No ha pasado ni medio Giro que la sensación del año pasado, que el único inquilino del último podio, ha puesto el pie a tierra. Ha pasado un buen trecho desde que supiéramos de la suerte nefasta que aguardaba a Mikel Landa en esta carrera. Hemos preferido esperar un poco, reposar lo sucedido porque la andanada que ha sucedido al abandono de Landa demuestra lo mal que está este deporte, en manos de auténticos opinadores que sin más argumento que su propia teoría han puesto sobre la mesa toda suerte de improperios sobre el ciclista alavés. Sí, hablamos de veladas sospechas de dopaje. Palabras gruesas, que sólo se pueden formular desde el anonimato que las redes a veces ofrecen con éxito. Sólo una pregunta, ¿para qué coño veis ciclismo?.
Dicho esto, la salida de Landa del Giro da hasta tres lecturas. La primera personal, la que se centra en el ciclista, que será el primero en estar jodido por la situación. Landa ha tenido un invierno muy raro y a las primeras de cambio ganó en País Vasco, una irrupción tan espectacular como su caída desde la primera posición. Luego ganó Trentino, sufriendo, pero lo ganó. En el Giro una de cal y otra de arena, discreto, incluso descolgado en alguna subida, pero notable en la crono, donde creo que la lluvia le benefició, pues los que podían distanciarle no pudieron arriesgar lo que requería la situación.
Con todo, y a pesar de lo expuesto la situación de Landa era perfecta para abordar su objetivo. Muy similar, curiosamente, a la historia de Tom Dumoulin, quien estuvo perfecto hasta reventar, increíblemente, en un segunda categoría con tramos de arena. Cosas de este ciclismo moderno.
Artículo completo de Joan Seguidor aquí