Milán-San Remo: Kwiatkowski derroca a un Sagan imperial

Kwiatkowski se impone a Sagan en la Milán-San Remo / © RCS

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Es imposible imaginar qué puede suceder, en una prueba del máximo nivel, cuando las piernas han acumulado prácticamente 300 kilómetros de pedaleo en algo más de siete horas. Un tiempo en el que, además de a la dificultad intrínseca del reto, cada corredor se enfrenta a una batalla mental en la que, a la vez, debe luchar contra unos rivales con demasiado tiempo para jugar al psicoanálisis de sillín y, por supuesto, contra los propios fantasmas. Esos espectros que uno sólo tiene ocasión, pasados los 260 o 270 kilómetros de competición, de visitar una vez al año y que pueden tener temibles cuentas pendientes con ganas de ser saldadas.

El caso es que nada más comenzar esta locura que es bajar desde Milán hasta el Mediterráneo un grupo de diez unidades formado por el español Julen Amezqueta (Wilier Triestina), Mattia Frapporti (Androni Giocattoli), Mirco Maestri (Bardiani-CSF), Toms Skujins (Cannondale-Drapac), William Clarke (Cannondale Drapac), Umberto Poli (Novo Nordisk), Alan Marangoni (Nippo-Vini Fantini), Nico Denz (AG2R-La Mondiale), Federico Zurlo (UAE Emirates) e Ivan Rovny (Gazprom-RusVelo) puso, como era previsible, tierra de por medio. El pelotón, al que no le apetecía lo más mínimo tener que estar pendiente de ataques y contraataques, dejó hacer y así, con una ventaja que siempre osciló entre los 4 y 5 minutos, los fugados iban engullendo kilómetros sabiendo que sólo un cataclismo de proporciones bíblicas podía darles alguna opción de coronar esa locura con el más mínimo éxito.

Frente al Mediterráneo © Sky

La Milán-San Remo es una prueba extraña. Durante 240 kilómetros no pasa nada digno de ser contado. El que lo quiere entender, lo sabe y al que no, al hater del asunto, no merece la pena intentar convencerle de que esas más de seis horas de pedaleo son parte fundamental para que año tras año los últimos 20 kilómetros del primer Monumento de la temporada se conviertan en la quintaesencia de lo que puede dar el ciclismo.

Y así, sin que nada aparentemente importante sucediese, el pelotón se plantó en la zona de los capos y aceleró el ritmo. Los escapados, dispuestos a aprovechar su momento de gloria hasta el último suspiro, veían cómo su ventaja se les escapaba, como el agua, entre los dedos. Así, la neutralización de las últimas unidades de la fuga se produjo en el pie mismo de la Cipressa, el primero de los bultos donde, según los cánones, se puede romper la prueba.

Gilbert, algo desdibujado en lo que llevamos de año, hizo un movimiento de esos que parecen inocuos, pero en realidad pueden marcar una diferencia fundamental en el desarrollo de la carrera. El campeón belga neutralizó un fortísimo ataque de Tony Gallopin (Lotto-Soudal). Después, ya fueron Cofidis y Katusha-Alpecin, dos de los equipos menos interesados en que se produjeran ataques en la cabeza que pudieran dar al traste con el sprint en el que sus líderes, Nacer Bouhanni y Alexander Kristoff, se iban a sentir más cómodos, los que ordenaron un poco las cosas antes del desvío hacia la cima. Tom Dumoulin (Sunweb), él solito, hizo ese mismo trabajo en la subida. El holandés, él solito, mantuvo a raya a cualquiera que hubiese pensado en la opción lejana más complicada. Michael Matthews (Sunweb), el australiano rápido en el que confiaba su escuadra, rodaba algo más retrasado, pero sin ceder terreno respecto a un grupo en el que, poco a poco, se iba haciendo la selección natural que dejaría a apenas medio centenar de corredores en condiciones de jugar un papel más o menos importante en la parte final.

