Moreno y el primer oro olímpico español, en primera persona

TrackPiste / Ciclo 21

Se han escrito muchas líneas sobre la medalla de oro de José Manuel Moreno ese 27 de julio de 1992, con la que se abría el medallero español en los Juegos Olímpicos de Barcelona y el de la pista nacional en toda su historia. Desde TrackPiste somos conscientes de que casi todo está dicho, pero no por ello queremos pasar por alto este momento histórico, en nuestro repaso por la historia del ciclismo de pista en los Juegos Olímpicos, por lo que reproducimos esta narración en primera persona de Moreno, sacada de una conversación mantenida hace escasas semanas con el corredor.

A diferencia de otros deportistas, no estuve en la ceremonia de apertura de Barcelona’92. No porque tuviera que descansar, sino porque estaba en el velódromo. Ese día estaba ya cerrado para todo el mundo, y no sé con quien se habló ni como se hizo, pero allí estaba, en mi último test antes de competir. Alexander –el seleccionador, al que también se le llamaba el ruso, dado lo impronunciable de su apellido, Nietzigorostev- siempre me decía que sólo tenía un día al año para descansar… y no era precisamente ese. Era muy rígido, pero le entiendo perfectamente, ya que cuando tienes unas ideas tienes que ser fiel a ellas. Además, no le valía ninguna excusa. ‘Si Moreno no medalla, culpa tuya’, se limitaba a decir. Pero confiaba ciegamente en él.

‘Si Moreno no medalla, culpa tuya’

En mi caso, dormía en unas habitaciones al extremo de la Villa Olímpica, al lado de Eritrea y que estaban separadas del resto de la selección, porque lo que buscábamos era estar tranquilos, ya que todo el mundo quería hablar conmigo, y lo que se trataba es de tener las menores distracciones posibles. Creo que esta noche dormí unas cinco horas, porque soy de poco dormir, lo que me había llevado a tener algunos problemas con Alexander que era una máquina y pretendía que lo fuésemos también nosotros, que quería que durmiésemos ocho horas y para mí era imposible. Me levanté muy tranquilo. Había entrenado bien, sabía que estaba fuerte y me sentía superseguro, aunque sea una persona muy nerviosa. Tenía todo protocolizado, memorizado. En veinte meses había hecho 58.000 kilómetros y sólo me quedaba ratificarlo. Siempre queda algún resquicio, pero sabía que, si no tenía ningún problema, sería campeón olímpico. Tomás, el psicólogo que teníamos en el CAR de Sant Cugat, siempre se sorprendía de mi tranquilidad, de mi confianza, del autocontrol que tenía. Conmigo estaba normalmente muy pocos minutos, mientras que con otros compañeros se tiraba mucho más tiempo.

Por la mañana solo hice unas arrancadas, seis de quince segundos, como activación. Comí a la una y me fui pronto para el velódromo porque la única posibilidad que tenía de rodar por la pista un rato es estar antes de que comenzarán las pruebas. Con esto quiero decir que llegué muy pronto y que no es cierto lo que se ha contado de que llegué poco antes de la prueba en helicóptero: salí del box justo cuando había aterrizado uno al lado del velódromo y de ahí la confusión.

No es cierto lo que se ha contado de que llegué poco antes de la prueba en helicóptero

A las cuatro me metí en el box y a las cinco comencé el protocolo de calentamiento, aislado de todo, con los walkman puestos y la misma música de siempre. Estaba previsto que corriera a las ocho, pero todo se retrasó mucho. La pista estaba muy resbaladiza por la humedad, hubo muchas caídas y se acumuló bastante retraso. Al final salí a las diez menos cuarto.

Allí estábamos Toni Cerdá, Juanito Garcías, Teo Cabanes y Alexander. Y yo, en un rodillo pequeño. Toni salía y al rato llegaba para decirme que había más retraso. Entonces me bajaba del rodillo un rato y luego volvía a montar. Pero tampoco me ponía nervioso esta situación. Al final me llamaron a las nueve y media. No había visto a ninguno de los rivales, porque estaba a lo mío y no era como ahora que tienes pantallas por todos los lados; en el box estabas casi encerrado. Toni venía y me decía ‘Fulanito ha hecho 1.04’, por ejemplo. Y todavía me quedaba más tranquilo, porque sabía que podría estar en 1:03.

