctica muy habitual y seguramente necesaria para mantener el interés comercial– ha sabido aumentar el prestigio de la carrera y, por lo tanto, el interés por sumarla al palmarés.
Uno puede estar más o menos de acuerdo con el número de kilómetros de lucha contra el crono o con la cantidad de cuestas, que eso es cuestión de filias y fobias personales, pero hay que reconocer –eso es impepinable si atendemos a la nómina de corredores que se presentaban en la salida hace no tantos años– que la cosa ha mejorado mucho y que la culpa de ello la tienen, entre otros factores, la vuelta de tuerca que Paco Giner y los suyos imprimieron al diseño de las etapas hace algunas ediciones y que ha sido imitada por muchas otras carreras.
Pero, como todo en la vida, siempre se puede buscar la excelencia. Ser cada vez más ambicioso. O menos torpe. Evitar errores. Pensar las cosas dos veces. No dormirse en los laureles. Porque parece que eso es lo que ha sucedido entre los arquitectos de estas primeras etapas de la 69ª edición de la carrera española por antonomasia.
Lo de la contrarreloj por equipos de Jerez de la Frontera fue, en el mejor de los casos, un imperativo publicitario, pero evitable. Es evidente que si se quiere aprovechar la ‘nocturnidad’ para favorecer que la gente salga a la cuneta y arañar algunas décimas más de cuota de pantalla en la televisión –que de esa ya hablaremos en otra ocasión–, no se puede programar una etapa al uso. Tiene que ser algo explosivo. Corto. Y una contrarreloj por equipos es, salvo inventos que no tienen garantizado el éxito por lo complicado que pueden ser de explicar al gran público (recuerden aquellas cronos por tríos de los 90), la mejor solución. Además, es una ocasión única para hacer ver al neófito en la cuestión que el ciclismo es, también, un deporte de equipo.
Pero claro, eso es así siempre y cuando permitas que los equipos desarrollen todo su potencial. Les permitas relevarse. Organizarse. Hacer una crono por escuadras por el centro de una localidad como Jerez de la Frontera (o cualquier otra), callejeando y con tanta rotonda trampa es, cuanto menos, un flaco favor a la propia esencia del concepto. Pero, como decimos, la ciudad andaluza fue la que puso el fajo encima de la mesa de ASO y, claro, es entendible que ambas partes hayan tenido que ceder en algo en aras de hacer la inversión rentable.
Pero lo de ayer en Córdoba fue otra cosa. No había intereses comerciales por medio. No había excusa. A alguien se le fue la mano. Simple y llanamente. Tras el tostón de etapa del día anterior, sólo arreglado con un estupendo final en un interesante murito en Arcos de la Frontera, el dibujo de la jornada cordobesa prometía. Era terreno de emboscada. Un día estupendo para, perdón por la expresión, putear las piernas de algún rival menos en forma. Un día, por ejemplo, para atizarle a Contador y comprobar hasta dónde llegan realmente sus limitaciones.
Lo intentó Valverde en un muy discutido ataque. Es lo que tienen las redes sociales, que todo se discute en directo y permite al aficionado una visión más amplia –no siempre acertada– del asunto. El murciano, fiel a su estilo en todas las carreras que no sean el Tour, fue valiente. Espectacular. Le echó lo que hay que echarle a un final de ese tipo. Atacó cuando nadie se lo esperaba. Abrió hueco. Se unió a los hombres en fuga. Avisó a su compañero/rival Nairo Quintana de que no ha venido a esta Vuelta a ser un mero comparsa. Obligó a sus rivales a detener la sangría de tiempo con una muy organizada y trabajosa labor de caza. ¡Ah, no! Eso último, disculpen, pero no. Es lo que nos gustaría contar, pero la propia organización, la que tanto acierto tuvo en meter esos dos puertos finales, se encargó de reventarnos el espectáculo.
Los aficionados llevan tiempo quejándose del llamado ‘ciclismo Youtube’. Y, de repente, tenemos a un corredor al que tampoco le gusta. Nos encontramos con un auténtico exhibicionista. Un provocador. Un loco desatado que ya en la cuarta jornada quiere dinamitar la carrera. Aplausos. Algarabía entre los organizadores. La carrera está viva y la gente en el sofá no se duerme. Y, de la nada, aparece una autovía. Una ancha, perfecta e interminable autovía que lo fastidia todo. Una enrome herida de asfalto que se encargó de hacerle el trabajo al Tinkoff y al Sky. Que le sirvió la victoria al Giant. Que pacificó la guerra civil del Movistar. Que meció de nuevo en el sueño al telespectador.
No se podía ser más torpe. Fue una etapa preciosa, pero estropeada por obra y gracia de las mismas personas que tuvieron la genial idea de meter esos dos puertos. La Vuelta no está asentada –ninguna carrera lo está– como el Tour de Francia. Tiene que superarse año a año. Hasta ahora, ha funcionado y seguro que este año vuelve a hacerlo, pero estos errores, a la larga se pagan. Sólo de esa manera harán falta menos portaviones para captar el interés del público porque éste ya estará impaciente por ver la carrera y no sus atracciones de feria. No se puede castrar el espectáculo.
Habitual querencia de los organizadores de la Vuelta por alguna autovía, a poder ser sin repechos. A algunos los apartan del trabajo por su «oscuro» pasado pero por estos pecados seguro que no hay penitencia.