Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Para la percepción humana es complicado delimitar, con precisión, el tiempo que se aglutinan en un periodo, tan exiguo, como dieciséis segundos. A buen seguro, uno no sepa responder, con firmeza, al número de respiraciones que necesita para sobrevivir en dicha horquilla temporal o las veces en las que, instintivamente, sus párpados se mueven.
No obstante, Joaquim Rodríguez (Paret del Valles, 1979) seguro que sí lo es. El valeroso y pundonoroso Purito tendrá en su mente grabado a fuego esa cifra, 16 segundos, las pedaladas que, con mecánica pujanza, se pueden observar en tal tiempo, los metros de asfalto recorridas en ese (maldito) lapso.
No en vano, ésa fue la distancia que separó al catalán de enfundarse la maglia rosa en la meta final de Milán, la que permitió aupar al canadiense Ryder Hesjedal al mayor triunfo de toda su carrera, escenificado en una última crono individual, de 28,2 kilómetros, que discurría por la ciudad italiana y en la que el italiano Marco Pinotti (del equipo BMC) se hizo con el triunfo de etapa, marcando un crono de 33 minutos y 6 segundos.
Aquel Giro, el nonagésimo quinto, celebrado durante el año 2012, contaba con una peculiaridad que le unía al actual. Y es que la carrera iniciaba su andadura fuera del terreno italiano, concretamente gastando tres días en Dinamarca, en los que el estadounidense Taylor Phinney aprovechó para vestirse de rosa y mantener el liderato, a pesar de las victorias al sprint de Cavendish y Goss. Este año, como bien saben, la corsa principia por terreno holandés.
El Giro de aquel año se presentó como una batalla entre dos hombres que, prácticamente (excepción hecha del ya mentado Phinney, el lituano Navardauskas en dos jornadas y Malori en una) coparon el uso y disfrute de la prenda que distingue al mejor clasificado en la general. Hesjedal y Purito, Purito y Hesjedal, en un mano a mano que mantuvo la emoción de la competición hasta el último momento.
Y, sin embargo, el corredor que podría levantar los brazos, satisfecho y ganador, en Milán no se encontraba en las quinielas efectuadas al comienzo del Giro, donde descollaban hombres como los italianos Ivan Basso y Michele Scarponi, el luxemburgués Frank Schleck y nuestro compatriota Purito.
Hesjedal aprovechó la primera jornada montañosa, que concluía en Rocca di Cambio, para alzarse a la primera plaza y tuvieron que pasar tres días, en la cima de Asissi, para que Purito le arrebatara su privilegiada posición, gracias a su victoria de etapa, que daba un vuelco a la general y avisaba de las posibilidades del liviano escalador español.
El rosa reposó en la espalda de Purito hasta la etapa que culminaba en el durísimo final de Cervinia. Allí, el costarricense Andrey Amador se hizo con la etapa y Purito, en una enconada lucha con Hesjedal, se dejaba unos segundos que le obligaban a despojarse de la maglia rosa.
Sin embargo, al día siguiente, en otra etapa montañosa con final en Fazes, Purito recobraba su primer puesto. La alegría, además, fue doble para la hinchada española ya que Ion Izagirre se hacía con la etapa.
Idéntica situación se observó al día siguiente, en la que Rodríguez mantenía su primer puesto, venciendo en la cima de Cortina d´Ampezzo. Sin embargo, la diferencia mantenida con Hesjedal (apenas treinta segundos) aún no era suficiente para afrontar con tranquilidad el final del Giro, máxime teniendo en cuenta esos casi treinta kilómetros contra el crono que se reservaban, como una trampa, en la jornada definitiva de Milán.
Restaban dos jornadas de montaña más en las que el catalán deseaba romper, de modo total, la carrera. La primera de ellas era la jornada con final en el Alto di Pampeago. Allí venció el checo Kreuziger. Hesjedal, sin embargo, asumió un rol muy distinto al esperado y en la última de las dos subidas a Pampeago atacó, obteniendo trece segundos de diferencia con un Purito exhausto.
En la antesala de Milán, el Giro había planificado una etapa con final en el Stelvio (y atravesando el Mortirolo de camino), sinónimo de agonía y sufrimiento. El cansancio acumulado y la dureza de la jornada hicieron que Purito demarrara solo en el último kilómetro y pudiera cosechar doce segundos, que sumados a los diecinueve, conformaban una más que escueta renta de treinta y un segundos de cara a la crono.
No sirvieron. Purito vio como Hesjedal establecía un registro cuarenta y siete segundos inferior al suyo en la crono y, con ello le apartaba de una gloria que había tocado, con sus dedos, durante gran parte de las tres semanas de carrera.
El canadiense, en el primer punto de kilometraje, situado en el kilómetro doce, aventajaba a Purito ya en veintinueve segundos, por lo que la maglia que lucía el catalán le correspondía apenas por dos segundos. Esa virtualidad se destrozó en la segunda toma de referencias, en el kilómetro veinte, donde Hesjedal ya aventajaba a nuestro compatriota en cuarenta y cinco segundos.
A buen seguro, Purito, en el segundo cajón del podio en Milán, contó mentalmente esos dieciséis segundos, maldiciendo su pérdida.