La gran sorpresa es que ese Lucho Herrera de cortas, muy cortas palabras, se ha ido. Hoy, a sus 52 años, con una que otra arruguita, una que otra canita, el famoso Jardinerito, se ha convertido en un hombre conversador. Y buen conversador.
En la tranquilidad de uno de sus negocios —en los que copa su tiempo tras su retiro—, el hotel-restaurante Los Alpes, por la vía Chinauta, Herrera se tomó tiempo para recordar su pasado exitoso, el mismo que le dejó, entre otros muchos logros, el título de rey de la montaña del Tour de Francia de 1985 y el título general de la Vuelta a España el 15 de mayo de 1987.
Pero, antes, Lucho aprovechó para hablar del buen momento por el que pasa el ciclismo nacional, con nuestros pedalistas protagonistas del actual Giro de Italia. “Estamos viviendo un boom importante. Empezamos el año pasado con Rigoberto Urán y su medalla de plata en los Olímpicos, y ahora con el mismo Urán y Sergio Luis Henao. También le veo mucha proyección a Nairo Quintana. Y algo muy importante: que después de dos décadas, el país haya regresado con un equipo netamente nacional a competir en Europa”, reflexiona Herrera, quien hace seis años se separó de su esposa Judith Xiques y es padre de Valentina, Luis Alberto y Julián Felipe.
¿Qué se le viene a la memoria sobre su infancia?
Cuando vivíamos en la finca, que trabajábamos todos y yo iba al colegio en mi bicicleta. Sí faltaron las comodidades, pero como nunca las tuve, no sentí la necesidad. Fue una infancia bonita.
¿Qué recuerda de esa primera bicicleta?
Me la regalaron, porque como yo vivía en el campo y el colegio quedaba en el pueblo, todos los días debía recorrer seis kilómetros. Mi mamá fue quien me la compró. En ese momento, tener una bicicleta a los 15 años era lo máximo. Recuerdo muy bien que era de color naranja.
La bicicleta en ese entonces fue una necesidad, ¿cuándo sintió que podía ser su vida?
Si bien yo la utilizaba para ir al colegio, en mis ratos libres me pegaba mis voladitas y me ponía a subir montañas y ahí nació la afición. Esa pasión por el ciclismo fue desde pequeño, porque me acuerdo que me gustaba escuchar las carreras por radio. Y como mi casa quedaba cerca de la carretera y pasaba el pelotón, yo me iba a verlo. Cuando tuve la oportunidad de montar y vi que había un circuito en Fusa, pues me fui a intentarlo. La primera vez me cogieron varias vueltas de ventaja, pero igual quedé entusiasmado.
¿Cuál fue su primera victoria?
Ese mismo año, en noviembre, hicieron una competencia en Fusa que duró tres días. Para ese entonces yo ya tenía patrocinador y gané. Me ayudó un señor de la Sastrería Giraldo. Y de ahí seguí compitiendo.
¿Sus papás lo apoyaron?
En principio se pusieron bravos, porque descuidé el colegio, tanto que perdí el año, pero después ya me apoyaron.
¿Cuál fue la primera competencia importante en la que estuvo?
Fue el Clásico RCN, en 1981, y tuve la oportunidad de ganar una etapa que terminó en La Línea. Ahí fue donde prácticamente se me abrieron las puertas y me conocieron los patrocinadores y tuve la oportunidad de estar en un equipo.
¿Qué recuerda de la Vuelta a Colombia?
La primera vuelta que gané fue en 1984. La del año anterior la perdí por una caída y dos años después volví a ganar. Todos los ciclistas en ese entonces eran muy buenos; estaban Fabio Parra, Alfonso Flórez y Pacho Rodríguez.
¿Cómo fueron sus primeras pruebas en Europa?
Cuando llegué en 1984 fue muy duro, porque nunca había corrido esas distancias tan largas, ni mucho menos bajo ese frío. Mue fui adaptando, pero sí fue difícil, por la comida, por el cambio de horario, por la forma de correr…
¿Y cómo resistió eso?
Con el poder de la mente. Hay un punto en el que uno se mentaliza, aprende a sufrir y a compartir con el sufrimiento.
