El otro día recuperamos una imagen de hace escasamente un año.
Era Mikel Landa, tirando del grupo de los mejores, con su jefe Froome, de amarillo, a rueda.
Quedaba poco para llegar a la cima de Peyragudes, en la zona de la pista de aterrizaje.
Mikel Landa los llevó todos juntos, como el perro pastor, y los soltó a poco de meta.
Una vez pasado el acelerón inicial, del que salió victorioso Romain Bardet, Mikel Landa los fue recogiendo, uno a uno y casi hasta disputa la etapa.
Así es Mikel Landa, un ciclista que parece hacerlo fácil, un corredor tocado con una varita.
Como dijo en su día Unai Yus, desde pequeño ya se le veían modos.
Vivaracho, locuaz, le costaba ganar, pero tenía algo, esa luz con la que se nace…
Pero el talento no lo es todo.
Por una cosa y otra, los tiempos de Mikel Landa no coinciden con los tiempos reales.
Está fuerte cuando no es el líder: Giro 2015 con Fabio Aru y Tour 2017 con Chris Froome.
Y se le tuercen las cosas cuando sí es líder: Giro 2016 y 2017.
Mientras, como Eusebio Unzúe ya ha recordado, pasan los años, con melancolía, porque nunca dan de sí lo que se espera del alavés.
Y los años siguen pasando, como una gota malaya.
Para el nuevo año una cosa parece clara, el tridente no será el titular de Movistar para el Tour.
Mikel Landa quiere estar en el Giro, una carrera que por muchas razones parece hecha para él.
Luego el Tour.
Dice que quiere correrlas con garantías.
Hace un año le resultó, pero correr con garantías dos grandes así no es sencillo.
Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor