Cuando el 15 de mayo de 1987 Lucho Herrera terminaba de cubrir los 3.921 kilómetros que Unipublic había preparado para una Vuelta a España que partió de Benidorm (Alicante) y subió al podio del madrileño paseo de La Castellana, se convirtió en una leyenda en su país. El de Fusagasugá. Era la culminación de una historia que había comenzado muy poco antes. En 1984, recién estrenado en el profesionalismo, se plantó en la salida de su primer Tour de Francia. Acabó 27º, pero se llevó el triunfo en la cima del Alpe d’Huez tras un hermosísimo duelo contra los dos grandes nombres franceses del momento: Bernard Hinault y Laurent Fignon, que unos días más tarde se alzaría con su segundo maillot amarillo.
Grandes actuaciones en el Tour de Francia (dos etapas y mejor escalador en 1985 y su primer top-10 al terminar en 7ª posición) le convirtieron, rápidamente, en el abanderado y aventajado miembro de ese grupo (observado entre los folklórico y la admiración en la Europa de los 80) de colombianos que realizó el primer desembarco de corredores de aquel país en el Viejo Continente. Después, llegarían la ya mencionada victoria final en la Vuelta del 87 (con una etapa y la clasificación de la montaña como complementos), el quinto puesto (el mejor de su carrera) en el Tour de ese mismo año donde también se alzó como mejor escalador; dos etapas en el Giro (de nuevo, con el premio de mejor en la montaña) de 1989. Ya en la década de los 90, Lucho Herrera todavía sumó una etapa en la Vuelta a España (1991) y otra en el Giro (1992).
Cuando Herrera ganó esa Vuelta (con la famosa polémica de Fignon asegurando que se había dejado sobornar para que el colombiano venciera) tenía 26 años. Ídolo de masas en su país y admirado por el establishment europeo, desde que la generación que él lideró dijo adiós, los aficionados del otro lado del charco habían quedado huérfanos de grandes nombres. Pero, eso ha vuelto a cambiar. Con Betancur, Urán y, sobre todo, Quintana, el ciclismo colombiano ha vuelto a entrar con fuerza en Europa.
Nairo Quintana (24 años), se convirtió ayer en el primer colombiano en ganar un Giro de Italia y el segundo en vencer en una gran vuelta por etapas. Tres participaciones en carreras de tres semanas se resumen en un discreto debut en la Vuelta a España de 2012 donde acabó 36º, un segundo puesto en el Tour de 2013 y un triunfo en el Giro de 2014. Con estas credenciales (y todo el futuro por delante), el corredor de Movistar ya puede presumir de ser el mejor corredor colombiano de la historia. Y, sobre todo, da la impresión de que sus límites están mucho más allá de los que jamás pudo soñar en los 80 el Jardinerito de Fusagasugá.
Para Quintana no se trataba tanto de mostrar sus cualidades, que ya quedaron patentes el pasado año en Francia, sino de demostrar que, soportando la presión de ser el máximo favorito desde la salida en Belfast, podía rendir al máximo durante tres semanas en tierras italianas. El de Movistar lo ha hecho y, con ello, ha dejado patente que ya es algo más que un gran (magnífico) escalador, que 30 años después de aquel triunfo en Alpe d’Huez parece que es lo que queda de Herrera. Quintana es más completo. Es más ciclista. Es más competitivo. Quintana es, en definitiva, un corredor del siglo XXI. Uno de esos tipos que deben de ser buenos subiendo, pero también contra el crono. Un deportista completo. Un atleta.
Tras este puñetazo sobre la mesa del ciclismo, Quintana ya no podrá ser presentado en la salida de una carrera como ayudante de lujo de nadie. Ya no se podrá vender que forma en la alineación de un Tour, un Giro o una Vuelta como escudero de Valverde. Quintana tiene los galones. El mando. Y, sobre todo, Quintana es ya una leyenda en su país.
PALMARÉS GIRO DE ITALIA © wikipedia