Es una discusión recurrente. Desde que en la década de los 90 del pasado siglo hicieran su aparición los primeros modelos, los pinganillos han sumado tantos detractores como defensores. De un lado, están los que aseguran que son una mejora fundamental en el ámbito de la seguridad de los corredores. Por otro, los que se quejan de que las continuas órdenes que el pelotón recibe desde los coches de los directores está matando el espíritu del ciclismo.
Sea como fuere, las posturas son irreconciliables y, aunque se ha intentado llegar a un punto de consenso en más de una ocasión, ha sido imposible evitar que unos se hayan sentido vencedores y otros derrotados tras cada paso en pos de un punto de entendimiento. Ahora, al menos eso es lo que se deduce de sus palabras, el nuevo presidente de la UCI, David Lappartient, anuncia que será el máximo organismo mundial el que decida al respecto. Y parece que, de manera inequívoca, habrá un bando que perderá la guerra de manera definitiva.
El dirigente francés ha sido muy claro: “he dejado claro que quiero prohibir los pinganillos para el próximo Mundial”, que se disputará en Innsbruck (Austria) entre el 22 y el 30 de septiembre de 2018. Lappartient no considera que sea un instrumento necesario en el ciclismo moderno y lanza alternativas para aquellos que argumentan que los avisos de radio son fundamentales para garantizar la seguridad.
“¿De verdad necesitan los corredores recibir tanta información?”, se pregunta el presidente de la UCI, que se contesta diciendo que “también podríamos mandar esa información a los ordenadores de sus bicicletas o a los visores de sus cascos”. Así pues, Lappartient sigue abriendo frentes después de haber puesto anteriormente en el punto de mira a los medidores de vatios.