No por esperado el anuncio realizado por el equipo Ineos, confirmando la ruptura de su relación con Chris Froome, y la posterior confirmación de que Israel Start-Up Nation será su próximo destino, deja de ser una de las noticias ciclistas más importantes de los últimos años. El británico, ganador de cuatro Tours (además de dos Vueltas y un Giro), ha sido el hombre más exitoso de la estructura de Sir Dave Brailsford desde que la misma, entonces con el nombre de Sky, se pusiera en marcha en 2010. Froome es, además, uno de los cuatro únicos ciclistas, junto a Ian Stannard (que también acaba contrato este año), Ben Swift y Geraint Thomas, que han estado en la franquicia desde sus inicios, lo que hace esta marcha, si cabe, todavía más llamativa.
En otros tiempos, ya lejanos, es muy probable que Froome, que el pasado mes de mayo cumplió 35 años, hubiera terminado su vida deportiva en el equipo que le dio todo y con el que lo ha sido todo. Pero en el ciclismo actual, tan multimillonario –del que Ineos es la quintaesencia–, queda poco hueco para el romanticismo. Con todos los matices posibles, es posible que el de Alejandro Valverde y Eusebio Unzue sea el último matrimonio a la vieja usanza que sobrevive en el World Tour.
Sea como fuere, hoy serán muchos los que presenten esta ruptura como el final de un ciclo algo que, sin ser incorrecto, no es del todo cierto. El ciclo de Chris Froome en el equipo Ineos llegará a su fin al final de la presente campaña, pero si echamos la vista atrás comprobaremos que las desavenencias entre las dos partes no son nuevas y que lo más seguro es que Sir Brailsford y Froomey nunca hayan llegado a tener esa relación de íntima amistad, cariño y admiración que otras duplas históricas sí han tenido.
La propia explosión de Chris Froome como potencial ganador de grandes vueltas ya fue, aunque se haya diluido con el tiempo, un puñetazo en toda regla contra el férreo control que Ineos/Sky siempre ha ejercido sobre todo lo que ocurre en el seno del equipo. Aquel conato de rebelión camino de Peyragudes durante el Tour de 2012 (etapa que se llevó Alejandro Valverde) para dejar claro que él estaba más fuerte que Sir Bradley Wiggins, confirmó lo vislumbrado en la Vuelta del año anterior.
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Wiggins, un tipo muy especial en todos los sentidos, no se empecinó en repetir la gloria en el Tour y eso, tras producirse ya entonces los primeros rumores de un cambio de aires de Froome en busca del liderato único, le dejó el camino libre y se convirtió en el mascarón de proa de la nave británica.
En cualquier caso, aquella herida sanó, pero dejó una cicatriz que nunca ha sido disimulada. Buena prueba de ello fue su ya famosa resistencia a apoyar públicamente a Brailsford durante la investigación del jiffy bag de Wiggins. El mensaje estaba claro: Sky era la empresa, Brailsford el patrón y él un trabajador. Hasta ahí estaba dispuesto Froome a permitir que llegara la relación entre ambos.
Las cosas, eso sí, cambiaron después, cuando el equipo se volcó en su defensa por el no negativo de la Vuelta a España de 2017 que terminó con un veredicto exculpatorio de la AMA tras un proceso largo y, de nuevo, multimillonario. Aquello permitió a Froome enfrentarse por primera vez al Giro de Italia, carrera que terminó ganando, pero que hipotecó el que debía ser su quinto Tour, que acabó siendo el primero de Thomas y, también, el que inauguraba, de alguna manera, la era post-Froome dentro del equipo Ineos.
Desde aquel tercer puesto en París Froome no ha vuelto a disputar una gran vuelta. Renunció a la Vuelta a España de aquel año y su 2019 quedó en blanco por lesión. Quizás, lo que no esperaba Froome es que Egan Bernal, el hombre llamado a heredar su corona, diera un golpe de estado tan pronto. A la primera oportunidad que tuvo, el colombiano ganó la Grande Boucle y los titulares de todo el Planeta Ciclismo vaticinaban el inicio de una nueva era, la Era Bernal. Por lo tanto, el principio del fin de la era Froome hay que buscarlo, al menos, en ese momento.
Ineos y Froome han decidido, eso sí, respetar su actual acuerdo y mantenerse unidos hasta el 31 de diciembre. ¿Es una buena idea? Lo veremos. Froome demostró en el pasado –ya lo hemos explicado en este artículo– que su gen competitivo le lleva a la rebeldía con cierta facilidad. En aquel 2012, pese a su brillante estado de forma, su peso específico en el equipo no aconsejaba un motín, pero es bastante poco probable que, si se ve con fuerzas, Froome vaya a hacer caso de alguna instrucción durante el próximo Tour de Francia que le pueda perjudicar a él a favor de alguno de sus dos compañeros.
Froome es un tipo poliédrico al que, quizás, su obsesiva profesionalidad le ha impedido ser todo lo querido por el público como se merecería. Educado en el trato hasta el extremo y meticuloso en su preparación hasta límites enfermizos, la imagen robótica que muchos aficionados tienen de él no se corresponde, en absoluto, con la realidad.
Sin embargo, ese mismo ensimismamiento del que ha hecho gala Sky/Ineos todo este tiempo, hace que esa extraña relación entre Froome y Sir Brailsfrod no termine de arrojar todos los elementos que nos permitan entender al 100% la decisión anunciada hoy. Ambos saben que se deben mucho. Brailsford es listo, muy listo, y en sus declaraciones de hoy ya ha dejado caer un par de cargas de profundidad («un alejamiento de Ineos (…) dará otros miembros de nuestro equipo las oportunidades de liderazgo que ellos también han ganado y están buscando con razón» / «estoy entusiasmado con el talento que tenemos en todo el equipo en este momento») muy pasivo-agresivas que veremos si Froome puede y decide responder sobre el asfalto.
En definitiva y mirándolo en retrospectiva, la ruptura del matrimonio Brailsford-Froome que se ha oficializado hoy no es más que el final lógico a una relación basada en el mutuo interés que nunca funcionó más allá del plano profesional.