Con todo el esfuerzo económico y organizativo, físico y mental, individual y colectivo, humano y divino, que supone poner en marcha una prueba ciclista no entiendo cómo todavía hay tantísimos organizadores que piensan que su carrera termina cuando cruza la meta el último ciclista o, en el mejor de los casos, cuando ha concluido la ceremonia protocolaria y respiran aliviados. Gente que renuncia a conseguir la máxima difusión a través de cualquiera de los medios de comunicación: y en este apartado incluyo desde la televisión hasta el más modesto blog.
En este capítulo caben personajes muy distintos. El que renuncia a atender a los más pequeños porque ya tiene el máximo al que puede aspirar (y no hablo sólo de TV en directo, sino también del que se conforma, por ejemplo, con la presencia de la emisora local); el trasnochado que considera que sólo quiere hacer ciclismo por los chavales y le da lo mismo la difusión; el básico que cree que con mandar una clasificación por fax es suficiente; el soberbio que se limita a atender solamente a los medios en carrera porque “si los otros no quieren venir, no me voy a preocupar yo de ellos”; el que quiere hacerlo todo por si mismo y se deja todo por hacer; el ‘friqui’ que potencia las redes sociales porque están de moda… y se olvida de la comunicación tradicional…
Es curioso, porque esa labor comunicativa no es cara –y no me refiero porque se pueda pillar a un aprendiz de periodista que por promocionarse te hace el servicio gratis; chavales, huid de esa minusvaloración de vuestra labor-, aunque requiere una mínima calidad y dedicación.
De entrada, basta con una web (o un blog, que es más sencillo de llevar y gratuito) con la información de interés sobre la prueba que se vaya ‘colgando’ en tiempo y con antelación (rutómetros, recorridos, participación, dorsales…), o con inmediatez al término de la prueba (crónica, declaraciones, clasificaciones y un par de fotos ‘dignas’ del podio –es decir, centradas, bien de color y sobre todo sin cabezas delante- e incluso de la llegada si contamos con medios, pero sobre todo con rapidez para disponer de ellas). Luego se puede añadir todo lo que se desee, con la premisa de llevar un contenido actualizado (que no quiere decir saturante) y, sobre todo, rápido e inmediato. Un segundo paso son las redes sociales, en especial Twitter para comunicar (informativa y publicitariamente) e Instagram e incluso YouTube, pero de forma coordinada y nunca exclusiva.
Una vez que tengamos estos contenidos, hay que avisar a los medios. Posiblemente al principio haya que llamarles la atención (recordatorios de cada nuevo contenido por mail, por Twitter… pero el fax arrojadlo por un barranco) pero posteriormente serán ellos los que ‘tiren’ de la información que colgamos en la web (visitas o sistemas RSS). Y no olvidemos que los medios cada vez disponen de menos medios –valga la redundancia-, pero de más información. Y que cuanto más rápida y ‘mascada’ les llegue, mejor que mejor.
A partir de este esquema básico, se pueden hacer maravillas. Con dinero, por supuesto; con imaginación, más aún. Pero siempre con interés y sin dejar a nadie de lado, por tamaño o ausencia. Y ese es el punto de partida que hay que lograr, aunque determinados días del año me parezca absolutamente imposible.