La bajada fue, como siempre, no apta para cardiacos. Bahrain-Merida, con Sonny Colbrelli como hombre rápido, abría camino para, nada más llegar al llano, dar el relevo a unos Quick Step Floors que dejaban claro que la opción de Tom Boonen, impresionante en su trabajo de llevar al ritmo a bloque hasta el Poggio, no iba a ser su carta ganadora. El belga, pura elegancia y potencia, se acoplaba a su bicicleta, cogido el manillar de abajo y sin guantes, haciendo que el grupo se estirase una vez más antes de que Trek-Segafredo, que seguía confiando en John Degenkolb y el Sky, que se podía permitir el lujo de jugar al despiste, se posicionaran para liderar a ese pequeño pelotón en el inicio del Poggio di San Remo.

El ataque de Sagan en el Poggio © Sky

Y allí, en las rampas del bulto en el que finalmente se decidió la carrera, volvió a aparecer, majestuoso, Tom Dumoulin (Sunweb). El holandés se marcó una subida brutal. Impuso un ritmo terrorífico. Llevó al grupo, que tras él iba liderado por los Sky, a una velocidad lo suficientemente alta como para que nadie osara a intentar lanzar un ataque. Y así, metro tras metro y con 285 kilómetros a la espalda, el neerlandés se dejó morir, como lo hacen los grandes, a favor de Matthews.

Se apartó Dumoulin sin un gramo de fuerza cuando apenas quedaban unas decenas de metros para la cima del Poggio. Trabajo hecho, debió pensar más de uno. Ahora ya tocaba coronar y dejarse caer hasta la Via Roma de San Remo para jugársela al sprint. Incluso, por un momento, pareció que los Sky, que se encontraron de repente –y parece que incluso sorprendidos ellos mismos de la circunstancia– en cabeza de un pelotón sin saber muy bien qué hacer. Habían jugado tanto al despiste con Kwiatkowski y Viviani que dio la impresión de que a alguien, desde el coche, se le olvidó dar la orden final.

Y, claro, cuando alguien duda siempre hay otro alguien que se aprovecha. Cuando la gacela titubea, la leona siempre tiene las de ganar. Peter Sagan (Bora-Hansgrohe), el hombre que nunca tiene dudas, estaba al acecho. A él no le hace falta jugar al despiste porque sólo sabe hacer una cosa y esa es, exactamente, la que todo el mundo espera que haga y nadie sabe cómo evitar: atacar y romper la carrera.

Apenas 5 kilómetros restaban hasta la meta. Una bajada y un tramo llano de menos de 3 kilómetros. Y Sagan, aquel al que todos, absolutamente todos, sabían que tenían que cubrir y aislar (Boonen dixit) sencillamente se fue. Al campeón del mundo le da igual que otros 200 corredores de primer nivel tengan como única finalidad neutralizar su capacidad de movimiento. Él, simplemente, lleva el ciclismo a su mínimo común denominador: ir más rápido que los demás.

¡Brutal arrancada de @petosagan para reventar la carrera! Alaphilippe y Kwiatkowski a rueda #MSR pic.twitter.com/betP91Oau1

— Eurosport.es (@Eurosport_ES) 18 de marzo de 2017

El podio 2017 © RCS

Lo hizo. Primero, sentado. Luego, cuando vio que el ataque era bueno, de pie. Tras él, tras otro momento de duda, se fueron Michal Kwiatkowski (Sky) y Julian Alaphilippe (Quick Step Floors). Los tres bajaron el Poggio poniendo a todos el corazón en un puño y colaboraron, sabiendo que tenían apenas 15 segundos de renta, para evitar que el pelotón se les echara encima.

Y así, tres hombres rápidos que no son sprinters puros, se plantaron en la Via Roma. Sagan lanzó el sprint. Arrancó el primero. Se vació. Se adelantó. Lo tenía casi hecho. Pero entonces, casi como en esa cómica imagen de 2004 –aunque esta vez nadie levantó los brazos– Michal Kwiatkowski, el hombre del que heredó el arcoíris, con un último golpe de riñón genial, le metió la rueda. Apenas medio tubular. Y así, tras cubrir 300 kilómetros entre Milán y San Remo. Después de haber estado dando pedales durante siete horas, 58 minutos y 39 segundos; Michal Kwiatkowski, polaco de 26 años y ex campeón del mundo en Ponferrada, se anotaba su primer Monumento por sólo medio tubular de diferencia respecto a un Sagan imperial que, aunque derrocado hoy, suma un nuevo podio a su fenomenal e histórica temporada.

