Casi dos décadas después de que Covadonga lo despidiera en aquella Vuelta a España que él nunca quiso correr y cercano a los 50 años de edad, ayer, con algún que otro kilo de más, se volvió a subir a la bicicleta en Asturias. Pero no hubo ni escapadas ni ataques. Ni ritmo infernal, ni fina y fría estrategia. Solo quedaba disfrutar, pues los rivales, en esta ocasión, solo fueron una grata compañía.
No hay duda de que Miguel Induráin (Villava, 1964) tiene un lugar en el podio de los grandes. Pero también entre los eternos. Su porte, su fortaleza, su respeto y sus hazañas de los años 90 le han convertido en un icono del deporte español. Lo que ayer ocurrió en Vegadeo fue una clara muestra de ello. El ciclista navarro fue la estrella invitada de la clausura del V Foro Comunicación y Escuela del Instituto Elisa y Luis Villamil, que coordina Luis Felipe Fernández, cuya actividad central fue una ruta de 10 kilómetros que compartió con escolares y miembros de agrupaciones ciclistas.
En total, unos 170, una cifra que desbordó cualquier previsión. Ordenar la salida se convirtió en una tarea nada sencilla. Las decenas de fotos y autógrafos que le requerían grandes y pequeños, y a los que este hijo de agricultores y exciclista atípico (1,88 metros de altura y 80 kilos) parecía no poder decir que no, retrasaron unos minutos el arranque de grupo y lo obligaron a detenerse en diversos puntos de la villa a lo largo de todo el día.
El pelotón, finalmente, pudo ponerse en marcha y la ruta transcurrió sin incidentes. «Fue suavecita. Al principio, todo subida, pero con los chavales, con que no se caigan, ya hemos pasado bien el día», comentó el navarro al término de una actividad, que combinó los atractivos de «sacar a los jóvenes un poco de la rutina del estudio y de promocionar el deporte».