Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
El Mundial de Richmond (Virginia) es el segundo que se disputa, desde el año 1927 (1921, si desean ustedes computar las primeras citas mundialistas a las que no acudieron los profesionales), en territorio estadounidense. La edición en ruta del presente año, que enarbola la dureza de ciertas cotas (especialmente las tres existentes en los últimos tres kilómetros) y los tramos de pavé como principal aliciente, concita el interés de los aficionados, puesto que, a la siempre complicada dirección de carrera durante una prueba de este tipo, se une el nutrido elenco de favoritos que apostarán por defender su candidatura al prestigioso maillot arcoiris.
Todo invita a pensar en un desarrollo de Mundial en el que los ataques sean constantes y en el que las selecciones más poderosas vean muy complicado llegar a la última vuelta sin bajas entre sus principales gallos. El Mundial de Richmond es una ocasión excepcional para echar la vista atrás a la única ocasión en la que la disputa mundialista recaló en tierras estadounidenses. Fue en 1986 (en concreto, el 6 de septiembre), en Colorado Springs y el italiano Moreno Argentin (1960, San Donà di Piave) se hizo con el galardón de mejor ciclista del orbe.
Una de las características principales del circuito mundialista de aquel año, y que preocupaba enormemente a todos los participantes, era la altitud. La carrera se disputaría a una altura de 2.200 metros y muchas selecciones aprovecharon los días previos a la misma para concentrarse en altura.
El seleccionador nacional español, Pepe Grande, convocó en la preselección a catorce corredores, cuatro del Zor (Álvaro Pino [que venía de vencer la Vuelta a España], Juan Fernández, Anselmo Fuerte, Paco Antequera), otros cuatro del Teka (Etxabe, Blanco Villar, Chozas y Gutiérrez, tres por parte del Seat-Orbea (Ruiz Cabestany, Lejarreta y Domínguez), Pedro Delgado (PDM), Recio (Kelme) e Iñaki Gastón (Kas).
Finalmente, Grande se decidió por eliminar del concurso a Fuerte, Anquetera y Domínguez (que con el tiempo se convertiría en el seleccionador nacional más laureado de la historia), incluyendo, a última hora, al ciclista de Reynolds, Celestino Prieto. En la escuadra española no existía un jefe de filas claro, pero la buena Vuelta a Burgos de Gutiérrez y su rapidez, le otorgaba posibilidades si la prueba se dirimía al sprint en un grupo reducido. Echave y Cabestany también contaban con sus opciones si aprovechaban su presencia en alguna fuga. Tanto Pino como Delgado era los dos hombres con más galones del combinado, pero asumían que el circuito quizá no se ajustaba a sus características.
El circuito constaba de 261 kilómetros (17 vueltas a un trazado de algo más de 15 kilómetros) y presentaba dos dificultades montañosas (una rampa de unos 500 metros y otra que superaba los dos kilómetros). Y, tanto por su victoria en el Tour de Francia como por su conocimiento del terreno donde discurría el Mundial, el máximo favorito era el norteamericano Greg LeMond (1961, Lakewood).
La jornada contó con el protagonismo de once hombres, que conformaron la segunda fuga del día (antes se había marchado el francés Berard). En el nutrido grupo de aventureros se hallaba el español Celestino Prieto, y casi todas las selecciones fuertes se hallaban representado (la belga con Emonds, la francesa con Fignon y Mottet, la italiana con Argentin, la alemana con Gölz, la suiza con Mueller, la holandesa con De Rooy y la estaodunidense con Kniefel. Completaban la terna, el portugués Acacio da Silva y el sueco Bryk.
La diferencia de los fugados, que nunca superó los dos minutos, se hizo prácticamente inexistente a unos veinte kilómetros de la llegada. Fue el momento elegido por Argentin, el más fuerte de entre los once, para lanzar un demoledor ataque al que únicamente pudieron responder el francés Charly Mottet (que militaba en el Système U) y el alemán, del equipo Del Tongo, Gölz.
El bávaro dio, pronto, signos de flaqueza y Argentin llevaba un ritmo que, incluso para Mottet, se antojaba demasiado rápido. A diez de meta, el italiano puso contra las cuerdas al francés, quien, a duras penas, se agarraba a la rueda de “Il Furbo”. Fue la constante durante la fuga de ambos, Mottet aguantaba, como podía, los arreones de Argentin y el italiano exponía un mejor estado físico de cara a la conclusión del Mundial. Ambos llegaron juntos al último kilómetro y Argentin hizo buenas las expectativas de los aficionados italianos, imponiéndose en el sprint con suficiencia al galo.
Por detrás, aprovechando la cercanía de la llegada, el andaluz Juan Fernández se había anticipado al pelotón y parecía que podría repetir la hazaña de 1980, cuando se colgó el bronce en Sallanches (Francia), donde “El Caníbal” Hinault dio una magistral lección de poderío, aventajando a Baronchelli en más de un minuto y en 4 minutos y 25 segundos al granadino. Sin embargo, en meta, tras los dos escapados y a pesar de los esfuerzos de Juan Fernández, la alegría italiana fue total, puesto que Giuseppe Saronni se imponía en el sprint del grupo, cosechando la medalla de bronce y acompañando a su compañero Argentin en un pódium con marcado sabor transalpino.
En descargo de Juan Fernández, hemos de señalar que ese bronce esquivo en Colorado le favoreció en las ediciones de 1987 y 1988 (esta última con la consabida eliminación del canadiense Bauer, que cerró en la llegada al malogrado belga Criquielion, provocando su caída, y que concedió el maillot arcoiris al italiano Maurizio Fondriest).
De los nuestros, en Colorado, los mejores fueron Juan Fernández, cuarto y Alfonso Gutiérrez, sexto (intercalándose entre ellos el irlandés Sean Kelly). Etxabe, Ruiz Cabestany y Blanco Villar llegaron juntos en las posiciones décima, undécima y duodécima, respectivamente. Los estadounidenses, que tantas esperanzas atesoraban en la edición, se tuvieron que conformar con la séptima plaza de Lemond, la octava posición recayó en el danés Jesper Worre y la novena en el belga Ludo Peeters.
Argentin, conocido como “Il Furbo”, había avisado el año anterior de sus dotes para la prueba mundialista, obteniendo un bronce en Giavera del Montello (Italia), en un Mundial que cayó del lado del holandés Joop Zoetemelk, y en ese mismo 1986 venía de repetir triunfo en la Lieja.
El italiano, volvió a subirse al cajón el año siguiente en el Mundial, en esta ocasión, con la presea de plata, en el trazado de la localidad austríaca de Villach, en el que el irlandés Stephen Roche le batía en la llegada del grupo de elegidos. “Il Furbo” lució el “arcobaleno”, enrolado ya en el Gewiss, con éxito en pruebas como la Lieja (en la que se impuso por tercer año consecutivo) o el Giro de Lombardía, además de hacerse con 3 etapas en el Giro de Italia de 1987, 2 en la Tirreno y 1 en la Vuelta a Andalucía. La maldición del arcoiris no tuvo significado para el hombre de San Donà di Piave.
A buen seguro, los “tifossi” esperen que el desenlace de Richmond se asemeje, en la mayor medida posible, al habido en Colorado Springs. Y, por nuestra parte, seguro que cualquiera de los hombres dirigidos por Javier Mínguez podrán redimir aquella “medalla de chocolate” del gran Juan Fernández.