Gregario, gregarios, qué bonita palabra, para Miguel Indurain fue también clave.
Pedro Delgado, hace unos años, recordaba uno de los primeros Tour que Miguel Induráin logró terminar, cuando el navarro le comentó al segoviano que no le había parecido tan duro como los anteriores.
«No, Miguel -le respondió Perico-, el Tour es igual, pero tú cada año eres más fuerte».
En ese momento fue cuando, el entonces líder único de Reynolds, se dio cuenta que su relevo estaba próximo, que otro campeón estaba a punto de eclosionar y que tarde o temprano iba a tener que trabajar para él.
Perico, el mejor maestro de Miguel Induráin sobre el asfalto, iba a convertirse en poco tiempo en su gregario de lujo.
Gregario… ¡qué palabra!
Una profesión de ciclista tan valiosa como poco valorada por parte quizás de algún sector de la afición.
Por eso, hoy, dándole unas vueltas a tan sacrificada labor, hemos querido rendir un pequeño homenaje a lo que nosotros consideramos que fueron los cinco mejores gregarios de Miguel Induráin.
Seguro que cada uno de nosotros tiene su lista favorita, compuesta por esos hombres que siempre estuvieron al servicio de su líder.
Obreros del pedal orgullosos de su trabajo.
Ciclistas que se encontraron a sí mismos y que no miraron en ningún momento su puesto en la clasificación.
Corredores que protegían en el llano a Induráin y otros que le preparaban el terreno en las etapas de montaña.
Hombres que después de completar su labor, levantaban el pie para poder continuar con la faena al día siguiente. Y al otro. Y así hasta el final.
Nombres como el del propio Perico, Rodríguez Magro, Abelardo Rondón, Ramón González Arrieta, Vicente Aparicio o su propio hermano Pruden, entre otros muchos, pero para nosotros este es nuestro auténtico Top 5 de gregarios de lujos de Miguel Induráin.
Marino Alonso, de profesión currante
Fiel escudero de Miguel donde los haya. Si hay un ciclista que ha vivido de cerca los triunfos de Induráin en el Tour, este no es otro que Marino Alonso.
Marino, omnipresente en todas las victorias de Miguel (tan sólo abandonó en el Tour del 94), era además, debido a su corpulencia, el encargado de acompañarlo en el pelotón por si éste sufría cualquier percance en forma de pinchazo o caída para cambiarle de manera rápida su bicicleta.
El cántabro/zamorano siempre se supo ganar con su esfuerzo la confianza del pentacampeón navarro.
Jeff Bernard, trabajo de calidad
¿Quién no recuerda la etapa de Hautacam en el Tour del 94?
A pie de puerto, Pantani ataca y se va solo. Por detrás Induráin aprieta a Bernard: «¡más fuerte Jeff, más fuerte!».
El resultado lo recordamos todos.
Gracias a la gran labor de Bernard, Rominger se queda, se aparta y pone intermitente.
Todos se quedan: Ugrumov, Zulle, Zaina, Virenque. Sólo aguanta Leblanc, hasta que alcanzan a Pantani, con el resultado que ya todos conocemos: el francés se lleva la etapa pero Miguel prácticamente sentencia su 4º Tour.
Jeff fue un gregario de auténtico lujo para Induráin, no en vano decían de él que era el digno sucesor de Bernard Hinault, un corredor completo tanto en montaña como contra el reloj.
Lo consideraron el futuro del ciclismo francés cuando llegó a Banesto. Pero Miguel para entonces ya era el líder único en aquel Tour, el del 91.
En el recuerdo de aquella ronda gala los ataques de Bugno en Alpe d’Huez, mientras Jeff se iba a por él para ayudar a Miguel, quedándose, volviendo a entrar y volviendo a salir a la caza del elegante italiano.
Armand de las Cuevas, la luz rebelde
Conocido como el gregario rebelde de Induráin, Armand de las Cuevas falleció prematuramente a los 50 años de edad, pero su nombre quedará ligado para siempre como un ilustre ciclista que fue uno de los hombres importantes del Banesto en dos de los Tours victoriosos de Miguel pero sobre todo, también, en los dos Giros de Italia conquistados por el navarro en 1992 y 1993.
Fue precisamente de la mano de Reynolds cuando el francés pasó a profesionales en 1989 y se dio a conocer entre la afición, ayudando sobre todo a Induráin y de manera decisiva a la consecución de su primer Giro.
Fue al año siguiente, y también en el Giro, cuando Armand empezó a hacer de las suyas, escapándose en una de las etapas con Chiapucci, que era rival directo de Miguel para la general.
Aquel mismo año ya salió de Banesto, ya que no se plegó a su condición de excepcional gregario y, de difícil trato personal, tuvo que hacer las maletas.
En el Giro del 94 fue cuando exclamó su famosa y misteriosa frase cuando le dedicó «a la luz» su victoria en el prólogo, vistiéndose con la maglia rosa.