Lance Armstrong tiene mucho de cabeza de turco, pero él ha sido el primer beneficiado.
Dice Johan Bruyneel que el presidente de la UCI y el director general del Tour son el gran obstáculo para que Lance Armstrong sea bienvenido al ciclismo.
Lo dice en una entrevista en la que muchas de las cosas que podíamos imaginar, como el que tiene amigos que le admiten afecto en privado pero no en público, salen a flote para retratar la foto de salón de esta «gran familia» que es el ciclismo.
Lo cierto es que el carrusel de Lance Armstrong en el ciclismo entra y sale a conveniencia, con una calculada periodicidad que cuesta creer que sea fruto del azar.
Perico habló de Armstrong el otro día para admitir que el americano hizo cosas buenas en el ciclismo, y no lo pongo en duda.
Situó este deporte en unas cuotas de seguimiento nunca vistas, pero a qué precio, de hecho los dos americanos que pusieron el ciclismo en el candelero, Lemond y Armstrong, lo hicieron a lo grande, con gruesos titulares, pero si uno fue listo y supo gestionar siempre la situación, el segundo se pasó tres pueblos.
El precio que el ciclismo paga por Lance Armstrong es obvio, un estigma ganado a pulso que el americano se encargó de apuntillar con tanto acierto como torpeza, pues consiguió, yo creo, el efecto contrario a lo deseado.
Lance Armstrong, mal que les pese a algunos, es ciclismo, lo vimos desde el principio, desde sus debuts en San Sebastián, al mundial que le rebaña a Indurain, al famoso doblaje que le hace éste en Bergerac, a la historia del cáncer y los siete Tours.
Todo lo vimos, y es cierto que no todo ha sido malo.
Lance Armstrong hizo mucho por muchas personas, sólo con su imagen, el problema es lo que había detrás.
Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor