El cuaderno de Joan Seguidor / Ciclo 21
Hace un año, hace dos, hace tres, Peter Sagan formaría parte de cualquier listado top, los diez más cotizados, de la campaña que finaliza. Esta vez no, Peter Sagan no es un cualquiera, su estrella brilla, su influencia se nota, pero de ahí a ponerle en ese pedestal hay un trecho.
googletag.pubads().definePassback('/19136023/DFP-vid_RG_FP_PU07878_VI-NUNSYS-Ciclo21_WW_VI_RS-0.7', [1, 1]).display();
Hablábamos hace un tiempo de Geraint Thomas, qué diferencia hay de ser primero a ser segundo, un abismo, no es un tema numérico, es un tema de percepción, de trascendencia. Que la balanza caiga de tu lado, o del otro, varía el escenario drásticamente, de forma radical. A veces no todo es ganar, es la calidad de lo que ganas, de cómo lo ganas.
Son formas de verlo, si Pinot y Alaphilippe han cambiado la percepción de muchos respecto a lo absurdo de un ciclismo teledirigido desde los coches hacia los puntos, otros como Van der Poel han trascendido como logros como esa Amstel a contrapié. Ganar ganan muchos, hacerlo memorable es diferente. Y Peter Sagan lo ha hecho memorable muchas veces. Y eso le ha convertido en el ciclista dorado, el más grande y seguido de su tiempo, el más trascendente. El mejor pagado también, incluso coincidiendo en tiempo con una leyenda de cuatro Tour como Chris Froome. Incluso así, Peter Sagan brilla más que nadie.
Pero Peter Sagan no es lineal, su fama, su estrella también han tenido épocas valle, y el 2019 que se acaba está en ese renglón. Un corredor al que le costó pillar la forma en su estación favorita, la primavera, que llegado a un punto encendía las luces rojas y se descolgaba, sin más. Su mano a mano, dorsal uno a la espalda con Philippe Gilbert en el Carrefour, para quedar tieso en el siguiente tramo. Las luces encendidas en Harelbeke, com cuando esas carreras de hace cuatro años en las que estaba hasta que, llegado un punto, dejaba de estar.
En el Mundial llegó posiblemente en el mejor momento del año, pero el Sagan que salta en las mismas narices de Cancellara, con Kwiato, para conquistar Flandes no apareció en todo el año. En un Mundial en el que dosificar era clave -Van der Poel puede dar fe- Sagan llegó fortísimo para… ser quinto. El Peter Sagan que anticipaba tampoco apareció, incluso con el arcoíris en ristre, siendo el más señalado, buscado y marcado.
Ser maillot verde en el Tour es algo que casi se le descuenta, igual que las victorias de Down Under, California o Suiza, victorias que abultan el palmarés pero no sacian la parroquia. Y todo esto, en un Bora que no ha dependido de su brillo para sacar una temporada excelente con Bennett, Ackermann, Schachmann y Buchmann recuperando el brillo del ciclismo del antiguo Imperio Austro-húngaro.
Así las cosas, el panorama que se encuentra Peter Sagan, en su año «medio sabático», es muy diferente al de hace un año cuando era la «reina del baile», le crecen los enanos con esa pléyade de críos con hambre de todo y ya. No es la primera vez que Peter Sagan transmite la sensación de pólvora mojada, ya se la vimos tiempo atrás, pero su exigencia no es poca, la presión de la marca que le paga generosamente, entiendo tampoco.
El año que viene inserta el Giro como novedad, no es poca cosa, tiene un recorrido ratonero que le puede venir bien, pero cabrá ver a qué renuncia, el Mundial de Suiza parece fuera de su radar, lo anuncian como el de Innsbruck, Tokio 2020 no le tendrá experimentando en BTT, le quedan los monumentos de su querida primavera y el Tour, donde se gusta, no será fácil encajar tal calendario para optar a todo lo que entra en sus piernas.