La gente tiene guardado en la memoria el año 1985, cuando ganó los premios de montaña del Tour de Francia, y que en la etapa 14 se cayó y terminó con el rostro ensangrentado…
Hoy en día siento una gran satisfacción. Porque además eso tuvo mucha trascendencia y lo pude compartir con todos los aficionados de Colombia. Y en cierto momento, como supe que la etapa la estaban transmitiendo por televisión, tomé más fuerza para ganarla, pues me daba pena quedarnos atrás.
¿En privado lloró tras esa épica victoria?
No, yo siempre he sido muy tranquilo. De pronto eso fue lo que me ayudó a conseguir todas las victorias, porque siempre he sido muy parco, nunca he expresado sensaciones y eso me generó serenidad.
Pero debe haber algo que lo emocione…
Lo que pasa es que yo siento cosas pero no las expreso, las siento muy adentro, pero obvio que he tenido grandes alegrías, como cuando gané por primera vez una etapa en Europa.
¿Y qué lo pone de mal genio?
No, tampoco. Eso me dicen mucho mis hijos, que yo nunca me pongo bravo. Y cuando algo medio me da rabia, me alejo y ya.
Hablemos de su mayor título, la Vuelta a España de 1987.
Fue una vuelta que me había soñado. La primera vez que corrí fue en 1985, pero no me fue muy bien porque me dio una tendinitis y dije que no volvía. Pero después, en 1987, el gerente del equipo y muchas personas me convencieron. Gonzalo Barrera me dijo que yo no iba a ir a ganar la vuelta, sino a aprender, y hablé con Martín Ramírez, que era el capitán del equipo, y decidí que si no me exigían resultados, entonces sí iba. Y así fue, llegué relajado, sin presión, y a medida que avanzaban los días me fui emocionando hasta que decidí que no me iba a dejar ganar. Cuando vi que en la clasificación estaba a sólo un minuto del líder, entonces me puse contento, porque además venía la etapa en montaña y sabía que me podía ir bien. Y bueno, se dieron las cosas, faltando tres kilómetros me dijeron que ya iba a llegar a la meta y gané.
¿Cómo fue el remate para el título?
Lo más crítico, Valladolid, que era plano; además, ese día llovió e hizo mucho frío. No me fue tan bien, pero al otro día lo di todo, llegué segundo.
¿Y la última etapa?
Eso ya era como un paseo, fue muy rápido, un circuito por La Castellana, en Madrid, donde por fin llegué y me subí a lo más alto del podio.
¿Ahí tampoco se emocionó?
Sí, claro, yo estaba contento. Yo sí me emociono, lo que pasa es que no lo demuestro.
¿Y qué tal el recibimiento que le hicieron a su llegada de España?
Sí, ese día quedé impresionado. Yo pensé que era un desfile cortico, pero nunca me alcancé a imaginar lo que al final fue. Es un día que nunca voy a olvidar.
¿Por qué decidió retirarse del ciclismo a los 31 años?
Porque a pesar de que estaba muy joven, me sentía cansado, es que correr en Europa es duro y había mucha presión de la prensa y de los patrocinadores.
¿Y desde entonces a qué se dedica?
A trabajar en mis negocios.
¿Cuál ha sido el día más feliz de su vida?
Cuando gané la Vuelta a España.
¿Y el más triste?
Cuando se murió mi papá.
Laurent Fignon escribió en su libro que usted había pagado para ganar la Vuelta a España…
Como yo lo he dicho en repetidas ocasiones, si eso fuera cierto, pues mejor me hubiera comprado el Tour de Francia, que es más importante. La verdad es que a esas cosas yo no les paro bolas.
¿Y es verdad que llevaban panela o es puro cuento?
No, eso es mentira. De pronto algunos compañeros sí llevaban, pero yo no. El dulce le engruesa a uno la saliva y uno se ahoga.
La reciente confesión de Armstrong sobre su dopaje, ¿qué tanto daño le hace al ciclismo?
Estuvo mal lo que él hizo. Además porque frustró las aspiraciones de otros corredores que no hacen trampa, porque también hay muchos ciclistas buenos.
¿Se siente un hombre realizado?
Sí, claro, me siento muy bien, la vida me ha dado más de lo que un día uno anhela tener. Siento mucha alegría y satisfacción de donde estoy y de lo que tengo. Si no hubiera sido por el ciclismo, no sé qué hubiera hecho, estaría por ahí en el campo.
Fuente: El Espectador