Luis León Sánchez (Astana) fue al final el mejor de los 9 españoles en la plaza 28ª y el único en terminar en el grupo liderado por Kristoff.

Kwiatkowski con su trofeo / © Sky

Michal Kwiatkowski (Sky). El vencedor de la carrera, que ha conseguido, por fin, anotarse el primer Monumento de su carrera, se mostró muy feliz nada más cruzar la línea de meta en San Remo. El polaco, campeón del mundo en Ponferrada hace dos temporadas, aseguró que “ganar la Milán-San Remo es una sensación increíble” y se mostró “enormemente agradecido por el trabajo que han realizado mis compañeros de equipo”.

Sobre el momento decisivo de la carrera, Kwiatko analizaba que “no esperaba que Sagan atacara en el Poggio ya que parecía que la carrera se iba a decidir en un sprint masivo”. Sin embargo, en el momento en el que el campeón del mundo lanzó su ataque “me sentí lo bastante fuerte como para poder seguir a Peter y a Alaphilippe”.

Peter Sagan (Bora-Hansgrohe). El campeón del mundo volvió a dar la impresión de ser el hombre que está un punto por encima de todos sus rivales. Su ataque en el Poggio, cuando ya nadie lo esperaba, decidió una carrera que finalmente no pudo rematar con victoria al ser superado sobre la propia línea de meta por Michal Kwiatkowski (Sky). El arcoíris se mostró molesto por la poca implicación de sus dos compañeros de fuga, de los que aseguró que “sólo dieron un relevo”.

Para él, esta fue la clave ya que «pensé que tenía buenas piernas para el sprint, pero ellos pudieron recuperar mucho en los últimos cinco kilómetros». Pese a todo, Sagan se mostró satisfecho porque «lo importante es dar un buen espectáculo a los aficionados».

Van Avermaet en una imagen de archivo / © Ciclo 21

Greg Van Avermaet (BMC). El campeón olímpico fue uno de los favoritos a los que menos se vio durante toda la carrera. El jefe de filas del BMC es consciente de ello y se mostró “muy fastidiado” por el resultado obtenido.

El belga opina que “tengo la sensación de que tenía buenas piernas y que podría haberme podido marchar con ellos [Sagan, Kwiatkowski y Alaphilippe en el Poggio, N.d.A.], pero ya en el inicio de la subida estaba mal colocado. Empecé el Poggio demasiado lejos de la cabeza” y reconocía que “si te encuentras en esa situación, sabes que has perdido la carrera”. Pese a ello, “llegué a la cima en cuarta posición, pero para entonces ellos ya habían abierto demasiado hueco”.

El campeón olímpico mandó un toque de atención a su equipo ya que “me quedé con sólo un compañero para la parte final y eso lo hace todo demasiado complicado porque te atacan desde todos los frentes”.

Puntos TOP Ciclo 21: Luis León Sánchez, 8 (primer español monumento) / Jorge Arcas, 4 (primer sub-26)

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PREVIA: Milán-San Remo: Turno para la Classicissima

