Existe en el deporte un explicación muy común a muchos éxitos. Se habla de milagro, cuando no de suerte y azar. Sin embargo quienes conocemos las entretelas de la industria ciclística de Gran Bretaña, sabemos que de eso hay poco en su éxito en Río de Janeiro.
Sólo cabe mirar el medallero ahora mismo. Gran Bretaña es la segunda nación, sólo superada por Estados Unidos. Le iguala un gigante como China. El Team GB se mantiene en esas cotas porque seis oros que cuelgan de sus vitrinas han llegado desde el velódromo. Sin esa aportación, ahora mismo les superarían los chinos y alemanes y rusos, estos muy diezmados, les pisarían los pies.
Lo que hoy es todo oro y candeletas en el ciclismo británico tuvo un inicio lejano, nada menos que finales del siglo pasado, cuando los planificadores del deporte británico estudiaron el medallero y las modalidades viendo en el ciclismo en pista uno de los filones para crecer. Instigaron un sistema financiado por la Lotería Británica que tuvo generosos sueldos para los integrantes de la selección nacional de ciclismo. Charles Wegelius lo cuenta en su libro, tenía un sueldo en 2001 muy superior a la media del peloton profesional.
Ahí empezó todo. Las cosas empezaron a marchar en Atenas 2004, explotaron en Pekin 2008 y arrasaron en sus juegos hace cuatro años. En Río de Janeiro hemos visto la prórroga de su dominio, un dominio que no sólo se plasma en la competición. También pesan en la segunda línea, allí donde entran en juego decisiones arbitrales. Mark Cavendish provocó una caída en la puntuación del omnium, no del todo intencionada he de admitir, no hubo castigo. Jason Kenny se llevó un keirin polémico, los jueces no fallaron en su contra. Se colgaría su tercer oro.
Artículo completo de Joan Seguidor aquí