Me terminé de preparar. Soy una persona muy creyente. Llevaba una estampa pegada en el pecho del Nazareno y una medalla de la virgen de Santa Ana. También me puse debajo del maillot una camiseta roja que me había regalado Jaime Yus. Un día la usé para competir y gané. Y desde entonces la llevaba siempre. Pero ese día no la había metido en la mochila, me la había dejado en la habitación y le hice ir a Teo (Cabanes) –el médico- a buscarla, aunque no quería, porque tenía que atravesar todo Barcelona. Pero fue a por ella. Por cierto, todavía la tengo por casa, aunque está hecha un estropajo. También soy un poco supersticioso con el casco, no podía dejarlo en el suelo porque pienso que eso significaba una caída segura, porque me había pasado otras veces.

Fui el último en salir, porque era el vigente campeón del mundo. El mejor tiempo era 1:04.2. Monté con un desarrollo de 51 x 15, con una cadencia de 138 pedaladas. Por aquel entonces corríamos con muy poco desarrollo, porque en carretera solía usar un 54 x 12. Fue Martínez Oliver el que algunos años después se quedó muy extrañado de que saliésemos con esos desarrollos y nos convenció para probar con más. Recuerdo que todo el público me animaba, que el ambiente era impresionante.

Había salido lento porque estaba programado así, para llegar entero a los últimos metros

Hice la primera vuelta en 19 segundos (19.007 concretamente), y sé que hubo gente que se preocupó porque era el sexto tiempo y pensaban que iba lejos de los mejores, pero estaba todo controlado. A mitad de carrera llevaba 33 (32.954) y ya en la tercera vuelta iba por delante casi un segundo (47.656). Había salido lento porque estaba programado así, para llegar entero a los últimos metros, donde todos se venían abajo. Llegué más entero que los demás por eso gané el oro. 1:03.342 fue el tiempo, que además era récord olímpico –vigente desde 1969, en la altitud del velódromo de México-. El australiano Shane Kelly y el estadounidense Erin Hartwell me acompañarían en el podio.

Cuando terminé me dieron una bandera de España y otra de Cataluña. Y recuerdo que Toni fue el primero en felicitarme, aunque se le cayeron las gafas y casi me tira. Luego mi cuñado me dio una bandera de Andalucía. Llegué al box y allí me felicitó todo el mundo. Habíamos sufrido mucho y fue un hito para España. ¿Alexander? Me abrazó, pero en seguida me metió prisa para irnos para el hotel, porque al día siguiente comenzaba la velocidad y también había opciones de medalla.

Subí al podio, en chándal, y me pusieron la medalla y me dieron en la mano el maillot –ese jersey con los aros olímpicos con el que no hay fotos-. Ese maillot y el de campeón del mundo, así como una réplica de las medallas, las llevé a la Ermita de Santa Ana, pero las robaron después. Las medallas aparecieron, aunque destrozadas, cuando vieron que no tenían valor económico, pero los maillots, nunca más se supo. ¿La bici? Una está en el Museo Olímpico de Barcelona y la otra la tiene Sol, de Otero, y pienso que no pueden estar en mejor sitio.

El momento más emocionante de mi vida, al ver que esos dos años de tanto sufrimiento tenían sentido

Volviendo a Barcelona, tras la prueba me cogieron Olga Viza y Matías Prats, y luego toda la prensa. Entre eso y el control me dieron la una y media, y sin cenar, y recuerdo que no me pude acostar hasta las tres, y al día siguiente me tenía que levantar a las seis porque las clasificatorias comenzaban a las nueve. El ruso cada vez estaba más cabreado, porque tenía que descansar y así pasó lo que pasó, que perdí todas las opciones.

Pero la medalla de oro del kilómetro fue el momento más emocionante de mi vida, el resultado de muchos años de trabajo, y el ver que esos dos años de tanto sufrimiento tenían sentido, porque la compensación fue tremenda. Además, fue un acicate para el resto de los españoles; se convencieron de que también podían ser campeones.

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*