Arnaud Démare defenderá el dorsal número 1 en la Milán-San Remo / © Ciclo21

Hasta el más ateo de los aficionados al ciclismo se ha sorprendido a sí mismo alguna vez mirando al cielo intentando entender qué tipo de sádicos dioses pueden estar detrás de la creación de escenarios, circunstancias, condiciones climáticas… y sus infinitas combinaciones posibles para haber conseguido convertir este deporte en lo que es hoy en día: el más hermoso y terrible espectáculo que el sufrimiento y la capacidad de superación del ser humano es capaz de ofrecer en el mundo del deporte. Cada carrera, claro está, tiene sus cosas. Los adoquines, las altas cumbres, los circuitos endiablados, la exposición constante a viento, a sol, a temperaturas gélidas, a desiertos, las enormes distancias… aquello que convierte a cada prueba en única es, precisamente, algo único. Algo que nadie más puede tener. Algo que, a la vez, nadie más busca tener. Porque nadie quiere otra París-Roubaix en el calendario. Nadie compraría otra Vuelta a Flandes. Nadie considera que necesitemos otro Tour de Francia. Las cosas, como los buenos perfumes, deben de venir dosificadas y en su justa medida.

Por ello, más de uno de esos seguidores, agnóstico o no, sonrió para sus adentros en 2014 cuando los planes de RCS de incluir la Pompeiana en el tramo final de la Milán-San Remo se vinieron abajo a causa de una sucesión de temporales que, uno tras otro, destruyeron literalmente esa cima que la organización quería incluir entre la Cipressa y el Poggio. ¿El motivo? La creciente –y errónea– lectura de que La Primavera se había convertido en una prueba sin dureza y aburrida. Quizás, y sería incluso discutible, sea cierto que la Milán-San Remo, con sus 300 kilómetros (permítanme el redondeo) no case a la perfección con los estándares actuales de producto televisivo. De espectáculo deportivo. De showbizz. Pero la Milán-San Remo, uno de los cinco Monumentos que tiene este deporte y, por lo tanto, un bien que debería de ser declarado (junto a París-Roubaix, Vuelta a Flandes, Lieja-Bastoña-Lieja e Il Lombardía) como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, es lo que es, precisamente, por esa distancia bárbara que separan su inicio en Milán con su línea de meta a orillas del Mediterráneo. Dicho de otra forma: por la salvajada de unir, del tirón, los pies de los Alpes con las olas del mar.

La Milán-San Remo, como el resto de los Monumentos del ciclismo, no ofrecerá grandes variaciones a lo que ha sido su seña de identidad en las últimas 106 ediciones. Es cierto, nadie puede negarlo, que las hiperespecialización del ciclismo moderno ha mermado de forma muy significativa las opciones de que algún loco iluminado intente saltarse el guión previsto. O, mejor dicho, uno de los dos guiones que todo el mundo estudia antes de dejar Milán atrás. Ya saben, el de la llegada al sprint o el del ataque fulminante bien en la Cipressa, bien (lo más lógico) en el Poggio di San Remo. Pero, al que ahora esté pensando algo así como que eso no difiere mucho de lo que puede esperarse de cualquier etapa llana de una gran vuelta, habría que recomendarle que pensara dos veces si considera fácil la tarea de controlar al pelotón –o saltar del mismo– con 270 kilómetros en las piernas (distancia recorrida desde Milán hasta la cima de la Cipressa). O si cree que desde ese mismo punto y con esa animalada ya superada, es cosa menor meterse entre pecho y espalda y en solitario los 21 kilómetros que todavía restan hasta la Vía Roma de San Remo.

Antes de la Cipressa los corredores pasarán por el Passo del Turchino, un infierno cuando las cosas vienen mal dadas a nivel meteorológico y la puerta que, de forma figurada, marca el inicio de la parte fundamental de la carrera. Con 142 kilómetros en las piernas (recuerden: la Strade Bianche se disputa sibre una distancia total de 175 kilómetros) los corredores inician el descenso hacia el nivel del mar –y la zona de los capos– sabiendo que sólo han cubierto la mitad del día.

Unos y otros, los velocistas y los hombres más explosivos, saben, rebasado el Turchino, que ha llegado el momento de comenzar a vigilarse. A estudiarse. A pensar, con mucho detenimiento, qué es lo que hay que hacer en cada momento. Algo importante en todas las carreras, pero crucial en una prueba como la Mián-San Remo, que no perdona ni un pequeño error a la hora de decidir el movimiento final.

Sagan, la rueda a vigilar

Sagan es el gran favorito / © RCS

Este año, visto lo visto, habrá una figura a la que todos mirarán y vigilarán de manera especial. Peter Sagan (Bora-Hansgrohe), ese hombre al que Greg Van Avermaet (BMC) ha calificado nada más y nada menos que como el nuevo Eddy Merckx y que, como explicábamos recientemente, roza la perfección en sus número de la presente campaña. El eslovaco tiene maravillado a todo el mundo del ciclismo y, aunque lo lógico sería pensar que un hombre como él buscará sus opciones en el Poggio, tampoco es algo descabellado vaticinar que podría confiar en su indudable capacidad para sprintar con los mejores velocistas en la Vía Roma confiando en que su demostrada superioridad le permita llegar con un punto más que el resto a esa barrera inhumana de los 300 kilómetros.

 Junto al campeón del mundo, aunque un pasito por detrás, aparece en el listado de aspirantes a todo un Greg Van Avermaet (BMC) cuya táctica ideal, al contrario que la del eslovaco, es muy clara: él no puede permitirse un sprint masivo y precisa romper la carrera entre la Cipressa y el Poggio para no tener que vérselas con los grandes especialistas en una recta de meta a la que en su dibujo ideal llegaría en solitario y en un planteamiento óptimo aspira a arribar con un reducido grupo a imagen y semejanza de lo sucedido el pasado verano en Río de Janeiro cuando se colgó el oro olímpico.

Ellos son, en estos momentos, los dos hombres que conforman la expresión máxima de lo que en ciclismo se llama estado de forma o, más concretamente, golpe de pedal. Por detrás de ellos están todos los demás, pero nadie en su sano juicio podría tan siquiera perder el tiempo buscando un nombre que, sobre el papel, pueda estar a su altura. Pero esto es ciclismo y el papel y los priorismos están para no hacerles ni el más mínimo caso.

Gaviria, el primero del resto

Gaviria ya sabe lo que es ganar este año / © Tirreno

Fernando Gaviria (Quick Step Floors), que el pasado año ya se quedó con la miel en los labios y dejando la sensación generalizada que habría ganado su primer Monumento de no haber sido por aquella desgraciada caída a menos de 500 metros para la meta, ha demostrado en la Tirreno-Adriático que, una vez más, ha hecho los deberes. Su gran ventaja radica en algo que a día de hoy Sagan sólo puede soñar con tener: un potentísimo equipo con garantías más que sobradas para poder controlar la carrera en esa parte final en la que hombres como él intentarán evitar a toda costa que nadie escape al control del grupo. Y todo ello, claro, gastando la menor cantidad de fuerza posible.

El colombiano, además, cuenta con una ventaja adicional: poder jugar de farol. Quick Step Floors contará en San Remo con un as (y menudo as) en la manga: Tom Boonen. El belga, que dirá adiós a la competición el día 9 de abril en el velódromo de Roubaix y que ha puesto en su quinto Infierno del Norte todas sus esperanzas de la temporada –y, quizás, de su vida como deportista–, no parte como jefe de filas del potentísimo bloque de Lefevere, pero es el tipo de corredor que podría actuar de secante para Gaviria en el Poggio y que, en caso de marcharse con un grupo pequeño, liberado de la obligación de trabajar por llegar a San Remo, podría convertirse en el gran favorito del día para la que sería, a la vez, su última y primera Primavera. Su hándicap es cómo se recuperará de una fuerte caída que tuvo este jueves entrenando que le ha reportado un fuerte dolor en su muñeca. Hoy viernes no salió a entrenar con el resto de sus compañeros y se quedó haciendo rodillos en la base de su equipo. A pesar de todo, tomará la salida.

Hay algo que, como ya habrá llamado la atención al lector, une a estos cuatro grandes favoritos: nunca han conseguido imponerse en la Vía Roma. Son, como ya hemos explicado, los hombres más en forma en estos momentos, pero frente a ellos hay un grupo, encabezado por Alexander Kristoff (Katusha-Alpecin) que cuentan con el factor experiencia que ofrece saber exactamente qué hacer para ganar la carrera.

Las dos incursiones que ha hecho el noruego en el calendario clasicómano de este 2017 (Circuito Het Nieuwsblad y Kuurne-Bruselas-Kuurne) se han saldado con un balance que no puede calificarse más que como decepcionante. Su paso por la París-Niza, sin embargo, dejó un par de destellos interesantes, pero el jefe de filas del Katusha parece estar algo lejos de poder comenzar a tachar objetivos de su, por otra parte, tremendamente ambiciosa lista.

En ese grupo de ex ganadores, claro está, es impepinable nombrar a Arnaud Démare (FDJ), el hombre que portará el dorsal número 1 y que desde que se impusiera, de forma más o menos polémica hace doce meses, se ha ganado el derecho a ser considerado como un aspirante más que serio a repetir entorchado tal y como ha demostrado en lo que llevamos de año con los tres triunfos que ya se ha anotado.

Degenkolb no pudo defender su título / © RCS

La gran incógnita entre aquellos que ya se han presentado alzando los brazos en la Vía Roma tiene nombre y apellidos: John Degenkolb (Trek-Segafredo). El alemán, que el pasado año tuvo que ver la Classicissima desde la cama al encontrarse todavía en pleno proceso de recuperación de aquella terrible caída sufrida en las proximidades de Calpe durante su concentración invernal. Degenkolb, que regresa a la prueba cuyo dorsal número 1 no pudo defender, lo hace con la complicadísima misión de ocupar el hueco que en el Trek-Segafredo, una de las grandes escuadras del ciclismo clasicómano, ha dejado Fabian Cancellara, leyenda de este deporte y ganador en San Remo hace nueve años. Mark Cavendish (Dimension Data), Filippo Pozzato (Wilier-Triestina) y Simon Gerrans (Orica-Scott) completan la nómina de vencedores que intentarán volver a levantar los brazos en San Remo.

Y por detrás de todos los nombres ya mencionados, estará toda la enorme lista de outsiders que aspiran a dar una sorpresa más o menos relativa. Nacer Bouhanni (Cofidis), ganador en la devaluada Nokere Koerse, ha sido el último en añadir su nombre a una lista en la que también aparecen corredores como Ben Swift (UAE-Emirates), segundo el pasado año; Jurgen Roelandts (Lotto-Soudal), que completó el podio hace doce meses; Sonny Colbrelli (Bahrain-Merida), que inauguró su palmarés del año en la segunda etapa de la París-Niza; Caleb Ewan (Orica-Scott), la bomba de velocidad australiana que, a sus 22 años, rivaliza con Gaviria por imponerse como el próximo gran velocista; Julian Alaphilippe (Quick Step Floors), el tercer hombre del siempre impredecible Quick Step; Michal Kwaitkowski (Sky), el ex campeón del mundo que servirá a su equipo como opción lejana o de secante a favor de Elia Viviani.

Lobato, la baza española

Lobato fue 4º en 2014 / © Movistar

Y, por supuesto, no nos podemos olvidar de Juanjo Lobato (LottoNL-Jumbo), la gran baza española en una carrera que hace menos de una década contaba siempre con Óscar Freire como un fijo entre el primer grupo de favoritos. El gaditano, que abandonó este año el Movistar para buscar más y mayores opciones de lucimiento personal en el LottoNL-Jumbo, debutó con una muy esperanzadora cuarta posición en la Classicissima de 2014, pero desde entonces no ha podido confirmar las grandes expectativas que despertó hace ahora tres años.

La única presencia de Lobato en el calendario clasicómano esta temporada, la Strade Bianche (1.WT) se saldó con abandono. Además, el español no ha estado realmente cerca de levantar los brazos en lo que llevamos de temporada, pero a sus 28 años y pese a que su deseo al llegar al LottoNL-Jumbo era el de seguir progresando en su faceta de sprinter, le ha llegado ya el turno de dar un paso al frente y confirmar las grandes esperanzas que sus nuevos patrones han depositado en él.

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Perfil de la Milán-San Remo 2017 / © RCS

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